Otro «selfie» de Carmen González Castro- C. G. C.Dónde está cuando no hace arte. Escribo, normalmente textos para catálogos de exposiciones, bien por encargo de artistas o de instituciones, como Mapfre, por ejemplo. Pertenezco a dos grupos de investigación, en la Universidad de Granada y en la Kingston University de Londres. También imparto talleres, como el que hice en Washington sobre arte contemporáneo en el aula, o en el Museo Ruso de Málaga, donde trabajé con adolescentes. Para mí es fundamental desarrollar actividades que conecten con mi campo de trabajo pero me saquen del estudio. A veces nos obnubilamos en la soledad del taller.
Le gustará si conoce a... Mis referentes forman un retablo muy extraño, no acabaría nunca. De Fragonard a Mona Hatoum; de Bacon a Alex Katz, Bill Viola, Howard Hodgkin, David Lynch, Burne-Jones… No pongo a todos al mismo nivel, pero cada uno ha tenido mayor o menor importancia en distintos momentos de mi vida, y los admiro por motivos muy diferentes.
Si me concentro en los pintores, tengo que referirme a Soledad Sevilla. He aprendido mucho de su valentía, su forma de trabajar y de entender el trabajo del artista. Simón Zabell fue profesor mío por partida doble y todavía a veces recurro a él cuando dudo. Admiro la obra de Jesús Zurita, Ángeles Agrela, Santiago Ydáñez y Paco Pomet. Ellos han estado dentro de mi contexto granadino desde siempre, como Juan Francisco Casas, al que sigo mucho. Más cercanos a mi generación, los hermanos José Luis y Javier Valverde, Irene Sánchez y Antonio Montalvo. Tengo muy presentes también a Alejandro Botubol y Rubén Guerrero.
¿Qué se trae ahora mismo entre manos? He inaugurado en marzo en la galería Ruiz-Linares de Granada y muestro algunas piezas de dos series en las que estoy trabajando desde los últimos meses. Ambas son una vánitas. En la primera, «Introspectiva», ocupo el lugar del modelo de las obras de las que me apropio, y el resultado es un autorretrato múltiple. Me represento rodeada de un contexto de vísceras, porque quiero enfrentar un canon de belleza clásico a un tipo de belleza convulsa, de raíz muy barroca.
«Es fundamental desarrollar actividades que conecten con mi campo de trabajo pero me saquen del estudio. A veces nos obnubilamos en la soledad del taller»
La segunda serie, «Pigmalión y Galatea», habla sobre el hecho artístico, y para mí el mito cobra hoy un nuevo significado. Es la historia del escultor que decide vivir en el celibato y se enamora de su propia escultura. Así veo la situación de muchos de nosotros, en la que nuestra pasión por lo que hacemos nos obliga a recluirnos en el estudio, sorteando solos un obstáculo tras otro que únicamente podemos afrontar con una voluntad férrea.
¿Cuál es su proyecto personal favorito hasta el momento? A veces tengo miedo de caer en un cierto tipo de bulimia productiva. Y el síntoma es que, para mí, cualquier trabajo terminado es trabajo caducado, aunque siempre suele ser preludio del siguiente. Así que, normalmente, lo que más me satisface suele ser lo último, pero para hacer justicia, mi serie «O tempora, o mores» va aguantando bien el paso del tiempo en mi memoria. Además, fue la puerta para mi primera colaboración con la galería Fernando Pradilla y el proyecto que me llevó a La Térmica. También es un eslabón sin el que no hubiera surgido la obra que ha venido después.
¿Por qué tenemos que confiar ella? No creo que el nuestro sea un ámbito más saturado que otros. Mi obra sale literalmente de las tripas. Veo y siento el arte en su historia como totalidad, sin que su pasado deje de estar activo como fuente inagotable, sin ninguna contradicción con la contemporaneidad. Es más un vehículo hacia la modernización de los lenguajes y los códigos. Por eso también es tan importante estar muy al día de lo que están haciendo otros artistas.
«Intento emplearme al máximo en cualquier cosa que haga, independientemente de que lo vaya a mostrar en el estudio o en una galería»
Creo haber elegido una dirección de trabajo en la que me siento segura y fuerte, que me estimula y lo seguirá haciendo por mucho tiempo. Y eso me ayuda a concentrarme por completo en mi producción. Intento emplearme al máximo en cualquier cosa que haga, independientemente de que lo vaya a mostrar en el estudio o en una galería. Obviamente, creo que la tenacidad, la constancia y la autoexigencia son imprescindibles, y a medio o largo plazo producen frutos, a pesar de que es difícil nadar en nuestro mar sin hundirse. Pero me siento muy preparada para enfrentarme a ello y espero no bajar la guardia. Mala señal sería si algún día siento que he llegado a la meta.
¿A quién cedería el testigo de esta entrevista? Es dificilísimo elegir entre tanta gente que admiro, pero se lo cedería a José Luis Puche. Por su obra, tan sólida, por su generosidad en compartir los secretos de su proceso sin guardar nada (como si a estas alturas alguno tuviésemos la exclusiva de algo); por su cultura y su inquietud; por su fortaleza y su capacidad de regenerarse, de trabajar y de reconvertirse. Su trabajo es una apuesta segura de calidad que no creo que llegue nunca a decepcionarnos.