Tribuna

Produce monstruos

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Es cierto que el sueño de la razón produce monstruos, no los de Pixar que al fin y al cabo lo único que saben hacer es gritar como chiquillas locas en un concierto de Abraham Mateo, sino monstruos de los de verdad, de los que Goya retrató como nadie. Porque cuando la razón se duerme, sobre todo si se duerme en los laureles, es cuando aparecen nuestras peores sombras, lo peor de cada uno. Sacamos entonces de nuestra mochila ese manual de excusas y reproches para usar en caso de adversidad y elegimos, al azar, cualquiera de las lecciones, desde «el yo no ha hecho», hasta el «yo ya lo sabía», pasando por el tan carpetovetónico «si lo hubiera hecho yo.» Y ya está, porque parece que es más fácil rendirse al monstruo y dejarse conducir entre las sombras que encender la luz, despejar tinieblas y conocer, pese a todo, la verdad, imaginando que la verdad puede asustarnos aún más que los engendros de nuestra manipulada imaginación . Tal vez porque como dijo Serrat, «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».

Una aletargada razón nos había hecho creer que éramos los mejores del mundo, nos había convencido de que una camiseta roja era un gigante imbatible y no un simple y tosco molino de viento, nos hizo pensar que de la crisis se salía corriendo detrás de un balón. Intocables, invencibles, modelo para generaciones enteras, jóvenes y guapos un día, y cansados, viejos, fondones, derrochones, frívolos, simples, vagos y maleantes al día siguiente. Así somos los españoles. O blanco o negro, nada de grises ni de matices. Porque ni tan buena era la Selección Española hace unos meses, ni tan mala -bueno, un poco sí que lo fue- es desde la derrota ante Chile. Entre las excusas, el calor -muy Camus, por cierto-, la humedad, la falta de entrenamiento, el final tardío y exhausto de la Liga española, la distancia, la frialdad de las gradas. Entre los reproches, usted y las 19 empresas patrocinadoras del papelón de La Roja lo saben mejor que yo.

La razón dormida prefiere recrearse en sus monstruos que sacudirse el sueño y levantarse. Lo dijo el flamante Rey en su discurso -además de lo del tiempo nuevo, muy apocalíptico y susanista- cuando hablaba del progreso y de mirar más allá de las cuatro paredes que nos rodean, aunque lo dijo de una manera excesivamente literaria para lo que era, y citando a Cervantes: «un hombre no es más que otro si no hace más que otro».

Una lástima que nadie se aplique el cuento. Porque en este país somnoliento nos gusta mucho más fijarnos en lo que no hacen los otros para chivarnos rápidamente. Otra variedad del cainismo hispánico.

Esta semana, las sillas y las mesas han dado mucho de qué hablar. Las sillas vacías, evidentemente. Alguna de ellas, en pantomimas tan ridículas como la reunión de alcaldes del PP en la que los asistentes se dirigían a una silla vacía -a de la presidenta de Andalucía, se entiende aunque no se comprenda- reprochándole todo lo reprochable. Puedo imaginar la situación porque una vez vi a Raphael en el Falla cantándole a una silla de oficina y fue una experiencia impactante. Una silla que representaban, decían, el vacío de la Junta de Andalucía, una terapia psicológica que estará muy bien para enfrentarse a una pérdida o a un trauma pero que resulta un mamarracho hablando de política. Porque nadie recibió el mensaje de la manera correcta, ni los propios alcaldes del PP, ni la presidenta de la Junta, ni mi prima Carmeluchi que a estas alturas, está ya en otras cosas.

Cosas como las de la Mesa de la Vivienda Municipal, de la que todos los invitados se están levantando antes de que sirvan el primer plato, tal vez porque de tanto esperar, los comensales se estaban quedando dormidos. Y ya saben, el sueño de la razón. El equipo de Gobierno habla de falta de compromiso real de los colectivos ciudadanos, las asociaciones dicen que el equipo de Gobierno no ha hecho nada, y así andamos, tan obsesionados con echarles la culpa a los demás, que somos incapaces de despertar.

La Junta de Andalucía y su Plan extraordinario de Solidaridad de Andalucía para atender tanto los suministros mínimos vitales como a necesidades urgentes y básicas de personas, familias y colectivos susceptibles de especial protección son otra muestra de cómo la pasión puede cegar el conocimiento. Con una dotación para Cádiz capital de 42.900 euros al año pretenden cerrar las grietas de la exclusión social y de la pobreza -cada vez más acuciante- de nuestra ciudad. El chocolate del loro, repartir miseria donde sólo hay miseria.

Una ciudad que vive del subsidio, de las ayudas de emergencia social, una ciudad que se durmió hace mucho en sus propios laureles, acunada por los ecos de lo que pudo haber sido y no fue, con la misma nana cada noche y que convive día tras día con sus propios monstruos.

Gigantes y cabezudos se paseaban el viernes por Cádiz como si tal cosa. La gran apuesta, decían, de las fiestas del Corpus, que amenazan con hacer también un viaje en el tiempo. Es lo que tiene esto, que uno ya no sabe si está dormido o despierto. Y si más que sueños, lo que tenemos son pesadillas.