El banco azul, ayer: la ausencia de Gallardón y Margallo, de viaje en Nueva York, obligó a que Morenés y Montoro adelantaran posiciones junto a la vicepresidenta
El banco azul, ayer: la ausencia de Gallardón y Margallo, de viaje en Nueva York, obligó a que Morenés y Montoro adelantaran posiciones junto a la vicepresidenta - Jaime García
Ley del aborto

Rajoy intentó en junio frenar a Gallardón al conocer los sondeos

El ministro planteó entonces su salida pero el presidente aplazó la decisión

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Una mañana templada de junio de 2014. Está a punto de llegar el verano a Madrid. En Moncloa, no obstante, va a estallar una tormenta. Mariano Rajoy ha llamado a su despacho al ministro al que encargó en 2011 empaquetar sus enseres de alcalde y pilotar la plasmación del delicado compromiso electoral, aunque vago, de cambiar la ley del aborto de Zapatero para proteger más al nasciturus. Le enseña una encuesta. Más bien, le enseña la encuesta. Pedro Arriola, el sociólogo más influyente de Rajoy, lleva semanas insistiendo: más del 40% de los electores rechazan de plano la reforma de la ley del aborto. Tras perder 2,6 millones de votos en las europeas, era lo que faltaba. Es el golpe de gracia.

Los simpatizantes más jóvenes del partido de Rajoy se revuelven contra la ley de supuestos y prefieren la de plazos. Algunos, pocos pero algunos, han votado a Podemos. Lo dice el sondeo de Arriola. Ese día es el comienzo del fin de Alberto Ruiz-Gallardón.

Desde entonces, según ha podido confirmar ABC de fuentes cercanas a ambos miembros del Gobierno, la relación de Rajoy y su ministro entra en barrena. Nunca fueron grandes amigos, pero el jefe del Ejecutivo sí reconoce la valía del exalcalde. Está en sus antípodas a la hora de ejercer la política, pero cree en su arrojo. Una mujer (Esperanza Aguirre) impidió con su órdago que fuera en su lista en 2008; y otra (Ana Botella) facilitó con su deseo de ser alcaldesa que sí lo incorporara en 2011. Es el estilo Rajoy: dejar hacer. Y cuando necesita apoyarse en alguien lo hace en su particular G-4: sus ministros-amigos Margallo, Pastor, Soria y Fernández Díaz. Por eso, cuando algún compañero del Consejo de Ministros le aborda durante el tortuoso trámite de la ley del aborto para quejarse de la osadía de Gallardón, siempre contesta. «Son cosas de Alberto». Y «Alberto», mientras tanto, empieza a sondear a algunos amigos, y entre ellos a miembros de su antiguo equipo de la Alcaldía de Madrid, sobre la conveniencia de irse. El presidente, sin embargo, busca una solución, aunque sea salomónica: suavizar el texto sin llegar a retirarlo, como finalmente haría anteayer. Pero, como Salomón, la salida no contentaría nunca al ala más conservadora del partido ni recuperaría los apoyos centristas sin los que el PP no puede ganar. Por eso, solo pacta una cosa con su ministro: tiempo. No era la primera vez que Gallardón amagaba con irse. Rajoy, según su entorno, creyó que el lobo tampoco vendría esta vez.

Pero el ya exministro quema desde entonces sus naves. Nada tiene que perder. De hecho, sabe que tarde o temprano tendrá que recoger las maletas. A la desesperada, anuncia en julio que la ley saldrá adelante «antes de que acabe el verano». Y remacha: «El verano acaba en septiembre». Es su último órdago. Contra su voluntad, Rajoy y Sáenz de Santamaría le habían ordenado suavizar el punto más contestado referido a las malformaciones del feto. Ya lo ha hecho y sus «jefes» lo tienen en sus respectivos despachos.

Encuestas demoledoras

En Moncloa hay desde entonces orden de no desautorizarle (la vicepresidenta se hace especialista en eufemismos cada vez que se le aborda los viernes) pero tampoco hay deseo de desbloquear el texto. Máxime desde que los sondeos internos revelan que el ministro ha pasado de ser uno de los líderes más apreciados por sus guiños a la izquierda, que le posibilitaron cinco mayorías absolutas en Madrid, a ser uno de los menos valorados. «Entre enfadar a Gallardón o a nuestros electores preferimos lo primero», aclara un miembro de la dirección. Los barones -de Monago a Feijóo, de Herrera a Fabra- marcan también distancias. Pero Rajoy no quiere hacer sangre; por eso, Cospedal, según revelan en Génova, le lanza un guante el lunes cuando recuerda que las decisiones del Ejecutivo «son colegiadas». No iba a cargar el ministro solo con el fracaso.

Pero para entonces el impulsor de la ley ya ha tomado la decisión. El viernes 19, cuando a media tarde el Parlamento catalán aprueba la ley de consultas, habla con Rajoy: los recursos contra el desafío soberanista están ultimados.«Trabajo terminado. Presidente, me voy», le comunica. No obtiene respuesta. Ante el silencio, Gallardón se malicia que, como el miércoles anterior, tendría que volver a acudir al Congreso (ayer había previstas una interpelación de IU y una pregunta del PSOE) sin saber qué decir. Por eso, el lunes vuelve a plantear una determinación: o Rajoy anuncia la retirada del texto antes de irse a China o espetaría su renuncia desde su escaño. La tarde del lunes, el presidente comunica a sus cargos que no puede permitir que Gallardón dimita mientras él está en China y el Rey en la ONU.

Por eso, el martes dice en primera persona y contra todo pronóstico que retira el texto más controvertido de su mandato. Paso franco: Gallardón dirá adiós apenas cuatro horas después. Tras la tragedia griega, cae el telón.

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