David Gistau

Goles son amores

David Gistau

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En las películas ochenteras de Superman, las de Christopher Reeves, hay un momento en que el héroe renuncia a sus superpoderes por amor. Se alivia, por añadidura, del voto de soledad que es tan inherente al paladín desde los tiempos de los «desfacedores» de la caballería galante que los escritores de novela negra se lo impusieron también a sus detectives. La renuncia a sus poderes por amor se nos antojó siempre una gran pelotudez de Superman. Vamos, para llevarse las manos a la cabeza. Un tipo más o menos alienígena, de naturaleza providencialista y mesiánica, tiene la capacidad de volar, de retorcer inmensos puentes de acero, de librar peleas con seres prodigiosos y de salvar a la humanidad varias veces al mes. Vive solo, está en forma, el peinado con fijador le hace un rizo monísimo y tiene también un picadero en un maravilloso paraje congelado donde las novias le ronronean durante el finde, extenuadas. Y el muy memo va y renuncia a todo eso para contraer matrimonio como usted y yo y sacar la basura por las noches en un adosado cualquiera de una zona residencial mientras fuma tres caladas a hurtadillas, no sea que lo vea Lois. Superman fue un gran botarate. Lo bueno es que recibió castigo cuando en un bar fue golpeado por un hombre corriente, de camisa leñadora, y por primera vez sangró. Se ve que aquello no le hizo gracia porque se restauró en cuanto pudo los superpoderes y lo primero que hizo fue regresar al bar para vengarse, abusando como superhéroe del hombre que lo había derrotado como igual. Eso no le gustó a mi padre en el cine y me lo hizo notar. Lo dicho: Superman es un gran pelotudo.

Ustedes se preguntarán, por la ubicación de esta página, si en algún momento vamos a hablar de fútbol. Bueno, tampoco hay prisa, convendrán conmigo en que el partido del Real Madrid fue flojo como para demorarse media página con Superman. No fue un gatillazo después de una sesión de buen juego, como el día del Valencia, fue un partido malo y frustrante, con muy escasas percepciones jerárquicas, en el que además a Zidane le explotó la quimicefa de sus experimentos que habitualmente le funcionan como si conociera hechizos. No deja de ser significativo del ambiente volátil con el que se trabaja en el Real Madrid que un simple mal día del técnico haya sido aprovechado por muchos emboscados para sentirse por fin reivindicados en su convicción de que un entrenador que en menos de dos años ha ganado dos copas de Europa, una Liga y no sé qué otra quincallería de supercopas e intercontinentales siempre fue una perfecta nulidad que por fin el sábado se reveló como tal. Este diletantismo del español sentado, que hoy ha llegado a la oficina proclamando en la máquina del café que él ya había dicho que Zidane es un bluf, es un tema de conversación que tengo a menudo con un amigo, natural de Madrid y del barrio de Chamartín, al que miré estupefacto una vez en que, mientras paseábamos por Central Park, se puso a pegar voces a unos americanos que jugaban al béisbol por lo mal que, según él, lo hacían. Estoy deseando llevarlo a Pretoria para ver cómo insulta a los bóers por lo mantas que son al rugby.

Ustedes se preguntarán que por qué arranqué el texto con Superman si no tenía intención de cerrar la imagen. Bueno, ya va. Empecé con Superman porque, sin CR7, otro que vuela, otro al que los pijamas le quedan ajustados encima de la musculatura, el Madrid parece un antiguo héroe que ha extraviado el superpoder del gol y que va por los bares pegando tumbos y dejándose empujar por simples seres humanos que lo perciben gripado en lo que Orfeo Suárez llama «la zona erógena». Pues cuidado, que cualquier día le restaurarán a CR7 y el Madrid se vengará como superhéroe de todo aquello que le hicieron como humano. Será un abuso, pero da igual. No se pueden acabar los goles y el verano al mismo tiempo, no sin que nos pongamos de un humor melancólico que ni el joven Werther.

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