Margarita Valencia - Constelaciones

Buenas razones

Premios como el Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez –ganado en su última edición por Luis Noriega– muestran la buena salud del relato corto, pero también los problemas de la industria editorial en países como Colombia

Margarita Valencia
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En 2013 llegó a mis manos « Donde mueren los payasos», de Luis Noriega, publicada por Blackie Books. De mano en mano y de maleta en maleta, la novela logró recorrer el largo camino de Barcelona a Bogotá, un trayecto que para los libros sigue siendo a ratos tan accidentado y difícil como en el siglo XVIII, y que tuvo que haberle recordado al autor las dificultades de su propio tránsito en sentido contrario. «Prácticamente dejé de escribir», afirmó hace un año en una entrevista. «Suele decirse que vivir fuera permite tomar distancia, y es cierto, pero yo tardé varios años en descubrir qué podía hacer con ella».

Ese aprendizaje es evidente en la novela, un sainete (o una ristra de sainetes) sobre la actividad política en un país que los lectores colombianos reconocimos inmediatamente como el nuestro, y otro tanto hicieron los lectores ecuatorianos, españoles o argentinos: es la bendición del humor, pero también su talón de Aquiles –funciona si logra tocar fibras personales, pero eso hace que los lectores se vean tentados a pasar por alto gran parte del tejido literario.

Amargura risible

La tentación disminuye notablemente cuando se trata de cuentos porque la brevedad del género permite al lector disfrutar de las sutilezas de la narración, de las aristas dramáticas, de la complejidad de los personajes. Y los cuentos reunidos en « Razones para desconfiar de sus vecinos», el último libro de Noriega (Random House, 2015), abundan en estas cualidades. A veces son inofensivamente divertidos (como «Las doce leyes del éxito», sobre un español desempleado que se hace pasar por un gurú de la autoayuda en Bogotá); otras, son crueles y perturbadores, hasta el punto de que la risa que nos inspiran es un poco culposa (como «Derecho materno»); adivinamos un golpe de autoescarnio en «Cómo perder la fe», y también en la amargura risible de los maestros y de los escritores que pueblan todos los cuentos.

«Razones para desconfiar de los vecinos» fue el libro ganador del premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, un premio que el Ministerio de Cultura de Colombia inauguró hace tres años con la intención expresa de convertirse en «el premio de cuento más importante en habla hispana»; la bolsa de cien mil dólares (y la curiosa afirmación de que tendrá «una vigencia de veinte años») lo convirtió, por lo pronto, en uno de los más apetecibles.

El premio Man Booker comprende que la buena salud de la literatura depende del fortalecimiento de todos los eslabones

Se han presentado 422 libros (125 en 2014, 136 en 2015 y 161 en 2016) que han pasado por el filtro anual de seis prelectores colombianos y cinco jurados de diversas procedencias. Entre los quince finalistas (cinco cada año) hay escritores de nueve países hispanohablantes, publicados por editoriales independientes (Adriana Hidalgo, Libros del Asteroide), editoriales reconocidas (Anagrama) y grandes grupos (Planeta, Random House), y nacidos entre 1945 y 1986: un grupo robusto de escritores que demuestra que el cuento sigue prosperando, a pesar de su pretendida mala reputación entre los editores. La práctica extendida de trabajar el cuento en los talleres de escritura creativa augura, además, una larga vida para el género en español, y representa un ligero alivio para las revistas literarias, efímeras o de larga vida, fundamentales a la hora de su maduración.

En este sentido, los resultados confirman la intuición de los organizadores a la hora de preferir el cuento, a pesar de que una mirada a la pavorosa lista de concursos que aparece a diario en la red (ver por ejemplo Escritores.org) parecería indicar lo contrario. Entre los antecedentes inmediatos que habría que citar está el premio Ribera del Duero (bienal, con una bolsa de 50 mil euros), que lleva ya cinco versiones. Este «premia al mejor libro de cuentos inédito escrito en lengua castellana», e incluye la publicación por parte de Páginas de Espuma, una editorial española que tuvo el talento de apostarle al cuento hace quince años. La última ganadora, la argentina Samanta Schweblin, fue también finalista del GGM.

Desconexión

La decisión del Ministerio de Cultura de Colombia de premiar libros publicados lleva implícita la determinación de impulsar la venta de libros, explícita en el caso de un premio como el Man Booker. La importancia de este premio nace de la claridad en sus propósitos, de la comprensión de que la buena salud de la literatura depende en gran parte del fortalecimiento de todos los eslabones de la cadena. (Se puede presentar al premio cualquier novela escrita e impresa originalmente en inglés, pero debe ser publicada en el Reino Unido; el reglamento se ocupa además de temas como la cantidad de ejemplares que debe haber disponibles en librerías cuando un libro aparece en la lista de semifinalistas, y la suma que la editorial debe destinar a la publicidad del título ganador).

La cuestión editorial, curiosamente ignorada en los requisitos del GGM, revela que el Ministerio no está trabajando con las editoriales. El resultado es que los libros finalistas no han estado disponibles en las librerías en el momento en el que se hace pública la lista, y en ocasiones tampoco después del fallo; que el cortísimo plazo entre el anuncio de los finalistas y el anuncio del ganador no basta para generar la visibilidad deseable en un premio de esta índole; y que hay una desconexión lamentable entre la agenda de los escritores finalistas y la posible venta de sus libros.

Este año se anunció la compra de 1.424 ejemplares de cada una de las cinco obras finalistas para «las bibliotecas públicas de nuestro país», loable propósito que no suple la necesidad de fortalecer los canales de circulación comercial de una industria que en Colombia nunca ha gozado de buena salud y que en el mundo entero necesita fortalecer sus alianzas.

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