PROTAGONISTAS DE LA TRANSICIÓNFernández-Miranda, el hombre que renunció a ser el presidente del Gobierno de la Transición

El catedrático de Derecho Político construyó el engranaje jurídico que permitió pasar de la dictadura a la democracia «de la ley a la ley»

Madrid Actualizado: Guardar
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«Yo era el único Rey o jefe del Estado del mundo civilizado que podría dar a escoger a alguien, en mi caso a Torcuato, si quería ser presidente del Gobierno». La frase es de Don Juan Carlos de Borbón, quien nada más ser proclamado Rey de España formuló a su principal consejero la pregunta que todo político desea escuchar.

- Torcuato, ¿quieres ser presidente?

En aquel entonces, noviembre de 1975, hacía quince años que ese Torcuato –de apellido Fernández-Miranda- colaboraba estrechamente con Don Juan Carlos. Fue en 1960 cuando el azar propició que se conocieran: uno como profesor de Derecho Político, otro como joven alumno de gran porvenir. La primera impresión del Príncipe fue el desconcierto:

-¿Vamos a estudiar Derecho Político sin libros? –preguntó.

-Su Alteza no los necesita –respondió el profesor.

-¿Cómo que no los necesito? ¡Los necesito para estudiar!

-No, no… Vuestra Alteza debe aprender escuchando y mirando a su alrededor.

Ese primer consejo en aquella primera clase derivó en una relación de absoluta confianza mutua. En aquellas clases mano a mano, la a priori ardua disciplina del Derecho mutaba en apasionantes conversaciones sobre la historia, la política y la realidad española, hasta el punto que ese profesor de 45 años ese alumno de 21 entablaron una excelente relación. Tal fue el grado de entendimiento entre ambos que levantó sospechas en el Palacio del Pardo y Franco llamó al orden a Fernández-Miranda.

-¿Por qué tantas visitas al Príncipe?

-Tendrá que aprender qué es el poder y cómo se ejerce.

-Nada de eso. Cómo se ejerce el poder se aprende desde el poder. Eso no le hace ninguna falta al Príncipe.

Salta a la vista que a Franco le gustaba controlar la educación de la persona a la que un día designaría sucesor a título de Rey y eso no estaba garantizado con Fernández-Miranda de por medio. Por eso, decidió que a las clases asistiera un militar de oyente, de modo que luego diera buena cuenta de los temas de conversación. Un chivato, un espía, un soplón. Sin embargo, la consecuencia inmediata fue la contraria y Príncipe y profesor empezaron a verse a escondidas; es entonces cuando su excelente relación alcanzó la máxima cordialidad.

Nueve años después, en 1969, Franco situó a Don Juan Carlos en un brete más que difícil. Le designó sucesor, pero a condición de que jurara los principios fundamentales del Movimiento, la «Constitución» del régimen franquista. En ese momento, a Don Juan Carlos le asaltaron las dudas y le invadió la angustia. Y recurrió a la lealtad y sabiduría de su profesor:

-¿Cuál es la responsabilidad que asumo al jurar los Principios del Movimiento?

-Vuestra Alteza no debe preocuparse. Las leyes atan pero no encandenan. Jurad los Principios del Movimiento, que más tarde los iremos cambiando uno a uno. Iremos de la Ley a la Ley.

Esa fue la primera vez que Fernández-Miranda pronunció la frase que resumía su mayor obsesión política: «De la ley a la ley», el respeto de la legalidad por encima de cualquier vicisitud. Todo se puede hacer, pero siempre respetando la legalidad y rechazando cualquier forma de violencia. Como catedrático de Derecho Político había estudiado al detalle la legalidad franquista y eso le permitió descubrir cuál era el resquicio que algún día permitiría a España llegar a un régimen democrático de derechos y libertades. Aunque para eso aún debían transcurrir unos años más.

Noviembre de 1975. El rostro compungido de Arias Navarro, presidente del Gobierno, anuncia a los españoles por televisión que «Franco ha muerto». Toda España mira a un hombre, el Príncipe Juan Carlos. Sobre sus espaldas pesa la responsabilidad de conducir a España a la libertad y en su mente anidan las incertidumbres sobre el modo de lograrlo. ¿Por dónde empezar?

Es en esos días, don Juan Carlos debe tomar una decisión clave: designar a las dos personas sobre las que apoyarse para llevar a buen puerto su plan aperturista: los presidentes del Gobierno y de las Cortes. Y es en ese momento cuando mira a Fernández-Miranda, su profesor y su leal consejero, y le formula la pregunta que todo político desea escuchar. En larespuesta, sorprendente por inédita, se mezclan la honestidad, la lealtad y la integridad personal.

En aquel momento, Torcuato Fernández-Miranda debía tomar una decisión . Era sencillo intuir que probablemente esa sería su última oportunidad de ser presidente del Gobierno de España, la ambición que hubiese colmado sus expectativas como político. Sin embargo, en la mentalidad de Torcuato Fernández-Miranda había una ambición superior, un anhelo mayor al de colmar sus expectativas personales: una España en libertad.

-Señor, el hombre político que soy desea ser presidente del Gobierno, pero puedo seros más útil como presidente de las Cortes.

Y así fue. Como presidente de las Cortes dirigió con maestría la primera Transición: redactó de su puño y letra la Ley de Reforma Política que permitió transitar de una dictadura a una democracia «de la ley a la ley», propició el haraquiri de los procuradores franquistas y contribuyó decisivamente a la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno del cambio.

Años después, el Rey Juan Carlos le reconoció su generosidad concediéndole el Toisón de oro:

-Un español excepcional que siempre quedará en nuestra memoria con un sentimiento de honda gratitud.

* Juan Fernández-Miranda es redactor jefe de España en ABC y autor de «El guionista de la Transición. Torcuato Fernández-Miranda, el profesor del Rey»

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