El poeta posa como un refugiado ahogado en la orilla
El poeta posa como un refugiado ahogado en la orilla - Carla Fibra
CULTURA

Dionisio Cañas, un poeta manchego en la isla de Lesbos

Vuelve de Grecia, donde ha realizado su taller «El Gran Poema de Nadie» con refugiados

Toledo Actualizado: Guardar
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Recién llegado a la isla griega de Lesbos, el poeta Dionisio Cañas (Tomelloso, 1949) se ha dejado inspirar, muy a su pesar, por la tragedia que viven aquellas tierras con la llegada diaria de refugiados a las costas europeas. El viaje del poeta se enmarca en las actividades que desarrolla para su taller de poesía «El Gran Poema de Nadie», pero sin duda su último destino habrá marcado de forma especial su actividad creadora por el escenario en sí mismo, Lesbos, uno de los puntos de mayor recepción de emigrantes y refugiados, en su mayoría procedentes de Siria, Irak y Afganistan.

Cuando en agosto de 2015 el éxodo de los refugiados se convirtió en la principal noticia en los medios de comunicación de todo el mundo, especialmente por la foto del pequeño niño Aylan ahogado en una orilla de Lesbos, Dionisio Cañas se preguntó: «¿Qué puedo hacer yo para ayudar a los refugiados?».

Entonces, se le ocurrió ir a la isla para hacer allí su taller de poesía participativa, algo que ha llevado a cabo en dos campos de refugiados de la zona. «En realidad, lo que vivimos y sentimos allí se convertiría en el gran poema de nadie».

Y el poeta vio los restos de una patera, grupos de familias de refugiados vagando por el puerto («los que han muerto en el mar se olvidan con rapidez», dice), agencias de viajes con letreros en árabe, «una curiosa forma en que una lengua penetra en un país como Grecia».

En su diario, Dionisio Cañas anota: «Esta noche y esta madrugada se espera llegada de pateras porque el mar Egeo parece estar tranquilo. En la ONG Médicos sin Fronteras nos dicen que esto no parece tener fin. Los políticos europeos solo hablan de regulaciones, mientras la gente sigue muriendo en el mar. La sociedad civil está haciendo lo que los gobiernos no hacen: crear campos alternativos a los oficiales para acoger y ayudar a los refugiados que llegan en las pateras».

Y Cañas es testigo directo de la tragedia: «Hacia la 1.30 de la madrugada ha llegado una de esas embarcaciones hinchables con unas 50 personas. Familias enteras, muchos niños, una joven mujer embarazada que se ha desmayado al bajarse de la patera, un hombre también se ha puesto pálido y se ha recostado en el suelo. Admirable el trabajo de los voluntarios y las voluntarias cambiando de ropa y animando a los niños y a los padres...Los gritos de angustia, los llantos de alegría de haber llegado a la costa griega, los llantos de miedo de los niños se mezclan con las voces de los voluntarios que rodean los botes para que los refugiados no se lancen al mar prematuramente y se ahoguen o se mueran de hipotermia..».

Ya en Mitilene, la capital, el poeta coincidió con el padre Ángel, de Mensajeros de la Paz. Y se pregunta: «¿Puede la poesía cambiar el mundo? La respuesta es no. Pero, ¿puede el mundo cambiar la poesía? La respuesta es, definitivamente, sí. No sé si ha ayudado a alguien el hacer dos talleres con los refugiados, pero mi mirada no será nunca la misma que tenía antes de venir a Lesbos».

Después de diez días compartiendo su vida con los refugiados, Dionisio Cañas ha vuelto a su tierra. «La vuelta a la realidad ‘española’ local me está resultando un tanto irreal; después de haber vivido una realidad tan poderosa como la de Lesbos todo me parece eso, anodino e irreal. Algo semejante me pasó después del 11-S en Nueva York. Desde entonces no había tenido esa sensación de que la nueva realidad es muy irreal».

Y de lo visto nació un poema: Kamel de Irak:

Todavía huelo a él,/ me duele su dolor./Era fácil amar a un refugiado./Irak ya estaba lejos/y la sangre derramada en su tierra/todavía la tenía en los ojos,/ pero sonreía porque pronto/llegaría a Alemania,/su paraíso, su mujer, sus hijos./Todavía se le saltaban/las lágrimas al hablar/de los niños ahogados/que dejó atrás/ cuando tuvo que atravesar/el mítico mar Egeo./Estábamos llegando a Atenas,/atrás quedaba el barro amargo/de la isla de Lesbos./No sabía, todavía, que en Europa/alguien lo iba a odiar./Nos besamos al despedirnos,/como se besan los hombres en Irak./Nunca sabrá que yo estuve a punto de llorar.

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