Marcos Ordóñez, autor de «Juegos reunidos»
Marcos Ordóñez, autor de «Juegos reunidos» - Isabel Permuy
LIBROS

Marcos Ordóñez: «La autobiografía reside más en los sentimientos, que en los hechos descarnados»

El escritor y crítico teatral publica «Juegos reunidos» (Libros del Asteroide), colección de textos en los que vuelve la mirada a la Barcelona de los años setenta. Un sugerente autorretrato sentimental, y también la fotografía de toda una generación

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A Marcos Ordóñez, quien desde su Barcelona natal, donde vive, viene a menudo a Madrid para ver los espéctaculos de los que da cuenta como crítico teatral y pulsar la vida escénica de la capital de España, no le gusta -confiesa- la constricción de ceñirse estrictamente a los géneros. Quizá esto tenga que ver con con su deseo de «no tener que elegir entre ser cocidista o fabadista». Esa libertad de acción la ha demostrado en los libros que ha publicado hasta ahora, y queda muy patente en el último, «Juegos reunidos», donde cabe una gran variedad de propuestas: relatos, crónicas... y en el que la autobiografía se ficcionaliza y los elementos novelísticos encierran una base de realidad en una sugerente simbiosis final.

Porque, como él mismo apunta, está convencido de que «uno no acaba de saber "de qué va" un libro hasta que ha terminado de juntar las piezas».

Su nuevo libro sigue la senda de «Un jardín abandonado por los pájaros» (El Aleph)…

Sí, aunque de un modo muy amplio. Me apetecía mucho continuar en esta línea, más o menos autobiográfica, memorialística, pero no de la misma forma que en «Un jardín abandonado por los pájaros». No quería repetir su esquema. Pensando en cómo podría hacerlo, me di cuenta de que hay un tipo de obra que a mí siempre me ha complacido e interesado mucho. Se trata de enfoques como los de, por ejemplo, «Música para camaleones», de Truman Capote, «La vuelta al día en ochenta mundos», de Julio Cortázar, o «Dietario voluble», de Enrique Vila-Matas. Es decir, libros muy variados en su forma, y que te permiten jugar con ella, pero que, en su conjunto, ofrecen un retrato sentimental de su autor bastante ajustado. Este es el modelo que me cautiva, y precisamente en «Juegos reunidos» es donde creo que está más presente. Hay relatos, novelas cortas, crónicas… hasta poemas, que he ido encajando

No solo en «Un jardín abandonado por los pájaros» y en «Juegos reunidos» cultiva la veta memorialística. Aparece también en «Una vuelta por el Rialto» o «Turismo interior», entre otros títulos. ¿Se siente especialmente cómodo en este camino?

En efecto, me encuentro muy cómodo. Pero en el sentido que antes le comentaba. En libros donde se juegue con la combinación de géneros, sin que ninguno te ate, para cocinar una paella que al verla en otros me resulta muy apetecible, y que yo trato también de cocinar. Como en la obra de Capote que le citaba, «Música para camaleones», que me parece una panoplia excelente de lo que era Capote y que recomendaría a todo aquel que desee acercarse a él y conocerlo mejor. Este tipo de libros te da una idea cabal de por dónde rumbea su autor. Me siento muy feliz escribiéndolos y leyendo los de otros.

La autobiografía, pues, se entremezcla con lo novelístico, se ficcionaliza…

Creo que ocurre un poco como en el juego de los trileros, con los tres cubiletes, en el que debe averiguarse dónde está la bolita, y aquí descubrir dónde está lo más autobiográfico. Es posible que esté en una bolita, en un sitio, en el otro, o en los tres. No hago autobiografía literal, lo que cuento puede ser real en algunos casos y en otros no. Tiene mucho de juego, de juegos reunidos, y además pienso que la autobiografía reside más en los sentimientos que salen a relucir, que se evocan, que en los hechos descarnados, más o menos verídicos y exactos. Los sentimientos es lo que más mueve y remueve a la hora de escribir. El, digamos, mi «yo real» se camufla en un personaje que aparece aquí y allá, que se muestra y esconde

«Aquello en lo que no hay humor, se me hace un poco cuesta arriba. Es una parte muy importante de la vida. Y de la escritura»

¿Un personaje que también se desdobla, que puede encarnarse en otros que no son usted?

