«Hora de España», una revista que merece recordarse
«Hora de España», una revista que merece recordarse - ABC
DOMINGOS CON HISTORIA

La fiesta republicana de la raza

«Hora de España» dedicó un brioso comentario a la Hispanidad en 1938, que no es honrado por los extremistas de izquierdas actuales

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La negación de la realidad de España y de los españoles, que es la pintoresca aportación a la crisis que nos han proporcionado todos los nacionalistas y una buena parte de la izquierda radical, parece añadir una zafia melancolía antipatriótica a la reputación taciturna del otoño. El día de la Hispanidad, la flamante alcaldesa de Barcelona proclamó su disgusto ante la celebración de lo que ella y sus compañeros de tripulación consideran que es el aniversario de un puro y simple genocidio. Como buena parte del prestigio que ostentan quienes así se expresan se basa en la reivindicación de la cultura republicana y en la lucha por la recuperación de lo que ellos llaman memoria histórica, no estará de más recordar en esta meditación de la idea de España lo que dijeron sobre esa fecha y sobre su celebración aquellos republicanos que son tomados como manipulada referencia y quebrantado recuerdo.

El penúltimo número de «Hora de España» -el nombre de la publicación ya nos indica la diferencia entre la dignidad de aquellos combatientes y el porte de ciertos jaraneros apoltronados- se publicó en octubre de 1938, cuando los severos reveses en el frente hacían presagiar la derrota definitiva del régimen del 14 de abril. En situación tan amarga, que pronto iba a enviar al exilio, a la cárcel o a la muerte -o todas esas cosas al mismo tiempo- a buen número de quienes defendían el orden republicano, la revista dedicó un brioso comentario a la conmemoración del 12 de octubre de 1492. «Hora de España y la Fiesta de la Raza», no vacilaron en titularlo. Reclamaban los redactores el sentido de aquellos veintisiete meses de guerra que, para ellos, era un combate por la libertad y, en especial, por la libertad de quienes pertenecían a una misma comunidad racial y cultural a uno y otro lado del Atlántico. «En esta Fiesta de la Raza se encuentran y cruzan una vez más las miradas de España y de América. De la España libre y que no quiere ni puede dejar de serlo, y de los pueblos de América nacidos cabalmente bajo el signo de la libertad». A través de la reafirmación de España, América estaba descubriendo de nuevo su raíz hispana.

Tal afirmación podía realizarse entonces sin lo que los intelectuales de «Hora de España» consideraban la invocación por la derecha de un pasado muerto, desplegada con la retórica enmohecida más propia de «deleznables guardarropías» que del riguroso llamamiento a un encuentro cultural. Lo que pueda haber de partidista y de injusto en esa denuncia se amortigua, sin embargo, evocando el fervor nacional con que se defendía el sentido profundo de aquella conmemoración. «Quizá nunca haya unido tanto como hoy a españoles y americanos la comunidad de su pasado. Pero es porque no hay pasado que realmente una, si no es asimilado en vivo, incorporado al presente y enderezado al porvenir, en continuidad salvadora». El rechazo al concepto de Hispanidad propuesto por los adversarios de la República; las diferencias interpretativas de una experiencia de siglos nunca ponían en duda la vigencia ejemplar de aquella realidad, de cuya plasmación había de brotar la esperanza de un resurgimiento patriótico. «Las “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda”, están unidas hoy, tanto y más que por su pasado común, por la comunidad de destino que ante ellas se abre en el futuro. De ese “destino español” que es vuestro destino, americanos. Vueltos a ese gran mañana común los ojos, cuantos trabajamos por España y por nuestra raza en torno a esta “Hora de España”, desde el puesto que nuestro destino y nuestra conciencia y pasión de españoles libres nos han asignado, dirigimos en este día nuestro fraternal y esperanzado saludo a los pueblos hermanos de América».

Maldita guerra

Maldita guerra. Maldita circunstancia. Maldito tiempo el que llevó a quienes así expresaban su españolidad certera y robusta a una lucha a muerte con otros españoles. Desventurada patria, en la que quienes así hablaban fueran vistos como enemigos de España. Triste destino el que silenció la herencia de este profundo sentimiento nacional, hasta el punto en que parecen avergonzarse de causa tan noble quienes ahora se llaman a sí mismos descendientes directos de los vencidos en aquel trance. ¿Alguien se imagina a los redactores de «Hora de España» oyendo a los que hoy reniegan de lo que no solo es conmemoración de una gesta, sino inauguración de la era moderna a ambas orillas del Océano, y fundamento de esa conciencia de destino común, expresada con entereza por quienes se jugaban la vida bajo los colores de la bandera republicana? ¿Alguien se imagina a los combatientes de una causa ya sin esperanza renunciando a la soberbia tradición de una cultura humanista que se inauguró, precisamente, sobre la experiencia de la expansión americana, el derecho de gentes y la idea de una modernidad con valores cristianos? ¿Alguien se imagina a los luchadores por la República española alzando el velo de la vergüenza por un pasado de España que no se denuncia por la imperfección de toda peripecia humana, sino por el simple hecho de ser español?

En el último número de la revista, que se publicaría en noviembre de 1938 , se recogían los versos estremecedores de un poeta americano. Eran los que agruparía César Vallejo en su libro «España, aparta de mí este cáliz». Eran los que lanzaban una advertencia desgarrada a los hombres y mujeres del futuro, a las nuevas generaciones. Un mensaje, que hoy parecen haber olvidado los que quizás nunca lo leyeron. «¡Bajad el aliento, y si/ el antebrazo baja,/ si las férulas suenan, si es la noche,/ si el cielo cabe en dos limbos terrestres,/ si hay ruido en el sonido de las puertas,/ si tardo, si no veis a nadie, si os asustan/ los lápices sin punta, si la madre/ España cae -digo, es un decir-/ salid, niños del mundo; id a buscarla!»

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