Sociedad

Decolorar el verde

J. M. Mulet desmitifica las propiedades de los alimentos ecológicos, que son idénticas a las de los productos 'normales'El escritor y biólogo cree que la «preocupación» por la comida natural es un efecto secundario «de tener la nevera llena»

MADRID. Actualizado: Guardar
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Tienen sus apartados especiales en las grandes superficies, centros de alimentación propios e incluso el supermercado más grande Europa destinado solo a ellos se acaba de abrir en Valencia. Los productos ecológicos se han convertido en una tendencia en los últimos años que, cada día, está ganando más adeptos en el mundo. Sin embargo, estar considerados más naturales que los productos 'normales' no quiere decir que sean mejores para la salud o que tengan unas propiedades más beneficiosas para el consumidor. «Es una creencia que no tiene ningún aval científico. Particularmente, un producto ecológico puede ser mejor. Pero todos los metaestudios, que comparan toda la evidencia científica existente, lo que te dicen es que nutricionalmente los ecológicos son muy similares a los normales», asegura José Miguel Mulet. Este biólogo molecular ha plasmado en 'Comer sin miedo' (Destino), con ironía y cierto humor, las «falacias, mitos y mentiras» que existen sobre la alimentación del siglo XXI.

Mulet no se opone a que alguien produzca, venda o coma un tomate ecológico. Él lo haría porque es «perfectamente seguro», pero no lo compraría en un supermercado porque es «muy caro». Además, que un queso tenga como apellido ecológico solo se debe a los designios políticos. «La gente no sabe lo que está comprando cuando compra ecológico. Piensa que es más sano o que es mejor para el medio ambiente. Pero realmente significa que se ajusta al reglamento de la Unión Europea, es decir, es un acto administrativo. Y ese reglamento solo dice que todos esos productos tienen que ser naturales. Cualquier cosa se puede tildar de natural, hasta el pan de molde», explica el profesor de la Universidad de Valencia.

Barbaridades

Mulet defiende que la comida no se puede quedar al margen de los últimos avances -«un tomate tiene más tecnología que el iPhone 5»- y que en la actualidad el ser humano tiene la mejor alimentación de la historia. «En la naturaleza hay muchas pocas cosas que podamos comernos sin más. El maíz, el trigo, son especies artificiales que hemos ido domesticando», comenta Mulet.

Pero la situación actual no tiene nada que ver con la que se producía hace cinco décadas, donde se hacían «auténticas barbaridades en el campo» y se usaban productos muy tóxicos en una época donde no había ninguna legislación sobre la materia y España sufría hambre. «Cuando pasas hambre no estás para tonterías. Ahora tenemos la suerte de tener la nevera llena y es cuando nos podemos ocupar de que esto sea natural. Es la típica preocupación que tienes cuando no tienes preocupaciones serias», comenta Mulet, que señala que a los millones de personas que pasan hambre en el mundo «les da igual» si la comida que reciben es natural o ecológica.

A lo largo del libro, el investigador en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas desarrolla algunas de las mentiras o las creencias populares, como por ejemplo, que los pucheros tradicionales son los más naturales. Al contrario, los cocidos o las paellas son el resultado de complejas reacciones químicas a las que sometemos a los alimentos para hacerlos más sabrosos para el ser humano. «Gracias a que hemos amoldado la naturaleza, comemos», recuerda Mulet, que también se muestra favorable a los conservantes. Unos elementos culinarios que se llevan utilizando en las despensas desde la Antigüedad. La única diferencia con entonces es que ahora se controlan las cantidades que se usan, con lo que «no suponen ningún problema para la salud».

De cara al futuro, Mulet no prevé grandes cambios. «Hay personas que comerán solo productos ecológicos y otras continuarán diciendo que es malo comer un animal concreto. Lo importante es comer más verdura y menos grasas saturadas, ya que la alimentación no es una cuestión de alimentos buenos o malos, sino de equilibrios», resume Mulet, que también estudia el impacto de la tecnología en la alimentación. Por ejemplo, la carne sintética, como la hamburguesa de este tipo creada por el profesor Mark Prost. El escritor plantea que puede ser una solución moral para contentar a los animalistas o controlar el impacto ambiental.

Luego está el desarrollo de toda una gama de alimentos: funcionales -valor nutricional más alguna molécula que aporta ventajas concretas para la salud-, nutracéuticos -igual que los funcionales, pero con una molécula artificial-; probióticos -comida con microorganismos vivos destinados a mejorar los que ya viven en nuestro organismo, sobre todo en la flora intestinal-; prebióticos -con productos no digestibles-; los enriquecidos y los transgénicos.