Parte del despliegue policial que el año pasado blindó Bayreuth
Parte del despliegue policial que el año pasado blindó Bayreuth - EFE

Festival de Bayreuth: Parsifal, la religión y sus miedos

Los atentados islámicos y Laufenberg obligaron a extremar la seguridad en el teatro de Wagner

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

¿Qué ha cambiado desde que Bayreuth inaugurara su última temporada con el «Parsifal» de Uwe Eric Laufenberg? La apariencia externa indica que apenas nada. Entonces, Ovidio García Prada, que tan buenos textos ha dejado en estas páginas sobre el festival, titulaba su crónica en «estado de sitio» dando cuenta de varias medidas de seguridad que aún siguen vigentes: controles en los accesos cercanos, circulación desviada por calles laterales, prohibición de bolsas y objetos de determinado tamaño, y la, más o menos discreta presencia policial, fuera y dentro del teatro. Los atentados terroristas islámicos y la orientación «panreligiosa» de la propuesta escénica de Laufenberg obligaba a extremar la seguridad en un entorno en el que tan importantes son las obras como las ideas que le dan forma.

Algunas de ellas se hacen evidentes. En los cuidadísimos jardines que rodean el teatro de Wagner, diversos paneles, colocados al lado del busto del compositor, rinden homenaje a los intérpretes wagnerianos que sufrieron el Holocausto. También se anuncia un pequeño simposio de dos días y varios conciertos tratando el controvertido cruce de intereses entre Wagner y el nacionalsocialismo. Podría parecer evidente la sensación de mala conciencia y, en consecuencia, la obligación de seguir depurando la verdad de una historia que el propio Wagner y muchos de los que le siguieron, incluyendo a familiares y admiradores, convirtieron en sospechosa. El momento surge tras un devenir histórico en el que su obra ha pasado por mil y una interpretaciones, ya sea el naturalismo, el sentido espiritual, lo místico o lo metafórico. Aún así, la exhibición de los pecados, sea como acto de contrición o como interpretación interesada de la obra de Wagner, pone tantas cosas «desagradables» de manifiesto que convierte en cínicamente cándidas las palabras de Laufenberg, cuando el año pasado opinaba sobre lo «absurdo» de las medidas de seguridad que se han instalado en Bayreuth.

Todo ello es independiente de la buena intención de su propuesta. En realidad, el tiempo ha diluido el trabajo en una narración cuya capacidad de ofensa es relativa. Las tensiones religiosas son esencialmente formales ante una obra de textura tan inmaterial, y producto de un relato que la sitúa en una iglesia cristiana en algún lugar de Oriente Medio. Medio destruida y con monjes que acogen a refugiados de todas las religiones. Es ya un lugar común identificar a Amfortas con Jesucristo y una necesidad argumental colocar a Parsifal como soldado o inscribir en el entorno musulmán el castillo mágico de Klingsor, harén en el que se acumulan crucifijos como si de exvotos conquistados se tratase. A todas luces pierde fuerza teatral la magnificencia del misterio a favor de la evidencia, particularmente ante los encantamientos de Viernes Santo en los que un video «digiere» entre una cortina de agua las caras de Amfortas, Kundry y la del propio Wagner. Un halo de bondad concluye en el momento en el que todas las religiones depositan en el ataúd de Titurel, padre de Amfortas, un objeto sagrado.

La cuestión está en la supervivencia futura de la propuesta escénica. De momento, obliga a mantener la seguridad policial en Bayreuth en el convencimiento de que los supuestos ofendidos apenas se fijarán en el relativo éxito del entretenido y previsible Laufenberg frente al abrumador aplauso que este año ha recibido la interpretación musical. Se jalea y mucho al veterano director Harmut Haenchen. Su propuesta es enormemente consistente, sintácticamente trabada y rítmicamente fluida, pero también un punto analítica y distante. Georg Zeppenfeld ofrece un grandioso Gurnemanz, bien cantado, de voz sólida y formidable expresividad. Se reconoce al final, pero los bravos llegan ya tras el segundo acto obligando a saludar a Elena Pankratova, Derek Welton y Andreas Schager. La primera mostró el año pasado ser una poderosa Kundry, capaz de materializar la difícil caracterización sicológica del personaje. Se incorporan ahora Welton como un Klingsor particularmente mordaz y Schager, Parsifal de heroico y poderoso perfil, la voz con un punto de vibrato y especialmente generosa. Es evidente, que dentro del Festspielhaus de Bayreuth las discusiones se han reducido a una cuestión artística.

Ver los comentarios