Combatientes turcomanos chiíes participan en un despliegue contra los yihadistas en la ciudad de Taza, al norte de Kirkuk. :: REUTERS
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Suníes y kurdos pactan echar a Al-Maliki

El partidismo del jefe del Gobierno espolea el avance yihadista y la región autónoma del norte acoge a los opositores al líder chií

KIRKUK. Actualizado: Guardar
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Nuri al-Maliki se aferra con fuerza al sillón de primer ministro de Irak, pero sus horas pueden estar contadas. Después de ocho años al frente del país, las provincias suníes han dicho basta y se han levantado contra el Gobierno chií de Bagdad justo cuando el dirigente se disponía a comenzar su tercera legislatura después de resultar vencedor en las elecciones del 30 de abril.

En el alzamiento están presentes elementos radicales como el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL), pero también grupos armados vinculados al antiguo régimen de Sadam Hussein y las tribus locales, lo que ha posibilitado que «la revolución se expanda con gran rapidez y ya esté a las puertas de Bagdad, es un movimiento popular», confiesa el jeque Abdul Rahman al-Obeidi, líder de la tribu Al-Obeidi, una de las más importante de la zona.

El jeque sigue los acontecimientos con impaciencia desde su mansión de Kirkuk, repite la palabra «revolución» y desvela que «hay un pacto entre suníes y kurdos en el norte, esto es lo que explica el colapso del Ejército en cuestión de horas. Los kurdos tienen Kirkuk y nosotros, nuestras zonas». Al-Maliki ya podía suponer la oposición de unos suníes cuyo objetivo es derrocar al Gobierno, pero esta especie de «pacto secreto» ha terminado de complicar su continuidad al frente del Ejecutivo iraquí.

El primer ministro ha contado en sus dos gobiernos anteriores con el apoyo de la coalición política kurda, pero el entendimiento entre Erbil y Bagdad no pasa ahora por su mejor momento y la región autónoma se ha convertido en los últimos meses en santuario para los líderes políticos contrarios al dirigente chií que desarrollan sus operaciones desde la capital kurda. No hay más que acercarse al lujoso hotel Divan de Erbil para encontrarse con los cabecillas de las protestas en Faluya, Ramadi y Mosul.

En la última semana, Al-Maliki ha pasado de ser «el hombre de confianza de Washington y Teherán en Bagdad», según la definición de un diplomático europeo con larga experiencia en Irak consultado, a convertirse en un impedimento para la unidad nacional debido a su incapacidad para tender puentes con los suníes, que desde hace más de un año celebraban manifestaciones semanales en protesta por el sectarismo del Gobierno.

Mantiene a Irán

Irán, su lugar de refugio como activista político durante el antiguo régimen, mantiene su apoyo a Al-Maliki, pero desde EE UU llegan mensajes que piden un cambio político para reconducir la situación. La respuesta estadounidense a la petición oficial de ataques aéreos por parte de Bagdad no ha podido ser más tibia. El general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor, compareció ante el Congreso, donde criticó la política del Gobierno iraquí y señaló a la «marginación de la comunidad suní» como una de las causas de la insurrección.

Según informa The New York Times, en los últimos días se han producido reuniones entre el embajador estadounidense, Robert Beecroft, y el responsable del Departamento de Estado para Irak e Irán, Brett McGur, con Usama Nuyaifi, líder de la coalición suní Muttahidoon y presidente del Parlamento, y políticos chiíes como Ahmed Chalabi, ex primer ministro, para debatir el futuro sin Al-Maliki. «No quieren que siga», según desveló al diario estadounidense una fuente próxima a Nuyaifi.

La soledad de Al-Maliki se compensa con la unidad entre los chiíes, secta que representa al 60%de la población iraquí. Pese a las diferencias políticas con el primer ministro, han cerrado filas frente a la amenaza del EIIL tras la fatua del Gran Ayatolá Alí Sistani. Los voluntarios que se enrolan estos días por decenas para combatir junto a las fuerzas de seguridad cobrarán 750.000 dinares (casi 500 euros al cambio) si están en primera línea.

Desde hace 72 horas insurgentes y Ejército y voluntarios chiíes se disputan el control de la refinería de Baiji, 200 kilómetros al norte de Bagdad, y las informaciones sobre la marcha de los combates no pueden ser más confusas. El Gobierno asegura tener la situación bajo control, pero al tratarse de una zona puramente suní la insurgencia tiene mucho peso y cuenta con respaldo de las poblaciones próximas.