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Tres años para ganar el Mundial de Fórmula 1

Red Bull y Mercedes necesitaron ese tiempo para lograr títulos. McLaren quiere acortar los plazos con Honda

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La paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muy dulces. Nadie en la Fórmula 1 acepta la parte inicial del mensaje de este proverbio oriental. Nadie quiere atravesar el desierto y pasar calamidades, sino llegar al oasis, beber y acomodarse bajo las palmeras. Pero la historia reciente de este deporte propaga esa idea: vence aquel que desarrolla la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. En concreto, tres años. Los dos últimos coches que gobernaron el Mundial, Red Bull y Mercedes, precisaron ese margen para levantar trofeos y llenar las pantallas un fin de semana detrás de otro. Honda tiene una genética de natural paciente: son japoneses. Gente estoica acostumbrada a esperar. Viene el curso muy torcido en McLaren

, también en Italia (Alonso, decimosexto ayer), y ya se han alzado voces reclamando que la atención se centre en el monoplaza de 2016. Fernando Alonso, feliz en febrero y preocupado en septiembre, es el primero que lo pide.

Red Bull aterrizó en la F1 en 2005 del brazo de su patriarca, Dietrich Mateschitz. Cuando alguien como el multimillonario dueño de las bebidas energéticas asoma la nariz por este mundillo, todos son facilidades y atenciones en aras de su majestad el dólar. Dos cursos de pruebas con David Coulthard y Christian Klien situaron a Red Bull en la mitad de la parrilla.

A partir de 2007, Red Bull aceleró su progresión con la contratación de los auténticos fetiches de este deporte, los ingenieros. Llegó Adrian Newey con su prole de sabios, Peter Prodromou, Paul Monaghan y demás... Coulthard y Mark Webber engrasaron la maquinaria de un coche en constante evolución durante 2007 y 2008, hasta que en 2009 aterrizó Sebastian Vettel para marcar las diferencias. El bólido era todavía mejor en sus manos. Inauguró su periplo de triunfos: seis grandes premios. Acabó el año como el coche más potente, aunque el título fue para Brawn GP y sus famosos difusores. A partir de 2010 y de la debacle estratégica de Ferrari en Abu Dabi, Red Bull comenzó a pasearse en una secuencia con final en 2014: cuatro títulos consecutivos de Vettel.

Mercedes vivió algo parecido. Se estrenó como constructor en 2010, con Ross Brawn en la dirección y Michael Schumacher y Nico Rosberg al volante. El manantial de millones desde la casa madre en Stuttgart no evitó que el gigante germano mostrase un perfil invisible en 2010 y 2011: ninguna victoria, dos veces cuarto en el campeonato de constructores.

Al tercer año, el bólido creció: un triunfo de Rosberg en China y mejores perspectivas de futuro. Gente paciente al fin y al cabo, los alemanes exhibieron su potencial en 2013. Lewis Hamilton aportó el salto de calidad y espoleó a Rosberg: tres conquistas parciales en el calendario (Mónaco, Gran Bretaña y Hungría).

Desde 2014 el Mundial es un tedioso diálogo entre dos pilotos -Hamilton y Rosberg-. Los demás coches se encuentran a millas de distancia. Solo un golpe de gracia de Bernie Ecclestone con su mando a distancia parece en condiciones de cambiar el signo aburrido de los tiempos.

Honda ya vivió esta singladura. La multinacional japonesa fabricó coches desde 2006 a 2008. Una inversión estratosférica con Button y Barrichello al mando que se saldó con fracaso. Después de un único triunfo en tres cursos (Button, en Hungría 2006), Honda vendió su equipo a Brawn sin la conciencia de la realidad: tres años después, había construido un bólido fantástico con el que Button se erigió campeón del mundo.

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