Gil de Biedma en el centro, con un cigarrillo, durante su servicio militar
Gil de Biedma en el centro, con un cigarrillo, durante su servicio militar
LIBROS

Un «voyeur» llamado Gil de Biedma

Sus lecturas, sus paisajes, sus amistades; incluso algún juicio injusto. Todo está en los diarios inéditos de Jaime Gil de Biedma: nos ayudan a percibirlo como un gran poeta contemporáneo

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Bajo un título equívoco -que parece corresponder a una extensión cronológica mayor que la que realmente cubre- se recogen, en una muy cuidada edición de Andreu Jaume, autor también de la excelente introducción que lo abre y de la cronología y bibliografía que lo cierran, «Retrato del artista en 1956», con las tres partes completas de que consta; el «Diario» de «Moralidades», escrito entre 1959 y 1965, y los diarios de 1978 y 1985, en todos los cuales se asiste a la conformación de una escritura y a la construcción de una identidad poética y moral.

El «Retrato…» nos muestra, además de privadísimas intimidades, «la nostalgia del orden y el deseo de simetría» del poeta, y su capacidad profesional en cuestiones relativas a lo que un verso suyo denomina capitalismo de empresa familiar -eso es toda la parte segunda: el «Informe sobre la Administración General en Filipinas».

También muestra descripciones de paisajes, olores y ciudades como las que hace en «De regreso en Ítaca», en las que el apunte sociológico se mezcla y se enriquece con el toque lírico y sentimental. Abundan allí las estimaciones literarias: sobre «El Jarama», de Ferlosio, entre cuyos méritos reconoce la transformación del «habla de Madrid en una lengua literaria increíblemente alambicada y estilizada, y a la vez real», aunque critica sus «imágenes innecesarias» y sus «adjetivos demasiados numerosos y demasiado precisos», que «chocan con el tono y la atmósfera» de la narración, y advierte el influjo del ritmo de la frase de las «Sonatas» de Valle-Inclán; sobre Blas de Otero, «un poeta de recetario»; sobre José Luis Cano, con quien es cruelmente injusto; o sobre la poesía tradicional, en la que, como en la Grecia clásica, ve «una patria de origen».

Gil de Biedma manifiesta su firme voluntad de no ser víctima de su propio estilo

Pero también insiste sobre puntos que luego formarán parte fundamental de su propia poética («un poema que exista solo en la voz de quien lo dice») y se plantea problemas de ritmo y de sintaxis sobre los que más tarde insistirá. Las lecturas de Browning, Baudelaire, Mallarmé, Laforgue, Pound, Hopkins, Eliot, Larbaud, Spender, Auden; la amistad con Carlos Barral, Jaime Salinas y Gabriel Ferrater; la relación con María Zambrano y el matrimonio formado por Natalia Cossío y Alberto Jiménez Fraud; su interés por el poema largo o sus diferencias con Bousoño muestran un Gil de Biedma todavía «in fieri», pero muy consciente de lo que quiere y no quiere hacer.

Rechazo del 27

Sus diarios de los años 1959 a 1965 presentan, en cambio, el desarrollo del gran poeta que va a ser. Gracias a ellos se comprende su progresivo rechazo de la corriente simbolista, de la poesía del 27 y, en concreto, de la de Guillén, que tanto le había atraído antes y a la que dedicó un muy valioso libro. Ahora se interesa por «la composición de lugar», como puede verse en los borradores de poemas que incluye y la evolución que cada uno de ellos sigue, destacando lo que llama sus «impersonaciones» y, sobre todo, su firme voluntad de no ser víctima de su propio estilo, algo que había advertido como defecto en algunos de sus grandes maestros y en lo que se había propuesto no incurrir.

Esta honestidad suya tal vez sea su principal lección. Eso y su necesidad de indagar en otras tradiciones y otras lenguas, buscando en ellas ejemplos y soluciones que no encontraba en la nuestra. En este sentido, hay que reconocerle su readaptación de la sextina en «Apología y Petición», o de la albada, siguiendo el modelo de Giraut de Bornelh, así como las diferentes vías emprendidas hasta dar con la estructura del poema.

Quien lea los diarios se quedará pasmado del esfuerzo titánico y del implacable rigor puestos en juego allí

Quien lea los diarios paralelos a la escritura y composición de su libro Moralidades se quedará pasmado del esfuerzo titánico y del implacable rigor puestos en juego allí. Y no solo en los textos más largos: también los más breves participan del mismo espíritu y exigencia crítica -solo que ahora el modelo son Toulet y Housman, y las imágenes son visuales y mentales a la vez.

Este milimétrico trabajo de orfebre que queda oculto bajo su aparente y falsa simplicidad es lo que los diarios de estos años traslucen y permiten ver: la complejidad y riqueza de una escritura reactivada por el pensamiento de Martz y de Langbaum, a cuya epifanía asistimos aquí como «voyeurs». Tal vez eso es lo que su autor quiso, y lo que, desde luego, en sus diarios fue: un «voyeur» de sí mismo, que analizó sus poemas como lo que eran -fotogramas morales- y que, al hacerlo, mostró el carácter virtual del yo que, desde la lírica griega, ha tenido el monólogo dramático, al que él infundió las angustias de la modernidad. Eso es lo que nos hace sentirlo como un gran poeta contemporáneo.

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