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Oro viejo

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Casa de Iberoamérica, veinte treinta: una tarde calurosa que no auspiciaba las lluvias que nos abofetearon ayer. Mario Vargas Llosa recibe el Premio Libertad Cortes de Cádiz 2014 despeinado como un gallo de pelea recién salido de la riña y sonríe, pleno de felicidad, mientras atraviesa la alfombra que lo lleva al púlpito transfigurado en tres sillones inmaculados. Juancho Armas Marcelo abre la guerra -una de esas guerras en las que siempre gusta de estar metido- con una laudatio escarbada en el corazón que persiste en una amistad de cinco veces diez años: más bien remedó una hagiografía del amor fraternal.

Teófila Martínez hizo un buen discurso, quizá un poco consecuencia de. ¿El Oro viejo dices, Teófila? No, no -se apresuró a corregirme-, el Loro viejo, el que no aprenderá ya a hablar. La alcaldesa de Cádiz, en la noche de la libertad embridada por la literatura, confesó que se había emocionado durante su alocución, lo que provocó que se trabara un poco en algún momento. No así el Secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle, que dejó boquiabierto al patio de butacas con su oración cítrica y azucarada: brillantísimo.

Esperábamos a Vargas Llosa y a Vargas Llosa obtuvimos. Subió al proscenio con falso esfuerzo, como si hubieran tomado despistado al gallo y le hubieran picado, pero se desvistió de su otro yo y se nos descubrió vestido de grillo, como decía Juancho, naciendo eclosiones en los cerebros del auditorio. Sus manos no sostenían chuleta, ni tarjetón, ni un autocue invisible levitaba frente a él. Sólo tenía lo más importante: su cerebro y su integridad. Mario Vargas Llosa vino a Cádiz a hablar a los gaditanos de libertad y liberalismo y lo hizo con el mecer pausado de su voz atildada de los nacidos en los marzos de Arequipa. Se recordó, lo recordaron, como el veinteañero que fue, enamorado de Sartre y Balzac, y supo hilar la madeja que lo condujo al Cádiz que fue España, a la ciudad que germinó -de germen- las bicentenarias constituciones iberoamericanas, a la patria ficta de la libertad. Y digo ficta porque la única libertad es la que nos concede el pensamiento y su desarrollo. Narran los abuelos que no pueden ponerse puertas al campo (quizá sí las doors of perception) y el predio del entendimiento es sólo la cárcel castillo de nuestra mente inviolable y aforada. Don Mario tiene una llave bañada en oro de 25 kilates con la que guarda no solo una mansión Windsor de la entelequia, sino la pluma viva que, como creí escuchar a Teófila, escribió Cádiz con tinta de oro viejo.