Ridícula mirada de Bonello al asunto bombas en París

«Nocturama» masca chicle para contar los preparativos y consecuencias de un atentado terrorista

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La Sección Oficial sacaba a relucir a dos de sus directores más esperados, al islandés Baltasar Kormákur, con un thriller gélido titulado «The Oath», y al francés Bertrand Bonello, con algo titulado «Nocturama», y que traía las luces largas encendidas desde que la rechazaron en el último festival de Cannes, porque trata de la preparación y consecución de un atentado terrorista en París, y por fechas y sentimientos no les pareció oportuno incluirla en su Sección Oficial. Se acaba de proyectar aquí, y ahora podemos saber que, aparte de su oportunidad y sentimientos, bien pudieron rechazarla en Cannes porque es el claro ejemplo de una película «tonta», o lo que es peor, para «tontos». Lo que plantea Bonello, un cineasta apreciadísimo por cierta crítica, tal vez por su creatividad a la hora de no decir nada, es eso que llaman una mirada objetiva, abierta, que no juzga (es decir, completamente maniquea y boba) a unos cuantos personajes que preparan y ejecutan una serie de atentados terroristas precisamente en París: son jóvenes y no pertenecen a una clase, raza o religión concreta (son transversales).

La gracia de Bonello es que dedica cuarenta minutos a seguir sus movimientos por el Metro, con lo que a todos nos gusta ir y venir por esos pasillos y por esos andenes y coches. Tras la «barrabasada» (son unos chiquillos) y asesinatos, los reúne en unos grandes almacenes vacíos, para que hagan toda una sarta de lo que podría denominarse «gilipolleces cool», bailar, disfrazarse, romper…, y luego, el colofón objetivo, abierto, que no pretende juzgar, cuando aparecen las fuerzas de seguridad y se convierten en el verdadero peligro y los auténticos asesinos de la función. Pero no es una película idiota por eso, sino porque Bonello se cree, mientras cuenta su visión objetiva, que está ofreciendo una mirada llena de posibilidades y pretensiones para un mundo mejor. Lo que no sepa Bonello de los males de nuestro tiempo.

La película de Kormákur, «The Oak», es más seria y tiene mejor clima, aunque adolece de un horroroso fallo de apreciación también sobre, digamos, la policía. Es un argumento tipo de padre que afronta unos problemas terribles a causa de que ve sumida a su hija entre malas compañías y malos vicios. Lo que Liam Neeson o Mel Gibson solucionarían de un plumazo, a Kormákur (el protagoniza la historia) le acarrea enormes trastornos físicos y morales. Los intenta solucionar con la ayuda de la policía, y todo es inoperancia y barreras legales, pero cuando actúa él de la peor manera posible, la misma policía indolente se transforma en el más eficaz perro de presa. Hay mucha dureza visual, intriga emocional y confusión moral, y contiene una atmósfera de continuo desastre sentimental y familiar. Se ve con mucho interés, aunque con la nariz siempre arrugada.

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