Joaquín Guzmán - Crítica

Nánási vuelve a hacerlo

«El arte de la dirección orquestal tiene algo de mágico»

Joaquín Guzmán
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Tras sus dos anteriores visitas, el gran director húngaro lo ha vuelto a hacer. El arte de la dirección orquestal tiene algo de mágico: piénsese que aquí no hay una pulsación física de un instrumento sino la elaboración de un sonido que proviene de un conjunto de músicos a través de la comunicación por la palabra y las manos de un director. La palabra genio me la reservo para los creadores de las partituras, pero es indudable que el de dirigir es un arte, y algunos directores se hallan por encima del resto a la hora de ejecutarlo. Henrik Nánási se encuentra entre ellos a sus cuarenta y pocos años. Sorprende la capacidad de cambiar el sonido toda una formación orquestal- un sonido que hacía tiempo que no escuchaba,(intenso, casi físico)- y la de contar cosas a través de la música, dándole a cada frase su justo sentido expresivo, para lograr de cada momento un instante único.

Con Nánási la Orquesta de la Comunitat Valenciana suena como el fabuloso instrumento que es. Es imposible que todos estos detalles, en cada una de las innumerables frases, se aborden, uno a uno, en los ensayos pues no hay tiempo literal por lo que tengo que pensar que es algo que emana de un concepto global del sonido y del fraseo y de lograr de los músicos la máxima concentración- a través de la autoridad y el carisma- y empleando un repertorio gestual asombroso.

Decía Maazel que no hay malas acústicas sino malos directores; Nánási logra un sonido que realza la acústica de la sala y salvo en un par de momentos puntuales, las voces no se ven tapadas, bien al contrario, se muestra muy atento a la conexión entre foso y escena. Un sonido global pleno, denso, “a disco” en el mejor de los sentidos emergía del foso y uno no acababa de creerlo. Aquel sonido que con el citado Maazel, Chailly o Mehta pudimos admirar en su día, estaba allí de nuevo.

En el apartado de voces, sin ser decepcionante en términos generales no va a la zaga con el orquestal. Lo mejor de la velada es el Werther de Jean-François Borras. Es un Werther bastante aceptable; se defiende bastante bien precisamente en las zonas de riesgo como la zona aguda, en el forte, y en los pianos a los que les da la homogeneidad y expresión adecuada. Sin embargo, adolece de una falta de control del instrumento en los reguladores perdiendo en ocasiones la línea del canto de forma un tanto llamativa.

Cierta decepción tuve con la soprano de Ferrara Anna-Caterina Antonacci, que suple con clase las evidentes deficiencias en el estado de su voz, con un fraseo y una presencia imponente, con un talento escénico fuera de toda duda. Va de menos a más quizás consciente de sus limitaciones que han llegado demasiado pronto en su carrera. Esperemos que sea un bache pasajero. Michael Borth pasa un tanto desapercibido como Albert, al menos desde el punto de vista vocal. Sin que su actuación pueda calificarse de negativa, su voz escasamente proyectada queda muy en la escena y cuesta que traspase el muro impuesto por Nánási, o mejor, por Massenet.

Excelente la joven Tolosana, Elena Orcoyen, como Sophie. Una voz fresca, perfectamente colocada y ligera en cuanto a su potencial en el repertorio que puede cantar, pero con cuerpo. Muy bien las dos formaciones corales infantiles.

La escena de Grinda no es de la que se queda en la retina, posiblemente en un par de meses se me habrá olvidado, pero tampoco diré que decepciona. Las imágenes proyectadas en los pasajes orquestales son correctas y algunos fondos evocan con acierto el trasfondo romántico del drama. La ocurrente idea de tratar teatralmente la ópera como un flashback no trastoca excesivamente el sentido del drama. Vestuario alla classica y dirección de actores con oficio.

Ver los comentarios