IVÁN MATA

Mario CondeDe oca a oca, del azar a la necesidad

La carrera del expresidente de Banesto, arruinada por sus propios errores, ha sido letal para él mismo

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Pocas personas vivas disponen de tantas biografías escritas por amigos y adversarios, incluso autobiografía a través de varios libros de memorias, gruesos y generosos en excusas y explicaciones, que permiten reconstruir las andanzas del personaje y entender su destino con fatal trayectoria hasta el desastre final. Mario Conde ha tenido una vida llena de acontecimientos, a veces lineal, otras acelerada y peligrosa, y también agobiada y frustrante por la que ha tenido que pagar factura, mientras que otros que conoce de cerca salieron bien librados, quizá porque supieron no exponerse o no ir tan lejos como él.

Conde nunca produjo indiferencia, tampoco rechazo, más bien admiración, aunque a alguno de sus amigos y compinches, que luego dejó de serlo, le escuché hace un años una conclusión rotunda: «Mario es letal», sin dar más detalles.

Ha sido letal para él mismo, porque lo tuvo casi todo para acabar tirándolo por la borda por sus propios errores y desafíos. Y letal también para alguno de sus compañeros de aventuras que acabaron en la cárcel, algo que nunca imaginaron, y menos ricos y admirados de lo que esperaban y creían merecer.

Que naciera (1948) en Tuy, tierra gallega de frontera, con un padre aduanero, debe tener alguna importancia, aunque sea mero azar. Que luego creciera en Alicante, en un Mediterráneo más fenicio, tampoco debe ser determinante. Sus brillantes estudios de Derecho en Deusto, con los jesuitas, cuando era una de las universidad que proporcionaba billete de entrada en las mejores empresas, forman parte de una trayectoria relativamente convencional, algo elitista, pero no tanto. Tampoco es raro que opositara a abogado del Estado, uno de los cuerpos más influyentes, y que tras unos años de ejercicio recalara en una empresa familiar, Abelló, que necesitaba asesoría jurídica ambiciosa y bien conectada.

Una vida profesional de oca a oca y tiro porque me toca, durante el transcurso de menos de una década recorrió todo el tablero, de servir al Estado a trabajar para el gran capital. Sirvió tan bien a sus patronos que se convirtió también en propietario, en dominical, tras la venta de los laboratorios Abelló, que sirvió de trampolín para comprar barato y vender muy caro Antibióticos y convertirse en ostentoso capitalista inversor a partir de 1982, dominador de muchas de las mañas de la nueva época de galácticos, los nuevos Midas, un tanto desvergonzados con ambición descontrolada.

Cumplidos los 40 no era como para relajarse ni conformarse con una vida fácil de nuevo rico; además, le quedaba probar con el poder político. Si era el más listo de la promoción, el más osado de la panda, ¿no estaba obligado a aspirar a mucho más? No le faltaron animadores y aplaudidores que le empujaron a aspirar a presidir el gobierno, a cerrar el círculo, a codearse con los rusos y con el Papa, con Israel y los masones, a subirse al globo terráqueo.

Como paso intermedio la aventura de Banesto, primer banco de España, dominado por grandes familias tradicionales, que se entregaron a Conde para salvarse de una opa mal planteada. La historia de España hubiera sido distinta (y sospecho que mejor) si aquella opa no hubiera fracasado. Pero fracasó y dio alas al abogado del Estado convertido en rico propietario para desafiar al capital y al Estado y para ganarles por la mano.

El acto de entrega del doctorado «honoris causa» de la Complutense, con asistencia del Rey abajo de todo el Gotha español, es quizá el acto más decepcionante para la clase dirigente española. Faltaron pocos, entre todos impulsaron las ambición del doctorado que perdió el suelo ante tanto adulador.

Al final unos cuantos funcionarios de segunda, un tal Pérez (Banco de España), un tal García (Audiencia Nacional)... y un informe de la Reserva Federal de Nuevo York concluyeron en la intervención de Banesto y dieron con Conde en el suelo. De oca en oca, del laberinto al 30, pero una tirada le dejó en prisión, sin tirar más veces; y ahora otra le puede dejar en la muerte civil. El Conde posterior a la intervención de Banesto en 1993 entró en un proceso de decadencia que le llevó a la cárcel, al más rotundo fracaso en la política y a encerrarse en sí mismo con lecturas extravagantes.

Cumplió menos de la mitad de la condena, apenas 8 de 20 años, convencido de que pagaba por sus errores y por los de otros que se libraron por privilegio, y a partir del 2005, al borde de cumplir los sesenta, sin su compañera Lourdes al lado, Conde se convirtió en «juguete roto», víctima de exuberancias irracionales de todo tipo. Y cuando creía que ya no contaba, que le habían olvidado le llega una nueva factura agobiante que le devuelve a prisión, a él y a los que más quiere, a los que le quedan. Un drama para Almodóvar.

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