Nueva sede del Consejo Europeo en Bruselas
Nueva sede del Consejo Europeo en Bruselas - EFE
Quince años de la moneda única

Un pilar imperfecto en la construcción de la idea europea

Los países se resisten a una autoridad económica única y un presupuesto propio

CORRESPONSAL EN BRUSELAS Actualizado: Guardar
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El euro es uno de los instrumentos más importantes de la construcción europea. En la primera crisis financiera global se ha revelado como una moneda imperfecta y sus carencias institucionales se han puesto de manifiesto con toda crudeza. Pero las teorías según las cuales los países más afectados por los problemas de deuda pública habrían resistido mucho mejor a las turbulencias financieras no han prevalecido. Ni siquiera en el caso de Grecia.

A pesar de todas las tesis catastrofistas, los griegos se han mantenido asidos con uñas y dientes a la moneda que según ciertas teorías era la causa de sus tribulaciones. También es cierto que en lo más áspero de las negociaciones, en el verano de 2015, con un gobierno populista recién llegado al poder en Atenas, se plasmó por primera vez en un documento del Eurogrupo la amenaza de dejar a Grecia fuera del euro durante un tiempo.

Pero incluso si se hubiera tomado la decisión política, legalmente habría estado plagada de obstáculos, porque el proceso por el que un país asume el euro como moneda es de hecho irreversible.

Pero en lo que todos han estado de acuerdo es que una moneda única necesita una política económica única. A pesar de todos los avances que se han hecho en materia institucional, con la creación del semestre europeo, el «six pack» que incluye la supervisión presupuestaria previa por parte de la Comisión Europea, los avances en la unión bancaria, con la creación del supervisor único como una nueva rama de competencias del Banco Central Europeo (BCE), los países se resisten a depositar su confianza en una autoridad económica europea y no hay ningún indicio de que a corto plazo vaya a existir un presupuesto europeo propio que no dependa de las aportaciones nacionales.

La crisis bancaria en Italia va a volver a poner de manifiesto las debilidades institucionales de la moneda. Para los pesimistas, se demuestra que los mecanismos de supervisión y rescate son insuficientes, para los optimistas es solamente un paso más en la buena dirección, porque los ortodoxos (léase Alemania) no aceptarán que se mutualicen las deudas de las crisis financieras hasta que el nuevo supervisor único no pueda empezar a controlar a partir de gestiones conocidas, no sobre lo que cada cual tenía escondido como herencia del pasado.

Y con todas las carencias, el euro sigue siendo junto a la zona Schengen de libre circulación, el principal cemento de la idea europea. Teóricamente, todos los países miembros están obligados a adoptarlo como moneda, con la notable excepción del Reino Unido y en distinta medida Dinamarca. Polonia es el único de los países grandes que falta por sumarse al club de la moneda única, aunque en estos momentos esté gobernado por un partido euroescéptico y enfrentado con Bruselas. Para los británicos, que han decidido abandonar la Unión Europea, se abre ahora un periodo de turbulencias graves para intentar retener en Londres el centro del mercado financiero de la divisa europea, que hasta ahora ha sido uno de sus principales componentes. Distintas capitales europeas se van a disputar el privilegio de ser el epicentro financiero del euro, con París y Fráncfort en la primera línea de salida, frente a los intentos de Londres para no perder sus posiciones.

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