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Los candidatos a las elecciones en el plató antes de iniciar el debate - EFE

El mejor orador del mundo analiza el debate a cuatro de los candidatos

El encuentro fue precisamente lo que pocas veces había tenido la democracia: un lugar para confrontar argumentos e ideas

MADRID Actualizado: Guardar
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Dicen que la historia está condenada a repetirse. No en vano, es 2016 el 400 aniversario de la muerte de Cervantes. ¿ Hemos visto, el 13 de junio, repetirse su más famosa historia?

Han pasado 190 días de campaña electoral desde el «debate decisivo». Idas y venidas, debates de no investidura y en definitiva, 6 meses y 7 días, con palabras, pero sin gobierno. Así llegaban los cuatro candidatos al DEB4ATE. Presión, promesas —algunas cumplidas, y otras no tanto—. Un presidente que comparecía obligado y tres adversarios que a priori harían de esas dos horas y media, las más largas, para este, de una corta legislatura. Crónica de una muerte anunciada. O no.

Empezó Iglesias. Declaración de intenciones.

«Solo habrá un gobierno progresista si viene de la mano de Unidos Podemos y el Partido Socialista Obrero Español». Se había quitado el boli. Bajaba el tono. Más seguro y convincente. Se notaría en el debate.

Siguió Rivera. Mensaje claro: es necesario un cambio, y hay dos opciones: a peor, por el populismo, o a mejor, con el centrismo, las propuestas y los acuerdos. Le vino bien el atril. No titubeaba. Contundente. Parecía otro.

Sánchez. Búsqueda desde el primer minuto de un argumentario digno de Felipe González para recuperar a un desilusionado electorado socialista. Sin embargo, algunos errores, mantenidos e impropios de tal mensaje. Misma sonrisa innecesaria que el 7D. Desdibujado.

Y finalmente, Rajoy. Ante tanto optimismo, otro mensaje sencillo: perseverar, seguir con un gobierno sensato y conseguir una España mejor. «No somos perfectos, pero sí los mejores para Gobernar España». Primera vez. Nada con qué comparar. Fiel a sus post-it y su papel, pero imagen de Presidente. Imagen de la experiencia.

Todo ello marcó el inicio de un debate de calidad. Sin interrupciones, sin insultos. Todos pudieron esgrimir sus argumentos. Algo a lo que España, y su nueva democracia no nos tienen acostumbrados. Se escuchará que fue un debate poco agresivo. Sin chica. Aburrido. Pero permítanme que me separe de la crítica fácil para decir que fue un debate respetuoso, clarificador y con sentido.

Un debate correcto, donde lo que marcó la victoria no fue la compostura ni la ejecución, sino la estrategia y el planteamiento. A quién merecía la pena atacar y a quién no. La pizarra.

El candidato del Partido Popular, cual molino en la llanura, solo necesitaba encajar los golpes. Lo hizo. Y lo hizo bien. Pero además, utilizó el viento —su gestión durante los últimos cuatro años— como aspas para atacar al que creyó —acertadamente— su único enemigo.

Don Quijote —Pablo Iglesias—, galgo corredor, ocupó orgulloso, duro, tal condición. La que las encuestas le otorgaban. El gran rival. Y lejos de encogerse ante tal responsabilidad esgrimió un discurso correcto, lleno de datos y más moderado que en otras ocasiones. Atinado. En definitiva, una alternativa. Alternativa, que no puede ser ganadora sin su compañero Sáncho-ez, y al que por eso tendió constantemente la mano. Quería que se notara y se notó: «Te equivocas de enemigo, Pedro».

Pedro. Sin una estrategia clara, supo defender pero no a quién atacar. Quien mucho abarca poco aprieta y el no encontró su sitio. El problema no fue cabalgar, que lo hace bien. Fue no saber si Don Quijote era un loco que no sabe a dónde va, o si el gran molino era el enemigo a derrotar.

Albert Rivera. Correcto. Centrista. Preparado. Mejor que en sus últimas ocasiones y haciendo gala de su trayectoria en debate. Digno de un experto en comunicación. Afirmación, Razonamiento, Evidencia. Claridad. Las encuestas le otorgaban un claro papel: ser la cordura de Sánchez, indicarle qué elegir: un pacto improbable con el molino, o un pacto con Don Quijote, demasiado peligroso. No quiso o no le dejaron hacerlo. No perdió. Pero para lo bien que lo hizo, tampoco ganó. Tenía que haber tenido una estrategia más clara. Demasiados frentes abiertos para un solo debate.

El primer debate entre cuatro candidatos de la historia de la democracia fue precisamente lo que pocas veces había tenido la democracia. Un debate donde confrontaron argumentos e ideas, mejorable quizá, pero debate, por fin.

Si tuviéramos que prescindir de ideologías y proclamar de esta contienda dialéctica un ganador, probablemente sería el Molino, al que todos intentaron derribar y no consiguieron superar. O tal vez, Don Quijote, que quizá no gusta, pero sabe ilusionar a los que creen en su gesta.

Un servidor no sabría por quién decantarse pero sí sabría decir que ambos, Molino y Quijote, fueron en este aniversario los protagonistas. ¿Cómo acaba la historia? No lo escribió Cervantes. Lo escribe el 26J.

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