Claro, claro. Y hasta puede triplicarse. Depende. Todos los personajes, se inspiren en uno mismo o en los demás, se crean a base de adherencias, de varias capas, de certezas e intuiciones.

¿Sigue un método similar en el caso de las biografías que ha dado a la imprenta?

Sí. Podría decirse que «Beberse la vida: Ava Gardner en España» es más una biografía en un sentido ortodoxo, pero también irradiaba en otras direcciones. Fue un poco como las cerezas. Acabé tratando de los millonarios de la CIA en Madrid, del mundo del cine de la época... En cuanto a «Big Time: la gran vida de Perico Vidal» es un relato en primera persona, que luego se convertía en doble al aparecer su hija. Muchos me preguntaron: «¿Es una novela o una biografía?». Una mezcla. Para mí es fundamental no dejarse constreñir por los géneros.

En su libro hay mucho humor...

Aquello en lo que no haya humor, se me hace un poco cuesta arriba. Pienso que el humor es una parte muy importante de la vida. Y de la escritura. Incluso en las grandes tragedias, que no es el caso, está muy bien que haya momentos de humor. Y de elevación. Por ejemplo, en «El rey Lear», con ese instante maravilloso, donde en medio de la miseria, Lear se eleva y comprende lo que ha sido su vida con una gran clarividencia última. No sales del teatro hundido, pensando que todo es un absoluto desastre, una desgracia. Si además hay humor es como jugar al póquer y ganar. En mi libro no descuido la veta humorística. Así, entre otros textos, en «Nuestra canción», en el que he intentado hacer una comedia a lo Blake Edward. Edward podría haber filmado la boda rocambolesca que describo en la parte última de ese relato.

También hay una gran presencia de la literatura, de escritores, del cine... Pero no de manera culturalista

El mero culturalismo suele convertirse en un peso muerto. Para mí la cultura es vida, está absolutamente imbricada en ella: la literatura, el teatro, el arte, la música, el cine... Ahora cuando voy a casa de algunos amigos, que en su juventud eran grandes lectores, me sorprende y entristece ver que apenas tienen libros y prácticamente no leen. Me dicen que tienen mucho trabajo, que llegan muy tarde y muy cansados de todo el día, que leerán en verano. Y tampoco escuchan música ni van a exposiciones ni al teatro... Es como abdicar de grandes placeres de la vida.

En «Juegos reunidos» rinde homenaje a muchas figuras. ¿Destacaría alguna especialmente significativa para usted?

Es difícil elegir porque son numerosas a las que he querido homenajear. Por citar alguna, le diría que Jaime Gil de Biedma, que fue muy importante para mí. En el libro rememoro mi relación con él y lo que significó que cayera en mis manos «Las personas del verbo». También Juan García Hortelano. Su generación juzgó como un artefacto raro su novela «El gran momento de Mary Tribune», y no se comprendió. A mí me parece una novela absolutamente maravillosa. Y tantos otros nombres. Hay mucha gente decisiva para mí biográficamente. Maestros que me enseñaron muchas cosas.

«En el teatro hoy en España hay mucho talento, muchas ganas, muchos autores emergentes de gran valía. Pero muy poco apoyo»

En «Un jardín abandonado por los pájaros» se remontaba a la Barcelona de los años sesenta y en «Juegos reunidos» a la de los setenta. ¿Escribirá otro libro avanzando en el tiempo?

Es posible, pero no lo sé. Como decía mi padre «el hombre propone y Lewis Stone dispone». A la hora de escribir necesito una cierta distancia. Aunque volver a ese mismo ámbito barcelonés no me disgustaría. Me interesan mucho escritores como Patrick Modiano que no salen de un territorio. Me maravilla Modiano. La música de Modiano. También Juan Marsé que recurre a una especie de barrio mental, un concepto que me atrae enormemente, y que he asumido. Lo practico en «Astor», el texto que abre «Juegos reunidos». Astor es un barrio mental, compuesto de varios reales, y de imaginación y de sueños. Ahora lo que estoy escribiendo es un dietario o diario en un sentido muy elástico. El diario ofrece múltiples posibilidades, puedes entremezclar desde lo aforístico hasta recuerdos, ideas... Siempre se han escrito dietarios, aunque no excesivamente, y en los últimos años ese campo se ha abierto más. En concreto, recuerdo con especial agrado la lectura de «Lo que cuenta es la ilusión», de Ignacio Vidal-Folch, y los « Diarios» de Iñaki Uriarte. Me han animado a internarme por esta vía, que me daba un poco de apuro.

