Antonio Lázaro - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: AL FINAL DE LA ESCAPADA

Viaje el país de los agotes, recuerdo de Luis Ocaña y elogio de la trucha

«El objetivo de mi viaje era seguir las huellas del gran ídolo de mi adolescencia

Antonio Lázaro
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En el valle del Baztán, a su belleza paisajística y monumental y a la magia de sus leyendas, sobre lamias y señores salvajes, se une otra riqueza, paradójicamente derivada de siglos de injusticia, marginación y desprecio social. El barrio de Bozate, a la sombra de la casona de los Ursúa (sus protectores/explotadores) y frente al pueblo de Arizkun, fue núcleo mayoritariamente agote. Los agotes (o cagotes: canes godos) son una de las razas malditas de la Península Ibérica (y del Midi pirenaico francés): a la caída del imperio visigótico (derrotado por los francos en la batalla de Vouillé, año 507, y después por los musulmanes en la de Guadalete, en 711), los fugitivos godos (arios, rubios, de ojos claros) pagaron el precio de haber combatido a los francos (en el lado francés) y a los vascones, en el español.

Fueron reducidos a pueblo apestado e inferior, confinados en ghettos, marcados con una pata de oca (o de gato) infamante, vetados de cualquier posibilidad de acceso a la hidalguía o a la nobleza, incluso a la propiedad agrícola o ganadera, condenados a la endogamia. Hasta bien entrado el siglo XX, en la iglesia ocupaban lugar aparte, en un rincón bajo el coro y al fondo, y recibían la comunión a través de un palo de madera, tras acceder al templo por puerta diferenciada, hoy día tapiada. Con todo, de fabricantes de sogas para la horca o carpinteros de ataúdes consiguieron destacar como excelentes ebanistas y artífices de la madera y también como músicos y poetas, perpetuando la tradición de la épica germánica. La conexión toledana es clara. Al caer Toledo en manos del Islam, familias tanto del patriciado como populares buscaron refugio en las montañas del norte (no solo las cantábricas), cayendo en una trampa secular, también en el lado vasco francés (Bayona) y en otros enclaves donde, además, fueron identificados con ulteriores sectores derrotados y malditos como los cátaros o los fugitivos de las leproserías.

Javier Santxotena tiene en su barrio de Bozate una de los mayores atractivos culturales y artísticos del Valle: su magnífico parque escultórico. Además de una variada obra en metal y madera, que conecta con la gran tradición de la escultura vasca contemporánea, en sus videos reivindica el legado agote y su orgullo de pertenecer a esa cultura.

Pero el objetivo de mi viaje era seguir las huellas del gran ídolo de mi adolescencia: el ciclista conquense Luis Ocaña, ganador del Tour de Francia 73, el único capaz de derrotar en el cénit de su gloria al gran Eddy Merckx, apodado el Caníbal. En Pau, en el monumento denominado Tour des Geants, tiene desde luego su monolito correspondiente. Pero es Mont de Marsán su ciudad de acogida, donde mayoritariamente vivió y en donde encontró trágica muerte el llamado «español de Mont de Marsán». No me esperaba una ciudad tan bella, con sus tres ríos presididos por la Mydouze y un barrio medieval precioso, salpicado de jardines plenos de buena escultura figurativa del siglo XX. Muy recomendable, tanto para alojarse como para comer, el hotel con encanto Villa Mirasol, una casona «art nouveau», donde me pusieron al día de todo lo relativo al legado y la memoria de Luis Ocaña en la capital de las Landas gasconas.

Y en Pau y en Mont de Marsán y en Arcachon y en el país vasco francés, persigo infructuosamente un plato de trucha, preferentemente a la vasca, por probarla. No tengo suerte. Y tiene que ser a mi regreso, en Cuenca, donde consiga degustar esa delicia. Luis Tortosa, que ha trasladado su legendario mesón de la calle Colón a la de Princesa Zaida, la ofrece permanentemente en su carta. Una trucha asalmonada en escabeche, plena de matices y de ecos de los ríos bravos de Cuenca. Naturalmente, junto a los platos tradicionales de la provincia (del «terroir», como dicen los franceses) y la buena cocina casera y de temporada. Hay que decir que Luis ha sido y es un gran mecenas de la cultura (además de todo un as de la aviación). Recordé con él su apoyo a la edición del ensayo de Heliodoro Cordente, el llorado Dorito, sobre la Cuenca marginada y heterodoxa del Siglo de Oro y a la de la gran novela de Tomás F. Ruiz sobre la aventura equinoccial de Alonso de Ojeda, Oceánica. Su mesón es un verdadero museo con colecciones de llaves, relojes de péndulo, espejos y objetos etnológicos, además de tres grandes lienzos de Agustín González sobre Miguel Hernández, Antonio Machado y Don Quijote. Leyendas e iconografía cervantina salpican el local en este año del centenario de Cervantes.

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