Santiago Lorenzo, fotografiado en Barcelona poco después de la entrevista
Santiago Lorenzo, fotografiado en Barcelona poco después de la entrevista - INÉS BAUCELLS

Santiago Lorenzo: «He hecho el ridículo queriendo hacer una novela triste»

El autor, desopilante eslabón entre Rafael Azcona y Eduardo Mendoza, reinventa la novela social con «Las ganas»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Las novelas de Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) son como un géiser de palabras en plena ebullición. Un torrente de verbos imposible, adjetivos que resuenan como una detonación atómica y, en fin, galopadas por las zonas menos transitadas del diccionario. Curiosamente, sus novelas son también de las que resumen en una frase telegráfica. Pasó con «Los millones» —a uno del Grapo le toca la lotería pero no puede cobrarlo por no tener DNI— y con «Los huerfanitos» —tres hermanos que odian el teatro heredan un teatro- y vuelve a pasar ahora con «Las ganas» (Blackie Books). «Benito es feo. Lleva tres años sin eso», se puede leer en la faja. Eso, como se imaginarán, tiene que ver con el cuerpo y la carne.

Con el deseo irrefrenable de yacer con mujer.

O, como diría el propio Benito, con «porlar». Un verbo de nuevo cuño cuya ausencia convierte a Benito, químico «emprendedor» que aguarda angustiado a que una empresa inglesa comercialice su revolucionario invento —esto es, el «mocordo», un milagroso mejunge para regenerar la madera—, en víctima de un «tremedal» galopante. Otra palabra recién salida del horno para describir lo indescriptible. Una calamidad, vamos. Y todo por culpa del sexo. O, mejor dicho, de su ausencia. Y, sobre todo, de la imposibilidad de contarlo bien alto y bien fuerte.

«El tabú existe en todas las culturas. El tabú es muy malo para llevarlo encima, pero muy bueno para escribir novelas. Lo vergonzoso suele ser buen material para hacer una novela», señala Lorenzo, algo azorado por haber intentado ponerse serio y, una vez más, haber sucumbido a la risa. «He hecho el ridículo queriendo hacer una novela triste», bromea el guionista, al que algunas voces señalan como desopilante eslabón entre Rafael Azcona y Eduardo Mendoza, entre Jardiel Poncela y Benito Pérez Galdós. «Eso lo hacen con todo el mundo, a ver si alguien pica y compra el libro. Ya me gustaría a mí», relativiza.

El caso es que Lorenzo, especialmente hábil a la hora de dar vida a personajes abollados y manoseados por la vida, a esa gente que pasea por los márgenes de la sociedad haciéndole la trabanqueta a su autoestima, echa mano aquí del amor y sus circunstancias para sabotear a un personaje que, entre chinchón y chinchón, arrastra sus miserias por el extrarradio de Madrid. Una mirada lateral y torcida con la que el escritor propone su propia versión, contrahecha y tarada, de la novela social. «Al final si lo que haces es mirar con cierto interés la sociedad te va a salir sí o sí una novela social. En este sentido, Madrid sería como una maqueta del sur de Europa. O de toda Europa», asegura.

Y nada mejor para moverse por esa maqueta que una novela que, asegura, lleva aguantándose encima desde 1976. «La primera vez que hablé con una mujer tenía 16 años», recuerda. Después de eso llegarían «las ganas gordísimas de contacto humano», los guiones, las novelas y, finalmente, «Las ganas». Porque, por más que sostenga que «no todos valemos para convertirnos en personajes», sus libros no dejan de ser una versión zurcida y remendada de sus propias experiencias. «Puedes hacer un libro o un guión donde no estés autoexpiándote, pero te va a costar más trabajo. Si cuentas cosas que te han pasado, tienes la mitad del trabajo hecho», explica.

Ver los comentarios