En «Amor y filología» se recoge la correspondencia entre María Rosa Lida (en la imagen) y su esposo Yakov Malkiel
En «Amor y filología» se recoge la correspondencia entre María Rosa Lida (en la imagen) y su esposo Yakov Malkiel
LIBROS

«Amor y filología», tú a Bostón, yo a California

Dos libros bien distintos sobre filología. Uno recoge la relación epistolar entre dos expertos y enamorados (Rosa Lida y Yakov Malkiel). Otro, un entretenido estudio sobre la lengua

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¡Qué libro tan hermoso es «Amor y filología»! El título, recuerdo del de una novela de Unamuno, sugiere que lo que tenemos entre manos, la correspondencia entre María Rosa Lida (Buenos Aires, 1910-Oakland, California, 1962) y Yakov Malkiel (Kiev, 1914-1998), es en realidad una novela, una novela epistolar. Ellos mismos hacen esta observación en alguna de sus cartas. La idea de publicar un libro tan insólito parte de Francisco Rico, que escribe un prólogo maravilloso, que se hace inseparable del corpus epistolográfico, y que pone en contexto la historia de amor que éste describe y añade unas sabrosas pinceladas de cotilleo. Y digo que es insólito no sólo porque los oscuros y humildes filólogos no suelen aparecer en la portada de «Time« ni en la de «Rolling Stone», sino porque España es un país empeñado en olvidar su literatura clásica y los largos siglos de historia y cultura que la conforman.

Quizá porque se olvida de sí misma, porque vive en el perpetuo mito de lo nuevo y lo «moderno». Quizá por un extraño estado de vergüenza de lo propio, de autocastigo y de autonegación.

María Rosa Lida fue una filóloga argentina, una de las más brillantes estudiosas de nuestra literatura medieval y clásica. Su obra maestra es quizá «La originalidad artística de La Celestina», y son muy famosos también sus libros acerca de Juan de Mena, el cuento popular y «La idea de la fama en la Edad Media castellana», además de sus innumerables estudios sobre literatura clásica grecolatina y su influencia en nuestra literatura, el teatro renacentista, el «Libro de Buen Amor»... con numerosos trabajos dedicados a temas sorprendentes, como «Fantasía y realidad en la conquista de América» o «Literatura artúrica en España y Portugal», este último no listado en la bibliografía. Yakov Malkiel fue un romanista ruso nacido en Kiev, cuyo campo principal de investigación fueron las etimologías. La relación epistolar de ambos comienza en 1947 y dura hasta 1948, cuando se encuentran por fin, se enamoran perdidamente y se casan. Ella pasa a ser entonces María Rosa Lida de Malkiel», nombre hipnótico en su intrigante aliteración de íes, aes y eles con el que firmaría sus trabajos, siempre tocados estos por un no sé qué de belleza que parece surgir, precisamente, de la musicalidad del nombre. Es la belleza que debería surgir siempre del amor a la sabiduría.

Dardos enamorados

En realidad, cuando se vieron por primera vez ya estaban enamorados. El profesor Rico, en esa tercería que asume tan gustosamente en el volumen, nos apunta que Malkiel también se carteaba con otras en esa época. No importa. Resulta absolutamente deliciosa la lectura de estas cartas tan bien escritas, tan cultas, tan pedantes a menudo, en la que dos sabios se dedican a flirtear a miles de kilómetros de distancia lanzándose dardos enamorados envueltos en citas, referencias librescas, ecos de Shakespeare o de Bernat de Ventadorn (aquí en su versión francesa «Ventadour»). ¡Ah, cómo nos vemos reflejados en esa palpitación ligeramente insinuante (aunque remotamente) que él o ella saben dar a una frase, a una pregunta, a una despedida! Flirtean desde antes de saber siquiera cómo son físicamente, hasta que él, en un gesto atrevido, incluye una foto suya en una de las cartas.

Resulta deliciosa la lectura de estas cartas tan bien escritas, tan cultas

Él está en California, ella en Buenos Aires, pero pronto se trasladará a Harvard para trabajar con Amado Alonso. Tú a Boston y yo a California. Ella reacciona a la foto de él enviándole una suya. Ellos mejor que nadie saben que el amor entra por los ojos. Así la delicadísima caligrafía de ella, toda una exhibición (que podemos comparar con la descuidada de los borradores de las cartas, ya que estas son cartas de filólogo, con bocetos, tachones y versiones sucesivas hasta alcanzar el texto definitivo). Y el personaje de la madre de él, que entra subrepticiamente en la correspondencia y a la que ella envía su cariño a partir de entonces.

Hay muchas, muchas cosas en este epistolario editado con tanto amor y tanta filología (me refiero a las sustanciosas notas de Juan Miguel Valero). No sólo maravillosa prosa culta, fresca y vibrante, no sólo una historia de amor, sino también una denuncia de la situación social de la mujer (en una época en que no se permite a un hombre que sea pobre o a una mujer que sea inteligente) y un amor y un respeto al saber y a la bondad humana que nos parecen de otra época, pero que sin duda parecerán de otra época en todas las épocas.

«Tengo, tengo, tengo. Los ritmos de la lengua», de José Antonio Millán, es también un libro insólito. Es relativamente breve para la inmensa cantidad de material que cubre, ya que su autor, con muy buen criterio, ha dejado espacio en su página web ( jamillan.com) para notas, bibliografía y ejemplos multimedia. Comienza Millán con unas notas que explican la percepción del ritmo como una singularidad del cerebro humano, y luego se adentra en una exploración que, en su prosa tan erudita como bienhumorada y comunicativa, cubre un área vastísima que va desde las raíces de la civilización hasta los eslógans del 15 M o el célebre «póntelo pónselo».

Ganas de más

El tema es la lengua española, pero no faltan ejemplos de otras lenguas y culturas. Las canciones de cuna, las canciones de corro, las fórmulas mágicas, los conjuros supersticiosos, los refranes, la publicidad, las adivinanzas, esas cosas que decimos simplemente por el gusto de la rima («la pera limonera»), el placer de repetir palabras que no significan nada, ese misterioso poder de las palabras que nos devuelve al pasado mágico... Con todo, creo que la verdadera importancia del libro está en que nos hace reflexionar sobre algo que en la lengua española ha sido siempre dejado de lado: el ritmo. Pobres y escasos son nuestros estudios sobre métrica, por ejemplo, que muchos consideran inútiles u obsoletos. Somos sordos a las posibilidades rítmicas y musicales de nuestra lengua, a lo que hace y a lo que puede hacer. Si algo reprocharíamos a «Tengo, tengo, tengo» es que nos deja con ganas de más.

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