Datos y gráfico: Laura Albor

Radiografiando Orense, la provincia más arrugada de España

La mitad de sus habitantes han cumplido los 50 años y solo un 17 por ciento tienen menos de 16 años. Cada día conviven con dos fenómenos amenazantes: el envejecimiento y la despoblación

SANTIAGO Actualizado: Guardar
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En la provincia de Orense, los más mayores ganan el pulso. Más de la mitad de los habitantes de esta provincia del interior gallego, en concreto un 52,22 por ciento, superan la barrera de los 64 años. La cifra contrasta con un exiguo 17 por ciento de menores de 16 y da cuenta de una realidad que el paso de los años solo ha logrado agudizar. A la cabeza de España en cuanto a envejecimiento poblacional, la media de edad en Orense ronda los 50 años, muy lejos del estándar nacional, que se sitúa en los 42 años, e incluso de la media de edad del conjunto de los gallegos, que no pasa de los 46.

Víctima de una sangría demográfica sin precedentes, radiografiar la realidad orensana implica realizar un recorrido a vista de pájaro por una provincia con una superficie de 7.273 kilómetros cuadrados.

Según los datos del INE, su población es de 314.507 habitantes, de los que más de un 30 por ciento viven en la capital, la tercera urbe más poblada de toda Galicia. El resto se reparten entre los 92 municipios que componen esta provincia, eminente rural, montañosa y la única gallega sin salida al mar. Y en estas pequeñas localidades es donde el conocido como suicidio demográfico muestra su peor cara.

Una anciana en un nevado Vilariño de Conso (Orense)
Una anciana en un nevado Vilariño de Conso (Orense) - MIGUEL MUÑIZ

Por detrás de Orense capital, con 107.507 vecinos, los municipios más poblados (aunque ya a mucha distancia) son los de Verín, con 14.707 habitantes, y O Carballiño, con 14.246. El décimo más habitado es Ribadavia y apenas supera los 5.000 vecinos. Divida en doce comarcas, en esta provincia proliferan los ayuntamientos donde el padrón rasca a duras penas el medio millar de personas. Y, a su vez, estos concellos acogen muchas de las bautizadas como « aldeas fantasma», aquellas que en su día llegaron a tener un colegio, una panadería e incluso un parque, y en las que hoy solo sobreviven una o dos familias. La mayoría de ellas están habitadas por jubilados que se aferran al lugar donde nacieron pese a que por sus calles ya no transiten más que un par de vecinos, el médico que los consulta y los animales que los acompañan.

Muestra de este proceso de desertización al que están sometidos muchos núcleos rurales, en los que las expectativas laborales son prácticamente escasas, son municipios como A Veiga o Riós, que en tan solo una década han visto recortada su población casi a la mitad. La primera de estas localidades contaba a finales del 1996 cerca de 1.500 vecinos; hoy quedan poco más de 900. La misma tendencia se da en Riós (de 1603 a 1467), en O Bolo (de 1655 a 988) o en A Texeira (de 627 a 378). Fenómenos como la despoblación, el envejecimiento poblacional y la dispersión del rural gallegono solo afectan directamente a la demografía de la Comunidad, sino que obligan a su administración a redoblar esfuerzos para prestar a sus vecinos los servicios básicos. El máximo exponente de este gasto social disparado es el municipio orensano de Manzaneda, con una inversión de 817 euros por cada uno de sus 971 vecinos. En el caso de la capital gallega este gasto social no pasa de 86 euros al año por persona. El contraste entre una Galicia y la otra explica que la Xunta lleve años solicitando que a la hora de distribución de fondos el Gobierno central se tengan en cuenta unas particularidades que duplican, cuando menos, la inversión por vecino.

Ancianos en A Veiga (Orense)
Ancianos en A Veiga (Orense) - MIGUEL MUÑIZ

Paliar la pérdida de población es uno de mayores retos a los que Galicia se enfrenta, con especial incidencia en las provincias de Orense y Lugo, a la cabeza de las más envejecidas de España. Pero la labor no es sencilla. Los planes para fomentar la natalidad y las ayudas a nuevos emprendedores para que radiquen sus proyectos en el rural chocan con una tendencia difícil de redirigir y que ya ha convertido a Orense en uno de los principales escaparates para los cazadores de aldeas abandonadas de España. Muchos de ellos son empresarios que no dudan en adquirir una aldea al completo para convertirla en un destino de turismo rural. Otros simplemente se enamoran de su entorno y se mudan a ellas para disfrutar de una tranquilidad y unos paisajes que no se encuentran en la ciudad.

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