Jesús García Calero

Unanimidad pintada al fresco sobre las grietas de la cúpula del Prado

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Si aceptamos el relato oficial de que Miguel Zugaza llevaba un año avisando al Ministerio de Cultura de su intención de dejar el Museo del Prado, cabe preguntarse si su relevo se ha organizado de manera rápida, óptima y ejemplar. Los tres meses largos de duración de este proceso han producido cierta incertidumbre y algunas grietas visibles, por más que todos los protagonistas, desde el propio director saliente hasta el presidente del Patronato, José Pedro Pérez-Llorca, hayan intentado, a veces, repararlas de inmediato.

Cabe pensar sin temor a ofender que la realidad es más compleja que el relato oficial y que la discrepancia de criterios y opiniones ha dado lugar en el Prado a un momento de tensión visible, casi de selección natural. Basta revisar los reportajes publicados en estas mismas páginas

el pasado diciembre para darse cuenta de que, en el relevo de nuestra más importante institución cultural, influían algo más que razones personales, aunque estas también tenían mucho peso en el rumbo norte adoptado por Zugaza. El intento de reactivar la vuelta del «Guernica» de Picasso al Prado por su parte fue una interferencia importante -o algo más que eso a las puertas de su 80 aniversario- en el final de esta etapa.

Por eso sorprendió a muchos la inclusión del propio director saliente en la comisión encargada de elegir a su sucesor. Podría haber prestado un asesoramiento valioso, pero fue incluido a sabiendas de que se había mostrado públicamente a favor de Miguel Falomir, incluso cuando el ahora candidato expresó en dos ocasiones al Patronato su deseo de no ser designado. La discreción con la que se había diseñado este proceso -nada que ver con un concurso público- no casaba bien con esas declaraciones. Tal vez por ello Falomir se negó al principio, al verse señalado. Por así decir, no ha sido estético. Y la estética es ética esencial en un museo.

Al final Falomir ha sido designado por unanimidad en la primera reunión formal, tras reconsiderar sus negativas, lo que significa que el resto de talentos sondeados quedaron fuera de juego. Algunos, de dentro del museo, como Leticia Ruiz, vieron sus nombres expuestos.

Ahora el proceso se cierra con unanimidad pintada al fresco sobre las grietas en la cúpula del Prado. Si todo va bien, la etapa que comienza consolidará al nuevo director, de corte más científico. Si no, tal vez le aceche durante un tiempo la sombra de su antecesor en determinadas insistencias. Viene con apoyo del equipo de conservadores, pero puede que su llegada avive antiguas tensiones entre jefes de departamento, apaciguadas con mimo y buenas dosis de «laissez faire, laissez passer» en la época de Zugaza. Los enfrentamientos eran antes tan continuos que se decía que el Prado -que el arquitecto ilustrado Juan de Villanueva había pensado como Gabinete de Historia Natural- se había quedado en la sección de plantas carnívoras del Jardín Botánico. Era una broma cruel, por supuesto, pero indica el camino que no debe tomarse en estos momentos en los que el Prado necesita estabilidad y mucho más sentido común.

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