CÁDIZ CF

Las copas del Trofeo

Este fin se semana se pone en liza una nueva edición del Carranza, el 'Trofeo de los Trofeos'

Pepe Reyes

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Duda, con el Málaga, levanta el Trofeo Carranza.

Mucho ha cambiado el Trofeo Carranza a lo largo de sus sesenta y dos años de historia. De la fresca irrupción de sus inicios, allá por los años cincuenta, a su absoluto esplendor en la década de los sesenta y primeros setenta, su decadencia progresiva de los ochenta, hasta transformarse en lo que se ha convertido en la actualidad, una pseudopachanga casi anónima de pretemporada.

La vida, los hábitos, las costumbres, el fútbol, todo cambia con el tiempo, y nuestro Trofeo no iba a quedar exento de esta mudanza obligada. Pero siempre queda algo que permanece, eso que simboliza la esencia de lo que representa, lo imperturbable, lo definitorio. Las copas. Esa atemporal tríada de matrioskas, elaboradas con minuciosa orfebrería, cuya sola observación parece retrotraernos a aquellas inolvidables noches que, cada declinar de agosto, vivía la ciudad. Esplendoroso tridente argéntico que, a modo de podio olímpico de fantasía, durante tantos años se expusiera en el escaparate de la tienda de Moral, en la calle Columela. Su aparición, que a todos los viandantes cautivaba, suponía el agudo toque de clarín visual que anunciaba la inminencia de una nueva edición del ‘Trofeo de los Trofeos’.

Como reliquias mostradas en la iluminada capilla de un ábside policromado, todo transeúnte que por allí pasara, tanto local como forastero, quedaba convertido en un miembro más de una espontánea feligresía, que cada año renovaba su estival advocación. De prolijo exorno y de un abigarramiento sinuoso y excesivo, la copa es esbelta y estilizada, barroca, femenina y recargada, mecida por un contenido dinamismo de proyección ligera y vertical.

Las gráciles y livianas asas simulan sus brazos agotados, siempre en jarras, indiferentes al paso del tiempo, que transcurre ajeno a la plata fría de su material. Y la cúspide vegetal de la tapadera es una dorada y recogida cabellera, besada por el viento, al que parece rendirse reclinadamente, delicadamente, con un cansancio atávico, altivo, señorial.

Pasado, presente y, por qué no, futuro del Trofeo Carranza, con su gloria, su fútbol, su fiesta, quedarán siempre reconocidos por el inconfundible estandarte de su copa.

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