Una enorme cultura, una enorme mente

Nada más y nada mejor se puede decir sobre Santiago Castelo que lo que ha dicho su gente de ABC

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Nada más y nada mejor se puede decir sobre Santiago Castelo que lo que ha dicho su gente de ABC, es decir, todos los que han gozado el privilegio de su cercanía, de su hacer, y de su decir. Y, así mismo, de su compostura natural y de su mirada «omniscópica».

Sobre su poesía –que era una poesía mucho más compleja, mucho más habladora, mucho más profunda de lo que pensaban quienes lo habían leído con distancia–solo puede añadirse, además de lo dicho, que, como los vinos, al concluir su lectura aparecían todo tipo de sabores y de regustos, todo género de sentimientos entremezclados y contradictorios, que es lo que tiene que ser, que es lo que es –Dios perdone el dogmatismo– la poesía.

Sobre su calidad profesional ni una sola palabra. Sus compañeros son los únicos que pueden, no explicarla –que no es cosa necesaria de hacer– sino entenderla y sentirla y seguir sintiéndola «sine die».

Pero, desde fuera, los que no hemos vivido su vida diaria podemos y debemos aportar algunas ideas, porque, aunque vivía su periódico como ninguna otra cosa de la tierra, de vez en cuando salía a otros ámbitos diversos, más que nada al de su dulce –él la hacía dulce– Extremadura, pero también en reuniones sociales –escasísimas– y actos culturales de todo género, donde siempre se comprobaba su enorme cultura, su enorme mente.

Pues bien, las ideas que se pueden aportar desde fuera son, después de pensarlo bien, exactamente las mismas, con una exactitud exactísima, que las de sus compañeros. Su ser era siempre el mismo. No pretendía otra cosa que ser lo que era. No tenía, de hecho, nada mejor que ser.

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