«Hendidura I». Detalle de una pieza que formará parte de «Something Must Break», en Sevilla
«Hendidura I». Detalle de una pieza que formará parte de «Something Must Break», en Sevilla - V. M.
PROYECTO ABC CULTURAL

Victoria Maldonado avisa: «Algo debe romperse»

Los vestigios de lo que quedó atrás son el punto de partida de lo que está por venir. Y, justo en el centro, este Proyecto ABC Cultural de Victoria Maldonado («Something Must Break»), sobre los rastros, deseos y emociones que deja la artista

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Algo debe romperse y no sé por dónde empezar.

Siempre me ha resultado jodido jerarquizar ideas. Prefiero descuartizarlas –romperlas– y diseccionar los pequeños fragmentos. Creo que esto podría «resumir» mi forma de proyectar, y, por tanto, las imágenes que aquí os presento. Son vestigios, sedimentos o deshechos de mi proyecto anterior «Vestigio e impotencia» y, al mismo tiempo, constituyen la base fundamental de «Something Must Break», en el que ahora trabajo y que expondré en septiembre en Sevilla por la beca Iniciarte.

El planteamiento de «Vestigio e impotencia» surgía a partir del «encuentro fortuito» de un fragmento de un texto de Paul-Henry Chombart de Lauwe, del cual quedé prendada. En su libro «París y la aglomeración parisina», el escritor estudia durante un año los trayectos realizados por una joven habitante de la capital francesa.

Sus recorridos conforman un triángulo de dimensiones reducidas, «sin escape»: los vértices corresponden a su escuela, su domicilio y el de su profesor de piano. Cuando leí este fragmento experimenté una curiosa conexión afectiva con la chica de París y, de una forma obsesiva, inicié una disección de mi rutina.

Un polígono irregular

Durante un periodo de ciento cinco días representaba mi perímetro urbano personal sobre una plancha de barro negro. Salvando alguna variación, mi día a día conforma un polígono irregular. Resulta un poco frustrante pensar en la imposibilidad de dejar una huella física de mi transcurrir vital si no es a través del arte. De mi casa al estudio, del estudio a la facultad, de la facultad a la casa. Por mucho que repita el itinerario jamás dejaré vestigio. Pero me consolaba, también, tener un zulo –así llamo, no sé por qué, a mi estudio– donde poder realizar una deriva emocional, una escapatoria. Es más: en el proceso de trasladar mi rutina al barro en forma de esas planchas «perimetrales», y de una forma simultánea, fui acumulando los desechos –esto es, el «negativo» de mis trayectos– para irlos arrojando al suelo una y otra vez, a ciento noventa centímetros de caída, que es la distancia desde la punta de mis brazos extendidos al suelo.

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