Educación

Adopción: inclusión desde el aula

Los padres de niños adoptados luchan para que su historia vital no pese en su desarrollo y el sistema educativa les dé una oportunidad adecuada

Los niños adoptados y en acogida pueden presentar necesidades específicas de apoyo educativo a lo largo de su etapa escolar M. HERCE

CRISTINA ROSADO

Muchos no tuvieron la alimentación adecuada; otros muchos no fueron acunados ni tuvieron una figura de apego, no digamos unas muestras de cariño; puede que sufrieran maltrato o fueran abandonados. Cada uno con su historia vital a la espalda, como su mochila cuando acuden cada día al colegio, los niños adoptados o en acogida tienen una historia que les marca -física y psicológicamente-y quizá les marque para siempre. Ahora, sus padres tratan de paliar los posibles daños que les acarreó ese origen y tratan de que también el sistema educativo les dé la respuesta lo más óptima e individualizada posible, además de visibilizar sus problemas.

Recientemente, la Asociación Regional de Familias Adoptantes de Castilla y León (Arfacyl) celebró en Valladolid su congreso sobre «Nuevas estrategias para una escuela inclusiva» con el objetivo de que los docentes «puedan tener herramientas para atender las necesidades de los niños adoptados y acogidos porque representan una parte de las necesidades especiales que se dan en el sistema educativo» debido a que su historia personal incide en ocasiones en su desarrollo posterior, según afirmó el presidente de Arfacyl, Javier Álvarez-Ossorio.

Plan de Atención

Asistieron especialistas que abordan las distintas necesidades de estos niños y Natividad Bueno, coordinadora del encuentro, señaló que han colaborado con la Consejería de Educación al elaborar el Plan de Atención a la Diversidad y que demandan que «se incluyan los trastornos de vínculo en las necesidades especiales», que haya evaluaciones pedagógicas que interpreten su comportamiento en base a su realidad y su origen. «Queremos que la escuela sume en la adopción», que haya formación para los docentes e incidió en «lo mucho que queda por hacer» para que no sean discriminados y la sociedad sea sensible.

Merche Gómez-Cruzado conoce bien esta realidad. Sus dos hijos son adoptados y relata la experiencia de recibirlos y formarse poco a poco, por su cuenta, para atenderlos adecuadamente y acorde a sus necesidades -la formación obligatoria para los padres adoptantes no se implantó hasta 2007 en Castilla y León-. «Estos niños han sufrido abandono y muchas historias terribles y eso hace mella tanto en el desarrollo neuronal, como emocional y físico del niño», comenta. Javier Álvarez-Ossorio, también padre de dos niños adoptados, añade que esa situación «les crea una desventaja frente a sus compañeros en su capacidad para dedicarse al aprendizaje de contenidos», y considera que «esa desventaja debe ser reconocida para que no se les etiquete erróneamente como niños indolentes, vagos, con déficit de atención e hiperactividad», etc.

Se trata de que la educación «se adapte a las necesidades de cada niño, sin uniformar a todos con los mismos objetivos»

Para estos padres, esas necesidades son todas «especiales», aunque no lleven aparejada una discapacidad como tal, y piden que la inclusión en la escuela sea más efectiva mediante más formación del profesorado en general. Javier sostiene que «la inclusión no sólo debe ser física, en el mismo aula», sino que se trata de que la educación «se adapte a las necesidades de cada niño, sin uniformar a todos con los mismos objetivos» y que la problemática de los mismos se ha abordado sobre todo desde el mundo de la psicología y no desde la educación, «y hoy ya hay avances en el estudio del desarrollo cerebral que nos dicen que entre los dos meses y los dos años se desarrollan las conexiones neuronales y que es en esa etapa cuando el niño necesita cuidados, estimulación, una figura de apego y nuestros hijos no lo han tenido».

Una pared vertical

Relata las implicaciones que esto también tiene en la adolescencia: «Si ya de por sí es una pared vertical, en la que tienen que construir su personalidad, le sumas la adopción, en que se preguntan quiénes son, quiénes habrían sido, por qué ellos, y eso es un cóctel que las familias no tiene recursos para manejar». A veces son los niños con comportamientos disruptivos, con baja autoestima, que son etiquetados y que están gritando con su comportamiento que alguien les ofrezca una ayuda. Por esto, Álvarez-Ossorio insiste en que «hay que dotar al profesorado de conocimiento sobre ello; que haya profesionales expertos en esta materia, que son escasos, que se reconozca que tienen otro ritmo de aprendizaje» y abogan «por evaluaciones distintas en función de su situación».

«Hoy ya hay avances en el estudio del desarrollo cerebral que nos dicen que entre los dos meses y los dos años se desarroolan conexiones neuronales y que en esa etapa es cuando el necesita cuidados, estimulación, una figura de apego y nuestros hijos no lo han tenido»

Gómez-Cruzado cuenta que «en la escuela se obvia demasiado la historia vital de estos niños y hay muchos docentes que hacen verdaderos esfuerzos por ayudarles, pero que no sirven y en su lugar retraumatizan» al niño al no conocer la forma más adecuada de actuar. A veces son niños muy vivos, a los que a simple vista no se les aprecia la secuela de su historia, pero se trata solo de un espejismo: «Si vienes de una situación muy conflictiva y te tienes que recuperar, pero te piden que des lo que no puedes dar en apenas unos meses o años», con barreras de idioma muchas veces incluidas, «estamos metiendo al niño en situaciones muy complicadas de autoestima».

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