Jaime Gil de Biedma, fotografiado en Londres en 1950
Jaime Gil de Biedma, fotografiado en Londres en 1950 - FAMILIA GIL DE BIEDMA

Gil de Biedma: el testamento del poeta que quiso ser poema

Salen a la luz los diarios inéditos (1956-1985) que Carmen Balcells custodiaba por deseo del autor

MADRID Actualizado: Guardar
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Jaime Gil de Biedma (1929-1990) consideraba que llevar un diario era «una manera de provocar los acontecimientos». Desnudarse sobre el papel tenía para el poeta, mucho antes de que la escritura del yo alcanzara rutilante fama, una «finalidad práctica» que tenía mucho que ver con ese deseo, pocas veces conseguido, de ponerse «en orden» y controlarse a sí mismo. En ese afán por llegar a ser, aunque fuera mediante anotaciones fechadas, la persona que realmente quería (ese poeta que quiso ser poema), Gil de Biedma corrigió y ordenó, cuando la muerte ya le acechaba, su diario de 1956, que se publicó póstumamente. Ahora, al cumplirse veinticinco años de su muerte, Lumen ha recuperado, en una fantástica edición a cargo de Andreu Jaume, ese texto y ha añadido todos los diarios (de 1959 a 1985) que el poeta dejó inéditos y cuyo cuidado confió a Carmen Balcells (1930-2015).

La agente literaria, que falleció poco antes de que se terminara el libro, conservó copias, compulsadas ante notario, de los originales manuscritos de los diarios, propiedad de Josep Madern, última pareja y heredero de Gil de Biedma.

Carlos Barral, Caballero Bonald, Luis Marquesán, Gil de Biedma, Ángel González y Joan Ferraté en Colliure, ante la tumba de Machado, en febrero de 1959
Carlos Barral, Caballero Bonald, Luis Marquesán, Gil de Biedma, Ángel González y Joan Ferraté en Colliure, ante la tumba de Machado, en febrero de 1959 - FAMILIA GIL DE BIEDMA

El resultado es una autobiografía, moral e intelectual, en la que asistimos al nacimiento de su vocación literaria, la consolidación de su carácter y de su identidad poética, sus crisis personales y líricas y su enfrentamiento, sereno y valiente, con la enfermedad y la muerte. Se trata, como advierte Jaume en el prólogo, de «un testamento, unas últimas voluntades críticas que tenemos la obligación de seguir interpretando».

Estando en Manila, en su primera misión como empleado de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, el poeta empezó a escribir su diario para tratar de encontrar «un lenguaje para la intimidad y para las gradaciones morales de la experiencia». En ese «Retrato del artista en 1956» da cuenta de su efervescente homosexualidad, definida desde su niñez, mediante encuentros, furtivos y tan libres como peligrosos, con jóvenes filipinos. Y es que, como explica Jaume, la relación que Gil de Biedma mantiene consigo mismo «no está nunca determinada por ninguna convención, simplemente se observa a sí mismo en sus múltiples contradicciones».

«Mi felicidad no es otra en el fondo que la de querer y que me quieran»

El conjunto de textos que va de 1959 a 1965 se ha agrupado bajo el título de «Diario de ‘Moralidades’». Se trata de la época más intensa y difícil del poeta, cuando fue consciente del inevitable paso del tiempo. Es, también, su periodo más fértil como creador, los años en los que termina de definir su voz, temeroso de que se extinga en cualquier momento. Muy amigo de sus amigos (Carlos Barral, Juan Marsé, Gabriel Ferrater o Luis Marquesán), Gil de Biedma vive con «inquietud y preocupación» la detención, en febrero de 1960, de «Luisito Goytisolo». Instalado en un sótano de la calle Muntaner de Barcelona, donde se dan cita su pareja (estable desde 1955), sus amantes y su círculo de amistades, el poeta vive siempre entre el orden y el caos, sufriendo las consecuencias de sus aventuras alcohólicas y padeciendo, ya, los primeros estragos físicos de una vida de excesos. «Ayer cumplí treinta y un años, con el natural desagrado», anota el 14 de noviembre.

Las «ganas de escribir»

Pese a todo, «la mala conciencia estimula las ganas de escribir» y empieza a dar forma a «Barcelona ja no és bona». Los días en Formentor, donde coincide con Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Agustín Goytisolo le dejan «mal sabor de boca», como «casi siempre» le ocurre «con las reuniones de literatos». Tras enfermar su pareja (L.), reconoce su preocupación por el «incremento» de su «consumo diario de alcohol a partir de las ocho de la tarde». Descubre, además, que ha contraído la sífilis. 1962 se presenta como un año tempestuoso, en el que el poeta se pregunta si ha llegado el momento de alcanzar alguna conclusión sobre su propia vida. «Por qué huyo y de qué, creo que lo ignoro. Quizá de alguna decisión moral: en el fondo de mi conciencia parece serpear la insinuación de que soy un cobarde. Y no puedo decir si es o no verdad», escribe el 19 de mayo.

«Concibo el tratamiento experimental como una incógnita: o me muero o sobrevivo, pero de una vez»

En 1963, un grupo de intelectuales, entre ellos Gil de Biedma, envía una carta de protesta al ministro Manuel Fraga denunciando las torturas sufridas por muchos mineros tras la huelga de 1962. En su diario de octubre, el poeta recoge la «reacción de histérico miedo» de su padre al ver su nombre entre los firmantes. Los días de excesos alcohólicos se suceden, favorecidos, en parte, «por la buena conciencia» que el escribir le produce. Aspira a «poner severos límites a la bebida», pero no lo consigue. Ataca, por fin, el final de «Pandémica y celeste», poema en el que, como bien apunta Andreu Jaume, exhibe su «virtuosismo» y constituye «la culminación de todo lo aprendido». En marzo de 1965 define el franquismo como «un caos ideológico, aglutinado por el miedo, y presidido por un individuo de enorme astucia política». Al cabo de los años, como muchos miembros de su generación, llegará a la democracia «desengañado».

Los últimos diarios

Los dos últimos diarios, el de 1978 y el de 1985, constituyen, a juicio de Jaume, «el retrato tardío de la persona renacida después de la crisis de 1966». A finales de los 70, mantiene una relación estable con Josep Madern, que fue la pareja con la que compartió los últimos años de su vida («Cada cual por su lado y los dos juntos hemos sido envidiablemente felices»). Y todo pese a Juan Enrique López Medrano, el joven militante del Partido Comunista de quien Gil de Biedma se enamoró durante una estancia en Sevilla. «Mi felicidad no es otra en el fondo que la de querer y que me quieran», escribe en enero del 78. Acaba de descubrir que hay una parte de él «que ya no desea vivir mucho más» Y cierra el año consciente de que ha dejado «casi de ser escritor»: «Nada más triste que saber que uno sabe escribir, pero que no necesita decir nada de particular, ni a los demás ni a sí mismo».

En el verano de 1985 le diagnostican un sarcoma de Kaposi, primer síntoma del sida. El diario de 1985 abarca los días de su primer ingreso en el hospital Claude Bernard de París, donde figura con un «nombre supuesto», pues el poeta mantuvo en secreto su enfermedad. «Concibo el tratamiento experimental y precario que estoy siguiendo como una incógnita a despejar en pocas semanas: o me muero o sobrevivo, pero de una vez», escribe en octubre. La incógnita, el fin del poema, no se despejaría hasta el 8 de enero de 1990.

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