En las municipales de 2007, Ada Colau, vestida de superheroína «V» de vivienda, reventó un acto de ICV
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Crónicas de un pueblo

Ni siquiera cuando salen a la calle son capaces de desprenderse de los vicios adquiridos en los platós

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Desvirtuado por internet y urbanizado según los estándares al uso -apenas queda el paisaje, muy de fondo-, el medio rural ni siquiera conserva ya como hecho diferencial ese conocimiento del medio político que, como consecuencia del roce, le permitía pasar por alto las campañas electorales. Sobraban las palabras. «Ya me conocéis todos, soy Juan, el de la Cigüeña», solía decir en los mítines el telonero del alcalde saliente, mentando a la madre, antes de meterse en faena. Ahora se presenta un Peliblanco, buen candidato y heredero de una dinastía socialista que en los años de la clandestinidad se instaló en el pueblo con la ayuda del abuelo de un servidor, falangista y antifranquista. Gato negro, gato peliblanco, lo importante es que cace ratones.

Como decía el hijo de la Cigüeña, allí se conoce todo el mundo, para qué perder el tiempo con discursos. Incluso a los de Podemos -«o como coño se llamen en cada sitio», en palabras de Feijóo- los tienen calados, y si no a sus padres. Por sus motes los reconoceréis.

Ese patrimonio inmaterial de los pueblos, cultura general y familiar de andar por casa y verlas venir de lejos, no le es ya exclusivo al antiguo medio rural. Pese a su lejanía institucional, ahora reducida por exigencias del guión electoral, los candidatos de una gran ciudad, pongamos que hablamos de Madrid, resultan tan cercanos -para lo bueno y lo malo- como los personajes de un reality, que fue la alternativa que la televisión impuso a comienzos de siglo para suplir y falsificar el cotilleo vecinal de toda la vida. La sobreexposición mediática de unos aspirantes a alcalde o presidente regional con los que sus votantes se acuestan y levantan desde hace años -virtualmente hablando, que es de lo que se trata, de hablar bien o mal de la gente que uno tiene más a mano, en la punta de la lengua- ha hecho que la campaña resulte accesoria, si no contraproducente. A buenas horas graban un vídeo electoral que parece de suavizante o pasta de dientes con Cristina Cifuentes de modelo. ¿Y Carmona, y Colau, y Aguirre? ¿Qué van a contar que no sepamos a estas alturas? ¿Programa dice? ¿En qué cadena?

Fuera del circuito de los medios, no hay ambiente de campaña porque se la han cargado sus propios promotores. Quedan las encuestas, a modo de share. El roce hace el cariño, pero también la confianza da asco. Entre los dos extremos se sitúa una compañía estable de políticos que interpreta en redes sociales y platós unos papeles para los que el 24-M no pasa de ser un punto y seguido de clímax. A la mañana siguiente sigue la función. Ni siquiera cuando salen a la calle son capaces de desprenderse de los vicios adquiridos en los estudios televisivos: Carmona se va a poner un teléfono como el de «Hola Raffaella» y Aguirre viaja ahora con un chéster, sofá antes conocido como capitoné. Puestos a tratarnos como vecinos, queda mejor lo de «Soy Esperanza, la del carril bus», como se presentaba el hijo de la Cigüeña. Ya nos conocemos.

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