Venta ambulante ilegal esta semana en el paseo Juan de Borbón de Barcelona
Venta ambulante ilegal esta semana en el paseo Juan de Borbón de Barcelona - INÉS BAUCELLS

Al otro lado de la manta

Los «manteros» hablan con ABC sobre la venta ambulante y la tensión que se vive estos días en el paseo Juan de Borbón

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Cuando tenía 28 años, Pap (Paco, para los amigos), senegalés que ahora roza los 40; se trasladó de Italia, adonde había emigrado, a Barcelona. Siempre había querido venir a España, y, dentro del país, Barcelona era su ciudad fetiche. Al principio, tal vez por no encontrar trabajo o por problemas con los papeles, recurrió al top manta al igual que otros tantos paisanos suyos. Corría el año 2004, y la venta ambulante, que entonces estaba mucho más controlada, aprovechaba el tirón de la piratería en formato físico. 12 años después, a pesar de que asegura haber regularizado su situación legal, apenas nada ha cambiado para él.

En esta cálida tarde de julio del verano con más manteros en la historia de Barcelona, Pap descansa al abrigo de la sombra en un escalón del paseo Juan de Borbón sin perder de vista su baqueteada manta.

Sobre ella, una amplia gama de pareos de diversos estampados esperan a que los turistas que desfilan por el paseo detengan sus ojos en ellos. No resulta fácil cuando otras decenas de manteros tratan de hacer lo mismo en un espacio de unos 500 metros de recorrido, muchos de ellos con la misma mercancía. El Ayuntamiento estima que son unos 800 los que se dedican a la venta ilegal.

En los mejores días (fines de semana) puede llegar a sacar entre 40 y 50 euros. Con lo que recaude este verano, volverá a Senegal en invierno para reunirse con su familia, como hace cada año. Al volver, regresará al paseo si la zona de permisividad que el Consistorio ha establecido sigue autorizada. Lo que es seguro, es que seguirá con la manta a cuestas si no encuentra nada mejor. En los últimos meses dice haber enviado 60 curriculums, y no haber recibido ni una sola llamada. En algunas ocasiones consigue trabajo en la colecta de oliva, pero «aparte de eso, nada». Entre castellano, francés, italiano, catalán, árabe, varias lenguas de su país y algo de alemán, asegura hablar nueve idiomas.

Pero lo que más parece preocuparle no es la exacerbada y creciente competencia. Tampoco los intentos frustrados de conseguir un empleo estable y legal. Si no más bien la presión policial ante su única fuente de ingresos. «Ahora nos dejan más tranquilos, pero aún así no nos sentimos del todo seguros», explica. Aún con todo, no pierde el optimismo: «Los turistas que nos ven se creen que aquí estamos bien, que nos gusta hacer esto porque parecemos contentos. Pero la realidad es que para muchos esta es nuestra única salida. Somos gente que podemos contener todo nuestro dolor y nuestra rabia para poner nuestra mejor cara y sacar una sonrisa a pesar de todo». A su lado, Samba, un gambiano de 26 años que trata de vender un lote de sombreros panamá, solo lleva dos años y medio en España, pero en cuanto a la política de los dos gobiernos municipales que ha visto pasar lo tiene claro: «Con la chica mejor».

Excepto con los más avezados, no es fácil hablar con los manteros en calidad de periodista. Al ser abordados, hacen lo posible para quitarse de en medio. Para ello, se pasan la patata caliente los unos a los otros. Cuando oyen la palabra «prensa» desvían la mirada, vacilan un momento, alzan el brazo señalando a otro vendedor y dicen entre dientes: «No hablo bien español, pregúntale a él». Por su parte, el susodicho repite la misma canción cuando se le pregunta y respira aliviado al desentenderse de la incómoda situación.

«Sin alternativas»

«¿Vosotros sois los que estabais aquí el otro día con las cámaras diciendo cosas feas de nosotros?», pregunta uno de pronto. Se hace llamar Mamadou para ocultar su identidad tras haber tenido problemas con la policía, tiene 36 años y ha pasado los últimos diez en Barcelona haciendo del top manta su manera de salir adelante. Cuenta lo que lleva sucediendo en las últimas semanas. Las cámaras de televisión establecen conexiones en directo para hacer coberturas de la propagación masiva del top manta en el paseo. Los comerciantes de la zona se quejan de la situación, explican cómo les afecta y piden al Ayuntamiento que ponga control.

Sin embargo, Mamadou no cree que los perjuicios causados sean tan gravosos. Y reitera que su única forma de ganarse la vida es esa. “Si no tengo otro trabajo, ¿qué hago, me muero de hambre?, ¿dejo que mis hijos se mueran de hambre? Por más que nos echen vamos a seguir haciendo esto, porque es lo que nos da de comer”, asegura al tiempo que abunda en una idea: la de pagar un impuesto para ejercer la venta ambulante. «Sólo queremos vivir en paz. No pedimos nada más», sentencia.

Algo similar defiende Mouha, también senegalés (la mayor parte de los manteros, al igual que los chatarreros lo son), y también de la misma edad que Mamadou. Marinero de profesión, ha sobrevivido gracias al top manta después de haber quedado en paro hace ocho meses tras 15 años instalado en la capital catalana. Mientras busca algo de lo suyo, vende zapatillas de deporte falsificadas a 25 euros. Al igual que el resto, incide en que su alternativa es la venta de drogas o robar a los transeuntes. «Yo puedo hacer eso, pero no me gusta. Prefiero esto, no hacemos mal a nadie», opina.

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