La estatua mide 70 centímetros y es obra del artista polaco Bartosz Szydlowski. :: E. C.
Sociedad

Un Lenin meón en Cracovia

Una figura enana y fluorescente del líder soviético ocupa el lugar de la estatua de siete metros que antaño lucía en un barrio obrero

VARSOVIA. Actualizado: Guardar
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Lenin fue el líder principal de la Revolución de Octubre de 1917 y artífice de la URSS. Impulsó el movimiento comunista en todo el mundo y se granjeó un sinfín de enemigos en la izquierda y la derecha. A su muerte, en 1924, Stalin se las arregló para tomar las riendas del poder y la figura del revolucionario soviético pasó a convertirse en una estatua y poco más. Su estampa se erigía siempre con el puño cerrado o señalando el horizonte en plazas, calles, avenidas y parques de la URSS, donde se impuso un régimen totalitario a sangre y fuego.

Polonia, que se integró en el sistema soviético a golpe de bayoneta tras la Segunda Guerra Mundial, no fue una excepción. El comunismo cayó en la patria de Juan Pablo II -fervoroso anticomunista- en 1989 y poco a poco se fueron apeando de sus pedestales todos los bustos y efigies de Lenin. No obstante, ya decía Marx que la Historia, así con mayúsculas, se repite primero como tragedia y luego como comedia. Esto mismo debieron pensar los vecinos de Nowa Huta, un barrio obrero de Cracovia, al encontrarse -de nuevo- una estatua del histórico líder soviético que se había retirado hace 25 años. Pero igual, lo que se dice igual, no era.

Para empezar mide 70 centímetros y no los siete metros de la figura original. Tampoco es broncínea sino que luce un color verde chillón y fluorescente, nada que ver con la sobriedad de antaño, y, lo que es todavía más llamativo, ni cierra el puño ni señala el horizonte con el índice. En plena zancada el Lenin fosforito se agarra el pene y orina desde lo alto de su peana.

Según Bartosz Szydlowski, el autor de tan peculiar engendro, «lo que busco es superar las viejas ideas a través de la risa». No quiere suscitar polémica, sino mirar hacia el pasado desde la distancia y burlarse de las muchas miserias que sufrió Polonia. El nuevo Lenin está en el mismo lugar que el antiguo y no ha tardado en convertirse en objeto de mofa por parte de todo el barrio y de otros muchos vecinos de localidades cercanas.

Eso sí, también han arreciado las críticas ante la visión de la figura del Lenin miccionador. No porque la consideren irreverente sino porque muchos polacos no quieren ver al artífice de la URSS ni en pintura ni como estatua. Ni de bronce ni fluorescente. Bartosz Szydlowski respeta pero no comparte las protestas ante su obra de arte. En su opinión, al cabo de 25 años de la caída del comunismo en Polonia, «ya es hora de que pasemos página». Es contrario a «la amnesia frente a la Historia» y, por eso mismo, se decanta por «la risa y la irreverencia». La altura de la propia estatua -70 centímetros- admite una lectura clarísima: «Quiero empequeñecer las ideas del fundador de la URSS». Aunque luego la bomba de agua con la que se propulsa la supuesta orina de Lenin tenga una potencia colosal para regocijo de los espectadores.

Como reclamo turístico está cumpliendo con una función inestimable. Nadie sabe cuánto tiempo permanecerá en el barrio obrero de Nowa Huta. Los polacos más sarcásticos se preguntan qué estarán pensando la momia del revolucionario ruso, que todavía se expone en un mausoleo de la Plaza Roja de Moscú.