Concierto FIBES

Bunbury ilustra en Sevilla por qué el talento nunca pasa de moda

El artista aragonés presentó en FIBES su último disco, «Expectativas»

El cantante Bunbury, anoche en Sevilla F. R. M.

Fernando Rodríguez Murube

Enrique Bunbury es un claro ejemplo de que el genio reside en la anormalidad, de que solo las medianías son normales y de que únicamente los grandes perduran. A sus cincuenta años y casi una veintena de discos en el zurrón , poco tiene que demostrar este aragonés errante que, pese a ello, sigue con el nivel de autoexigencia por las nubes.

Quizá por ello, presentaba anoche «Expectativas» , un disco importante, denso e intenso, de melodías perfectas y cargado de letras ácidas que no rehúyen de nada y cuyo sentido y destinatario queda a la interpretación del oyente, y que desde ya está archivado junto a los mejores trabajos del de Zaragoza. Y acaso también por ello, el ex líder de Héroes del Silencio despachó anoche en Sevilla un señor concierto, un show de más de dos horas que fue de principio a fin una incesante acción en la retaguardia contra la casi permanente victoria de la vulgaridad.

Bunbury, entre el público del concierto F. R. M.

Comenzó con un primer bloque de canciones basado en su flamante trabajo. Así, sonaron a la perfección temas como «La ceremonia de la confusión», «La actitud correcta», «Cuna de Caín» y «Parecemos tontos». Más allá de las listas de ventas, en directo es cuando queda patente, o no, que un disco ha calado entre los seguidores. Lo de FIBES demuestra el atractivo que el público ha encontrado en la nueva propuesta del maño, cantando los nuevos temas como si fueran hits de toda la vida.

Bunbury demostró anoche que los artistas con muchas décadas de vida tienen un peso específico al que no pueden aspirar artistas más recientes. Gracias a ello, y con el privilegio y la audacia que le concede su dilatada carrera, Bunbury fue mostrando poco a poco hasta cuatro naipes que llevaban ocultos muchos años en su bocamanga: «El mar no cesa», «Héroe de leyenda», «Mar adentro» y «Maldito duende». Un póker de destellos made in Héroes del Silencio que sacudieron el corazón de todos aquellos nostálgicos anhelantes del rock de la mítica banda que sentó cátedra a uno y otro lado del charco en los ochenta y noventa, esto es, a la práctica totalidad de los casi 4.000 asistentes que anoche abarrotaron FIBES y que corearon dichos temas a pleno pulmón.

No por habitual debe pasar por alto la afilada precisión de los ocho Santos Inocentes , la banda de cabecera del rockero, que un año más sigue en un magnífico estado de forma. Una formación a la que se ha unido en esta gira, en una decisión acertadísima, el penetrante saxo de Santi del Campo. Exactamente lo mismo cabe decir de Miguel González, que firmó un extraordinario juego de luces capaz por sí solo de amortiguar con creces la ausencia de apoyo audiovisual, recurso tan de moda en la mayoría de conciertos de envergadura que se dan actualmente. Espectacular.

Tras un carrusel de grandes temas que repasaron su carrera «desde el principio de los tiempos hasta hoy», Enrique se despidió de Sevilla con la soberbia y elegantísima «De todo el mundo» y la ya mencionada «Maldito duende» , con la que Bunbury, completamente desatado, se dio un baño de masas. El aragonés bajó del escenario para cantar este clasicazo con el público, que le manteó y cogió a hombros entre la locura colectiva . So riesgo de parecer cursi, merece la pena reflexionar acerca de la incomparable belleza de un concierto en directo cuando se crea y se palpa la comunión entre artista y público.

Cuando parecía que ya estaba todo dicho, cuando el show ya había alcanzado el súmmum , Enrique y su banda regresaron al escenario para interpretar los bises, un puñado de canciones que derrocharon más talento si cabe: una espectacular versión a base de virtuosas guitarras de «Que tengas suertecita»; «El extranjero» , ese pequeño y a la vez descomunal ensayo filosófico de rabiosa actualidad («los nacionalismos qué miedo me dan...») a ritmo de cabaret ambulante y acordeón arrabalero; una auténtica delicia como «Infinito» , también acompañada de acordeón y de guitarra española; «Sí», con un inicio exquisito que por unos instantes trasladó al público al mejor club de jazz de Nueva Orleans; para terminar abrochando el concierto con el coreadísimo hit «Lady Blue» y la elegante pieza de su último trabajo «La constante».

La fiel cohorte de detractores que arrastra el cantante tras tres décadas de carrera es muy numerosa. Le reprochan supuestos aires de grandeza, de esnobismo recalcitrante. Pero aún más grande, inmensamente mayor, es la colonia de fieles seguidores que veneran a uno y otro lado del charco su sus letras, su voz , su pose artística y su puesta en escena , aspectos estos últimos que quedan sobradamente justificados con conciertos como el de anoche en la capital hispalense, y que explican por qué Bunbury es un personaje inmenso al que muchos admiramos sin reservas por su extraordinaria estatura musical y artística.

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