Marcel Broodthaers o la lírica del huevo y el mejillón

El Museo Reina Sofía revisa la compleja producción del poeta y artista belga en una completa retrospectiva, organizada conjuntamente con el MoMA neoyorquino

Madrid Actualizado: Guardar
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Apenas dedicó doce años de su corta vida (murió prematuramente a los 52 años) a las artes visuales. El poeta belga Marcel Broodthaers (1924-1976) decidió en 1964, a los 40 años, ampliar su registro literario asimilando también el arte y el cine. No cambió uno por otro, no dejó de ser poeta para ser artista plástico o cineasta, sino que fue añadiendo todos estos lenguajes en una producción de una gran complejidad. El MoMA neoyorquino y el Museo Reina Sofía han organizado conjuntamente una completa retrospectiva de Broodthaers, con tres centenares de piezas, que ya se vio en Nueva York y, tras su paso por la capital española, cerrará la itinerancia en Düsseldorf. La muestra ha contado con el apoyo del Estate Broodthaers y, concretamente, de Maria Gilissen, viuda del artista, que ayer estuvo presente en la presentación a la prensa.

Paradójicamente, se exhibe en los principales museos de arte contemporáneo del mundo la obra de alguien que cuestionó, de forma crítica y en profundidad, la institución museística en los años 60 y 70: sus pilares, el papel del artista, la función del arte en la sociedad, la mercantilización del arte, la originalidad de la obra de arte («Veritablement»)... Fue tan concienzuda su reflexión que en 1968 declaraba que ya no era artista y se designó a sí mismo director de su propio museo, al que llamó pomposamente Musée d'Art Moderne. Département des Aigles (Museo de Arte Moderno. Departamento de las Águilas), con el que dio rienda suelta a su fértil ideario.

Precisamente, el águila que escogió como emblema de su museo, es uno de los símbolos más recurrentes en la producción de Broodthaers, junto a los mejillones, los huevos y la bandera belga. Todos ellos inundan las salas del Reina Sofía. Para el artista, el águila, el ave que vuela más alto, representaba el poder político y militar, la autoridad, pero también la soledad, la melancolía. Un águila corona un espejo del XVIII que adquirió en una feria de antigüedades y que incluyó en varias exposiciones. En 1965 Broodthaers proclamaba: «Todo son huevos. El mundo es un huevo. El mundo nació de la gran yema, el sol». Empleó cáscaras reales, pero también artificiales, pegadas a lienzos, a una bolsa de papel, a un periódico que hablaba de la crítica situación en el Congo... Los mejillones, tan belgas, le interesaban por su potencial poético. Los hay por todos lados en la muestra: en cazuelas humeantes, en atriles... La palabra «moule» se traduce como mejillón, pero también como molde. Recreando la bandera belga, que luce en maletas, huesos..., cuestiona el concepto de identidad de un país.

Crítica, humor e ironía

Con todos esos símbolos, y empleando constantemente la ironía, el humor y la crítica ácida, elabora una producción artística que se acerca mucho al surrealismo. Especialmente a Magritte, uno de sus principales referentes. Pero Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía y comisario de la exposición junto con Christophe Cherix, del MoMA, habla del postsurrealismo de Broodthaers y el anacronismo de su trabajo. No le gustaba nada que le etiquetaran: abominaba el minimalismo y el arte conceptual a los que algunos se empeñan en adscribirlo. Explica Borja-Villel que el artista mantuvo una relación compleja con Beuys, al que asociaba a Wagner, mientras él se veía como Offenbach. «Broodthaers es uno de los grandes nombres de este siglo; ha tenido una influencia clave en el arte contemporáneo», añade. Hay dos grandes Marcel en la Historia del Arte: Duchamp y Broodthaers.

La enorme fragilidad de las obras (parece que van a romperse con solo mirarlas) da una idea de lo complejo del montaje de esta exposición, que ha sido un auténtico reto para sus organizadores. Además de águilas, huevos, mejillones y banderas belgas, en las salas del Reina Sofía se han instalado desde palmeras y trozos de carbón hasta un lingote de oro, cañones, una sombrilla y sillas de playa o un ataúd con frascos de vidrio con la silueta del poeta Marcel Lecomte... Y es que su vena literaria está muy presente por todos los rincones de la exposición: carteles publicitarios a los que llama poemas industriales, pinturas literarias, tipografías, alfabetos, una máquina de escribir... Le interesan Mallarmé, Baudelaire u Oscar Wilde. De este último se inspira para una de sus obras en un poema que escribió desde la cárcel de Reading.

La idea de crear su propio museo se gestó en 1968 en su apartamento de Bruselas: en el número 30 de la rue de la Pépinière. Comenzó con la Sección Siglo XIX. Proyectó sobre las cajas de embalaje que se usan para el transporte de obras de arte pinturas francesas decimonónicas y colgó algunas postales en las paredes. En total, organizó doce muestras en Bélgica, los Países Bajos y Alemania dedicadas a secciones como la publicitaria, la financiera, el cine, el arte popular... Cerró el museo en 1972. Broodthaers vuelve a ser artista.

Más que una exposición se trata, pues, de una exposición de exposiciones, de decorados, al igual que Broodthaers es un artista de artistas. En el Reina Sofía se recrean las muestras que hizo en vida en lugares como la Documenta 5 de Kassel, la galería MTL de Bruselas; el centro de arte de París antes de ser el Pompidou... Allí tuvo lugar en 1975 su última exposición, «Salle blanche». Recreó, como si fuera un decorado de cine, el interior de su casa de Bruselas y, sobre las paredes, pintó palabras relacionadas con el arte. «Una perfecta planta baja pequeñoburguesa donde las palabras flotan», la definió Broodthaers. La obra de arte como ausencia. Un año antes montó un «Jardín de invierno» en el Museo de Bellas Artes de su ciudad natal, con sillas de jardín, macetas con palmeras, fotos de grabados del XIX y la proyección de una película.

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