Luis Alberto de Cuenca

Clara Janés, princesa de la poesía

Esta tarde ingresa en la Real Academia Española, donde ocupará la silla «U», vacante tras la muerte de Eduardo García de Enterría. Es la séptima mujer que hoy forma parte de la Docta Casa. Su discurso versa sobre Salomón y el «Cantar de los cantares»

Luis Alberto de Cuenca
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Hija de Josep Janés (1913-1959), uno de los grandes editores españoles de todos los tiempos, creador de un catálogo abrumador que fundió clasicismo y modernidad en un mismo crisol de excelencia, y de su esposa, Esther Nadal, recientemente fallecida, Clara Janés Nadal aspiró a pleno pulmón en casa de sus padres el perfume de la literatura y, en especial, de la poesía, a la que consagraría su vida con una entrega y dedicación similares a las que desplegó su admirada Teresa de Jesús en su labor como fundadora. Porque Clara es un ser nimbado por el halo de la magia poética, una criatura que habita en un mundo paralelo donde todo se expresa en lenguaje connotativo: el empleado por Santa Teresa en sus versos cancioneriles, por San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual, por cualquiera de los místicos orientales que forman parte de ese manto protector con el que nuestra nueva académica de la RAE se envuelve cada día, protegiéndose del frío o del calor, denotativos ellos, que rigen, inflexibles, la existencia diaria.

Inmensa traductora del checo Vladimír Holan y de una gran variedad de autores de muy diversas procedencias que ella ha dado a conocer en nuestra lengua, Clara Janés ha desarrollado una apabullante tarea en el terreno del diálogo entre Oriente y Occidente, pues ha introducido en nuestra tradición y en nuestra cultura nombres señeros de las literaturas no europeas que antes de su labor nos eran prácticamente desconocidos. Permítanme citar, por ejemplo, al persa medieval Firdusi, autor del Libro de los Reyes, un cantar de gesta que no desmerece lo más mínimo ante obras maestras de la épica universal como el Gilgamesh, la Ilíada o el Beowulf, y que Clara nos ha entregado en una cuidadísima edición parcial auspiciada por Alianza. Pero, con ser su faceta como traductora extraordinariamente significativa, su trayectoria como poeta es aún más brillante y luminosa.

Clara Janés es una poeta inimitable, irrepetible, única. Una princesa de la poesía. El silencio que se escucha en sus versos es el que hizo sonar en las esferas el maestro Eckhart, pero también la voz de los pájaros en el libro de Farid ud-Din Attar, y la música de Cirlot, acribillada de aritméticas celestiales, y otra vez el silencio dolorido de Holan, y de nuevo las voces cadenciosas de nuestra mejor poesía barroca. Todo ello unido en un bouquet trenzado con las técnicas más depuradas del más fino ikebana japonés, con una hipersensibilidad a flor de piel que electriza y transmite como nadie una mezcla admirable de plenitud y de vacío.

Clara Janés va a leer hoy su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Nada más justo y necesario. Me siento orgulloso de acompañarla desde aquí con estas breves líneas de admiración por su persona y por su obra y de indeclinable cariño.

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