Puigdemont, el huésped más incómodo

El expresidente de la Generalitat molesta en Bélgica incluso a sus aliados tradicionales, los independentistas flamencos

ENRIQUE SERBETO

No solo son los periodistas españoles quienes se mueven frenéticamente de un lado a otro buscando a Carles Puigdemont en Bélgica. También los dirigentes de este pequeño país están viviendo una crisis grave debido a la presencia inesperada del expresidente de la Generalitat de Cataluña y las consecuencias que se desprenden para su siempre precaria estabilidad política. La oferta de acogida hecha el domingo pasado de forma aparentemente inocente por parte del político independentista flamenco Theo Francken, ha acabado creando un remolino que amenaza con tener un coste no despreciable tanto en su política interior como en sus relaciones con España para el primer ministro , el liberal francófono Charles Michel.

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«Naturalmente, todos los ciudadanos europeos tienen derecho a entrar y salir, a desplazarse en la Unión y a expresarse libremente. La pregunta del día es si, por sus palabras del domingo, ¡por una vez acogedoras!, el secretario de Estado de Migración, Theo Francken, no alentó a Puigdemont, que cometió un acto ilegal en su país, a elegir Bélgica como país anfitrión, dañando así la política exterior de nuestro país» denunciaba ayer mismo el diario «La Libre Belgique» en su editorial principal. El diario se refería a las declaraciones del político independentista flamenco que invitaban a Puigdemont a buscar la protección de Bélgica. El comentario editorial de la directora de «Le Soir» no era menos crítico: «El único episodio cómico del drama español y catalán ha tenido lugar en Bélgica» con la llegada de Carles Puigdemont. Las cámaras de toda Europa están pendientes de si este pide asilo político, si el Gobierno se lo concede o incluso si se le ve en compañía de algún representante nacionalista flamenco, lo que tendría repercusiones graves para la coalición de gobierno de la que estos son una pieza fundamental.

Abundan los comentarios que recuerdan que en los momentos de gran efervescencia nacionalista en Flandes, hace una década, los políticos belgas miraban a Cataluña como un ejemplo de estabilidad, mientras que ahora resulta ser al contrario. Desde que los soberanistas flamencos participan en la coalición del Gobierno federal y ocupan ministerios –algunos tan simbólicos como los de Defensa e Interior– parecen haberse acostumbrado a una actitud más pragmática. De hecho, se interpreta la intervención de Francken en el caso Puigdemont como una paradoja según la cual los radicales flamencos predican la moderación en Bélgica y el independentismo en Cataluña.

«Realmente, el señor Puigdemont molesta a todos en nuestro territorio», dice la directora de Le Soir. «Primero, a un gobierno esquizofrénico, que debe lidiar con un problema de independentismo con ministros nacionalistas en su seno, uno de los cuales es particularmente «locuaz». Pero en segundo lugar, y no menos importante, a los nacionalistas igualmente esquizofrénicos que deben mostrar su solidaridad con los separatistas catalanes para complacer a sus ultras y ser consecuentes con sus estatutos, sin poder admitir abiertamente que consideran la aventura catalana como una locura, imposible de ser imitada por Flandes».

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