¿Cómo descubrió el teatro?

He sentido desde siempre fascinación por el teatro. Lo explico en «Telón de fondo». Es una de mis grandes pasiones, que no ha disminuido, sino que incluso ha aumentado, con el paso del tiempo. Cuando empecé a ir al teatro, no había las maravillas tecnológicas a las que ahora se puede recurrir en los montajes. Pero como decía Lope, «una manta y una pasión». Luego le puedes echar todo el aderezo que quieras, pero eso es lo fundamental.

O como manifestaba Peter Brook al comienzo de su célebre ensayo «El espacio vacío»: «Puedes tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por ese espacio vacío, mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral».

Por supuesto. Es lo único imprescindible. Ni más ni menos. No digo que no sea posible, o hasta conveniente y necesario, sazonarlo con muchos otros elementos. Pero siempre sin olvidar o minimizar la base.

¿Como aborda su tarea de crítico teatral?

Desde que empecé a ir al teatro, al volver a casa apuntaba ideas, sugerencias... sobre lo que había visto. Aunque en ese momento no fuese para publicarlas. Luego, comencé a hacer periodismo, y no solo crítica teatral, también de cine, de libros, de conciertos de rock, de discos, en el primer curso de carrera, llamando a cualquier puerta, como dice el título de la película de Nicholas Ray, que protagoniza Bogart. Para mí la crítica teatral tiene mucho de contar al público el espéctaculo. A quienes no lo han visto para que se hagan una idea, y a los que lo han visto para que cotejen su opinión, las sensaciones y sentimientos que les ha provocado la función con los tuyos. También se escribe crítica para fijar algo tan efímero como el teatro. A mí me atrae mucho leer críticas de funciones que no he visto ni podré ver, de los años treinta, cuarenta. Aparte de analizar, considero que hay que transmitir la emoción o no emoción que te ha producido cada obra, cada puesta en escena.

«Me interesan escritores como Modiano que no salen de un territorio. Me maravilla Modiano. La música de Modiano»

Usted escribió una obra de teatro, «La noche de Eldorado». ¿No le tentó continuar como dramaturgo?

Escribí esa pieza hace mucho tiempo. Se representó a comienzos de los años noventa, dirigida por John Strasberg. No estoy arrepentido de la experiencia, pero fue un montaje un poco tumultuoso y no se dio del todo el espíritu de grupo, de familia, quizá yo no me lo curré para que fuera así. Luego se me cruzaron muchas otras cosas y tiré por otros lados.

¿Qué le parece la situación del teatro hoy en España?

Hay mucho talento, muchas ganas, muchos autores emergentes de gran valía. Pero muy poco apoyo. Y no vamos a hablar de la sangría del 21 % de IVA. A los políticos no les interesa, y no solo el teatro, sino la cultura en general. En la pasada campaña electoral, no sé si es que me despiste, pero ninguno, fuera del partido que fuera, habló prácticamente de cultura.

Volviendo a «Juegos reunidos», ¿qué diferencia al Marcos Ordóñez de esa época y al de ahora?, ¿qué ha aprendido sobre todo?

Quizá a no meter tanto la pata. A ser un poco más sensato. A los veinte años hay una cuota de insensatez, de hacer y decir lo primero que se te pasa por la cabeza. Es saludable, pero con el tiempo se aminora. Lo que sí mantengo es la misma ilusión, el mismo entusiasmo por todo lo que hago, no lo he perdido. Es una bendición de Dios.

El libro se cierra con un poema titulado «Quiero (A la manera de José Agustín Goytisolo)», donde va usted señalando muchos deseos. ¿Hay alguno de ellos que «quiera» que se cumpla especialmente?

No podría optar por uno solo. De momento, hay uno que se ha cumplido, gracias al regalo que me han hecho en la editorial con la portada del libro: un dibujo donde voy en moto, y en el trasfondo se ve el Mels drive-in de «American Graffiti», uno de mis filmes preferidos, y al que me refiero en el libro. En esos «quiero», en uno de ellos se lee: «Quiero no tener miedo a montar en moto. (No tener miedo, en general)».

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