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Philippe Petit sigue haciendo equilibrios SAN BERNARDO

Philippe Petit: «El miedo es para los otros»

El funambulista de las Torres Gemelas presenta en España la película «El desafío»

MADRID Actualizado: Guardar
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El funambulista Philippe Petit es arrogante, narcisista y un ególatra de pies a cabeza. Lo sabe y lo reconoce sin rodeos, justificando que para caminar por los cielos la humildad no es imperativa, sino más bien un estorbo. Petit coronó el firmamento de la fama en 1974, cuando cruzó sobre un cable de acero la distancia que separaba las Torres Gemelas de Nueva York, cuya hazaña llega ahora al cine de manos de Robert Zemeckis con el nombre de «El desafío». Un título que disgusta a Petit, como otras muchas cosas que tampoco esconde: «Yo querría haberme interpretado a mí mismo, pero no pudo ser», dice, aunque alaba la encarnación de Joseph Gordon-Levitt y la «alegría de vivir» que logra transmitir.

También se lamenta de que, a pesar de que se lo sugirió al director, no le permitieron hacer un pequeño cameo en el metraje.

A pesar de que su balance de la cinta es más que positivo, Petit muestra un especial disgusto con esos detalles que la película inventa para humanizarle exponiendo su debilidad, como un pequeño tropiezo antes de subirse al cable que no fue tal. «Sobre todo en lo que respecta al final es lo que menos me gusta, esa no fue mi historia. No me hice nunca sangre en el pie» remeda el funambulista de origen francés, que es puntilloso al enumerar todos los detalles que alejan la versión cinematográfica de su vivencia, que ya fue plasmada en el oscarizado documental «The man on wire» en 2008: «Lo que ocurre es que Hollywood no es muy bueno poniendo poesía en la pantalla», pontifica el artista, argumentando que su hazaña más que una locura maravillosa fue un acto de «arte y poesía, de rebelarse contra todo y contra todos». Petit, que ha escrito más de diez libros narrando la proeza, defiende que su paseo a 417 metros del suelo es «la manera en la que me opongo a las reglas normales, a quedarme en el rebaño, a la fuerza de la gravedad».

La adrenalina es el motor

El funambulista, que también ha cruzado las torres de Notre Dame o el Syndey Harbour Bridge, disfruta cuando alguien, desde la tierra, le pregunta por el miedo. «¿Miedo?», responde, silabeando con detenimiento. «Si el miedo me hubiera encontrado en el primer paso nunca habría podido dar el segundo y el tercero. El terror aparece cuando pones el pie en el alambre, pero no le dejo entrar en mi mente y en mi alma. ¿Miedo a qué? ¿A morir? Estoy unido al cable, no puedo irme en el aire y evaporarme», sostiene. «El miedo, es para los otros», apostilla. Unos «otros» a los que el funambulista reconoce no haber gastado atención, porque nunca se ha prestado a desafíos ni retos: «Competir en esto para mí es un sinsentido, la competición no es lo que inspira mi arte», explica. Su motor es el reto, la adrenalina y por encima de cualquier otra cosa, la rebeldía: «Mi vida no está hecha de desafíos, de sueños sí». De hecho, aunque el equilibrista reconoce que su mayor hazaña es y será siempre la del World Trade Center, sigue en activo a sus 66 años y mira al cielo buscando nuevos objetivos de los que colgar el cable y descolgar el mito. «Me encantaría hacerlo en las Torres Kio, que lo podría ver toda la ciudad», dice, señalando las dos torres que se desdibujan en el skyline madrileño desde las inmejorables vistas de la Torre Picasso. «También me gustaría en la Plaza de Toros de las Ventas, porque me gustan mucho los toros», revela. Él mismo enfatiza cómo los tiempos han cambiado, y ahora ya no afronta los arrestos policiales en los que acababan sus proezas de juventud. «Ahora son más comprensivos, más conscientes de que lo que hago es un arte y lo que le doy al mundo, belleza», explica.

Si tiene que quedarse con un momento de «El desafío» Philippe Petit no alberga dudas: «Ese momento en el que me detengo, el actor se detiene sobre el cable. Si recuerdo el instante, me acuerdo de que en mi cabeza sonaba música clásica, es increíble como Zemeckis ha podido recrear eso sin que yo se lo dijese», dice, enfundado en una amplia sonrisa. Pero, si no es miedo ¿qué es lo que se siente a 417 metros de altura, con la capital del mundo bajo sus pies? «Felicidad y éxtasis». Quizá por eso, dice contundente que «hasta que no deje de caminar por el suelo, no dejaré de caminar por el cielo».

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