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Kertész, al recoger el Nobel - ABC

Imre Kertész, testigo de nuestro tiempo

Era un perfecto desconocido en el momento en que le fue otorgado el Nobel (año 2002), pero es uno de los grandes escritores de nuestra época

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Difundido fuera de las fronteras de Hungría -en especial en países entusiastas de su literatura como Francia y Alemania, donde hacía años que se le consideraba un clásico- sobre todo tras la caída del Muro, Imre Kertész, premio Nobel de Literatura, un perfecto desconocido para muchos en el momento en que le fue otorgado el galardón (año 2002), es uno de los grandes escritores de nuestra época. Un autor, además, que continuaría discursos, tan terribles y magistrales como necesarios, llevados a cabo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial por otros escritores judíos como él, que también habían pasado por los campos nazis, de la altura de Paul Celan y Primo Levi. Escritores que encarnarían, como pocos en su época, la definición que el propio Kertész, con la contundencia y crudeza desesperanzada que siempre le caracterizó, había dado para el siglo XX: «Ese siglo o pelotón de fusilamiento en servicio permanente».

Unos grandes autores adscritos -temática, biográfica y cronológicamente- a una generación perteneciente al trauma tantas veces indescriptible del Holocausto. Un crimen, imborrable en el corazón de la Europa civilizada, que hasta el galardón sueco no había sido reconocido literaria e internacionalmente a través de un premio de esa categoría. Por otro lado, Kertész, mediante la ficción, sería uno de los escritores de ese grupo; un grupo, a fin de cuentas, de «sobrevivientes», que se narraría más a sí mismo de forma autobiográfica.

Al mismo tiempo, también lo hacía como sujeto activo de un drama histórico sucesivo: primero, el totalitarismo nazi, y seguidamente, nada más acabar la guerra, el totalitarismo soviético. Algo que a él, casi más que a ningún otro, le marcaría fantasmal y metafísicamente toda su obra y sus obsesiones como intelectual. Así lo expresaba en su célebre novela autobiográfica, «Sin destino» (1975), que daba cuenta de su paso por Auschwitz cuando era sólo un adolescente, en boca del protagonista imaginario György Köves: «Yo había vivido un destino determinado; no era mi destino, pero lo había vivido (…). Ahora tendría que vivir con ese destino, tendría que relacionarlo con algo, conectarlo con algo». Una «conexión» para la que emplearía toda su vida de escritor.

Tras la publicación de «Sin destino» -una tarea nada fácil, en plena época comunista, a la que se le puso todo tipo de trabas- le siguió su igualmente espléndida novela «Fiasco» (1988), otra de las mejores de su producción, junto con el libro de ensayos «Un instante de silencio en el paredón» (1998), que denunciaba las maniobras de las autoridades estalinistas húngaras para ocultar el Holocausto y marginar y «anular» los testimonios de los sobrevivientes. Un hecho que nunca dejaría de denunciar Kertész: un motor siniestro, una cara negra y oscura de aquellos regímenes dictatoriales que nunca cesó una vez acabada la guerra, como prueba, más que fehaciente, de que el antisemitismo, en ninguna etapa, dejó de ejercer sus tenaces e inmutables redes de persecución y hostigamiento.

El judío como víctima

La última parte de esta magnífica trilogía autobiográfica sería «Kaddish por el hijo no hacido» (1990), una impresionante reflexión, entre filosófica, narrativa y ensayística, sobre el tema del judío como víctima permanente de la Historia y sobre la entusiasta aportación de filósofos y teóricos como Heidegger a estas siniestras teorías racistas («no olvidemos que Auschwitz no fue disuelto por ser Auschwitz, sino porque la evolución de la guerra dio un vuelco; desde Auschwitz no ha ocurrido nada que podamos vivir como una refutación de Auschwitz»). A ellas hay que añadir novelas, igualmente notables, como «Liquidación», (2003) y una serie de magníficos diarios o cuadernos de apuntes, a los que siempre fue muy aficionado, del estilo de «Diario de la galera» (1992) y el espléndido «Yo, otro, crónica del cambio» (1997); a todos ellos se sumará, la próxima semana, el hasta ahora inédito en castellano «La última morada» (Acantilado).

Diarios en los que -como hizo su gran compatriota Sándor Márai, muy admirado por Kertész y sobre el que escribió en numerosas ocasiones- este escritor reflexionaba sobre la vejez, la enfermedad, la preocupación por que hechos como el Holacausto se repitan en Europa y sigan sembrando el odio generación tras generación, el Estado de Israel, Hungría en la actualidad, el regreso del extremismo -ya sea de derechas o de izquierdas-, las lecturas de sus autores favoritos o los viajes que iba haciendo con motivo de la publicación de sus libros o asistiendo a homenajes y celebraciones en torno a su obra.

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