Turistas paseando por las calles de la Barceloneta
Turistas paseando por las calles de la Barceloneta - INÉS BAUCELLS

La Barceloneta no mejora

Por tercer verano consecutivo los vecinos salen a la calle para pedir la abolición de los pisos turísticos, pero muchos dan el problema por perdido y no ven solución a la vista

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Al salir de su casa en la calle Baluard, Josefa Casse, vecina de toda la vida del barrio de la Barceloneta, se detiene al ver a un grupo de turistas acarreando maletas hacia un portal al otro lado de la acera. La imagen es diaria, pero ella la contempla como si fuese la primera vez. A pesar de que los fugaces inquilinos acaban de llegar, sus ojos proyectan, como lo llevan haciendo tanto tiempo ante las interminables cuadrillas de visitantes, desconfianza y hasta desaire. La diferencia, no obstante, es que al contrario de hasta hace no mucho, ahora también reflejan resignación.

Dos veranos después de que el barrio marinero explotara contra los pisos turísticos ilegales, los vecinos coinciden en que la situación no hace sino ir a peor, y creen que esta temporada será peor si cabe.

La llegada de Ada Colau al consistorio hace más de un año se antojaba como un rayo de esperanza para acabar con el turismo de borrachera, poner fin a las licencias y reforzar el control sobre las viviendas, pero la decepción ante la «pasividad» de la exactivista para actuar contra los apartamentos ilegales ha acabado por apoderarse de ellos. «Nos hemos reunido varias veces con el ayuntamiento y, pese a las promesas, notamos que todo sigue igual», cuenta un vecino que prefiere no dar su nombre y que asegura acudir a todas las manifestaciones para protestar.

La última se produjo el pasado sábado. Por enésima vez, más de 300 vecinos salieron a la calle precisamente para clamar contra la inacción del nuevo gobierno. La manifestación, sin embargo, no contó con la presencia del pequeño cañón que da el pistoletazo de salida a las fiestas del barrio y que ahora también se ha convertido en un símbolo de las protestas para pedir la abolición de los pisos turísticos. Su ausencia se debió a que la tienda que lo custodia decidió no cederlo porque ponía como condición que a cambio la marcha pusiera también el foco en el problema del top manta. Como es natural, el turismo, por degradante que sea, no es algo que precisamente afecte al tejido comercial.

Los problemas continúan siendo los mismos. Ruido, fiestas salvajes en los pequeños pisos que vertebran los ya frágiles edificios, gritos y cánticos al volver a casa tras una noche de juerga, orines y hasta escenas de sexo en plena calle. El turismo ‘low cost’ de desenfreno en todo su esplendor. Un tipo de ocio que, a su vez, encarece las viviendas de un barrio cuya población es de origen obrero y humilde en su mayoría. El efecto revierte en los alquileres, tipo de contrato más habitual entre los residentes, que cada vez sufren más presiones por parte de los propietarios y las inmobiliarias para marcharse. Es el caso de Juan de Dios Moreno, un vecino de la calle Mestrença que tendrá que abandonar su piso en septiembre después de 15 años. «¿Para qué van a fijar un alquiler regular por 500 euros cuando pueden sacarse mucho más con tres grupos de turistas en un solo mes?», explica.

A pesar de las repetidas quejas, muchos vecinos han acabado por tirar la toalla. Aseguran que la actuación policial brilla por su ausencia y en la nueva comisaría compartida del paseo Juan de Borbónno les atienden. No ven solución a la vista y advierten: «A este paso, en un futuro no muy lejano el emblemático barrio dejará de existir tal y como lo conocemos».

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