Joan Margarit: «Ser viejo es perder el miedo a decir lo que piensas»

El poeta reflexiona sobre las edades de la vida en «Un hivern fascinant»

Joan Margarit, fotografiado el pasado viernes en Barcelona EFE

SERGI DORIA

Joan Margarit se repone de una operación en la cadera. Mientras aguarda al fisio hojea su poemario número doce que va a leer en un recital en Sant Just Desvern, la localidad cercana a Barcelona donde vive: «És el meu poble», anuncia entre sonrisas.

Publicado en el umbral de los ochenta años, «Un hivern fascinant» (Proa) alude a las edades de la vida: «En cada etapa juzgas lo que ha sido la etapa anterior. Desde la senectud juzgas la madurez. Si la infancia es una época nítida, clara, de aprendizaje, la vejez también lo es: ser viejo es perder el miedo a decir lo que piensas porque ya no te juzgarán. Lo peor es lo que hay entre la infancia y la vejez: el lío de la vida», advierte.

Cuarenta poemas para recordar a Verdaguer, Goya, Van Gogh y Granados; reflexionar sobre la profesión de arquitecto: esa cátedra de Cálculo de Estructuras gracias a la cual pudo conciliar la alegría con la razón; recuerdos agridulces del Siglo de Oro y las Coplas de Manrique releídas en el «arrabal de senectud»…

Entre los poemas, «Coneguda crueltat», escrito el 17 de agosto, el día de los atentados de Barcelona y Cambrils: «Me lo encargó Infolibre desde Madrid, lo escribí en caliente y no me arrepiento. También escribí “Joana” en caliente: si la poesía no te ha de servir cuando se te muere una hija para que sirve…» El poeta contempla Barcelona como un juego de muñecas rusas que le lleva del parque temático del turismo a la ciudad de la posguerra: «Quizás hoy, si no fuera por tantos recuerdos, ya no la querría», escribe. Una ciudad con la que ya no se identifica: «Es la evolución de los tiempos, la culpa no es de nadie, pero que me dejen quejarme».

Desde 1955, cuando empezó a escribir poesía en castellano, Margarit ha perforado un túnel hasta vislumbrar la lucidez: «El poeta, el artista, el músico, es alguien que tiene la suerte -o la desgracia- de vivir a la vez en la superficie y por debajo del nivel freático de la vida». Y ya que mentamos esa procesión de los días, en uno de sus poemas confiesa que el interés por la vida se acaba mucho antes de lo que los jóvenes suponen: «El 90 por ciento de las cosas que te interesan en la juventud no lo merecen. Por eso ya no leo a los poetas que dejaron de escribir antes de tiempo como Rimbaud o Gil de Biedma: la poesía es una herramienta del otoño, hemos de llegar hasta el final».

En ese largo trayecto, Margarit solo se reconoce en una voz; sea en castellano o catalán, pero una sola voz: «Pessoa no me gusta, desconfío de los heterónimos. Doy gracia a tener una voz y ser capaz de haberla hallado… muchos poetas ni siquiera la tienen. ¡Hay que sortear tantos lugares comunes!» Palabras como «amor» y «amistad» aparecen escritas en cursiva: «Son dos serpientes venenosas en la selva del diccionario», escribe: «El peor ensayo de Montaigne es el dedicado a la amistad… porque la amistad es una mentira. Cuando un amigo es amigo, añades ‘de verdad’. Igual ocurre con los amores: vives amores… ¿pero cuantos de verdad?» El poeta nunca esperó gran cosa de los políticos: «Cuando comenzó lo del Procés el PP y CiU rebosaban de corrupción y ahora nadie se acuerda. A los ochenta años ya no eres útil socialmente: allá donde vas, ya no hay Procés, esa épica de Tintín», concluye sarcástico.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación