José Luis Jiménez - Pazguato y fino

Líder, mensaje y movilización

La victoria abrumadora del PP no es una casualidad, sino el resultado de una estrategia de campaña diseñada al detalle

José Luis Jiménez
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Todo comenzó cuando Alberto Núñez Feijóo comunicó a los suyos en el mes de mayo que repetiría como candidato a la Xunta. Fue en ese preciso instante cuando la maquinaria popular empezó a esbozar la estrategia de campaña, que habría sido otra radicalmente distinta de haber tenido que impulsar a una cara nueva. Ese peaje que ha pagado la oposición es uno de los que Feijóo se ahorró en estas autonómicas. Mientras otros tuvieron que darse a conocer, él y su partido se centraron en convencer, principalmente a los desencantados que alguna vez votaron al PP. Las líneas maestras se trazaban al milímetro.

Las claves fueron tres: un candidato con una buena imagen y valorado positivamente en las encuestas; un mensaje fácil y escueto para calar en el electorado propio y ajeno; e impulsar la movilización de la tropa popular como si de una elección histórica se tratara.

La combinación de estos elementos es lo que le ha garantizado a Feijóo preservar sus 41 diputados, subiendo votos y porcentaje respecto a los resultados de 2012. Su equipo de campaña acertó.

Empezando por el final está la variable de la movilización. El riesgo era doble: combatir el hastío social por la concatenación de elecciones generales y recuperar al votante desencantado por los escándalos de corrupción, que o bien se fue a Ciudadanos o se instaló en la abstención. Con 15.000 votos más que hace cuatro años, la receta del PPdeG fue silenciosa: utilizar a su militancia —casi 100.000 simpatizantes en el territorio— como agentes electorales y la campaña veraniega del «banco azul». Esta iniciativa, poco publicitada, permitió volver a humanizar la figura de Feijóo tras siete años como inquilino de Monte Pío. El presidente bajaba a dialogar directamente con el ciudadano, sin cámaras, sin intermediarios, abierto a críticas y reproches. Sin censura, en resumen. Se despojaba de la imagen de arrogancia que desprende la clase política en estos momentos, y el desencantado podía volver a darle un margen para la confianza.

La movilización del ejército popular se ha ido evidenciando en los actos de esta campaña. La facilidad del partido para llenar mítines como la Plaza de Toros de Pontevedra —uno de los motores anímicos de este periodo— tenía continuidad con la alta afluencia de simpatizantes en otros actos más pequeños en cabeceras de comarca o, incluso, pequeñas villas. Feijóo volvía a ser reclamo.

El segundo elemento es el mensaje. «O Feijóo, o el caos», lo planteó desde el primer minuto el PP y sus diferentes portavoces. Con cada batalla interna de la guerra civil socialista, con cada cruce de acusaciones entre los inquilinos de la Marea, con cada convulsión de los gobiernos populistas de las ciudades, el mensaje popular sumaba adeptos. No necesitaban explicarlo sino, sencillamente, abrir el periódico. La oposición fue el más hábil colaborador en este punto.

Y por último, obviamente, la sobreexposición del candidato por delante de las siglas, no como argucia para su negación, sino para trascenderlas. Convertir a Feijóo en «militante de Galicia», hacerle pronunciar de nuevo el «galego coma ti» de Fraga, hacer suyo el mensaje regionalista del viejo PPdeG de los Albor o Cuiña no era una cuestión azarosa. Feijóo cerraba el círculo con el pasado presentando un horizonte de futuro, o al menos hasta 2020. Más allá, todo queda muy lejos.

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