hoja roja

Que me quede como estoy

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Si aún vivieran los Costus -y no fueran sólo sombra de lo que fueron, como lo son ahora, reducidos a un triste 'ecco'- habrían titulado la serie 'el paso trascendental del Christmas al whatsApp' y todos habríamos celebrado la ocurrencia añadiendo a los cuadros brochazos de nuestra propia cosecha, como si hubiese venido a visitarnos el espíritu de Eugenio, -aunque este año no resulte muy políticamente correcto que te visite un espíritu catalán- y diremos ¿saben aquel que diu.? Diremos, entonces, eso tan manido de que antes se felicitaba a la familia y a los amigos de verdad, escribiendo con letra primorosa tarjetas pintadas, por ejemplo, con los dedos de los pies o con la boca, sin atrevernos a reconocer que aquel 'Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo' que tan entrañable le parece ahora, era lo que decían todos los Christmas que llegaban a su casa, todos. Luego vino la llamada telefónica -más personal, jajaja.- con la que uno ventilaba la tarde del 24 la trastienda de los buenos deseos y eso. Más tarde los SMS, siempre larguísimos, siempre de lata y siempre reenviados una y mil veces. El correo electrónico y el Facebook convirtieron la Navidad en un alarde de imagen y sonidos donde duendecillos de dudosa procedencia y rostros siempre conocidos bailaban frenéticamente, y donde las frases más cursis de la historia hacían competencia a los intrascendentes pensamientos profundos que a diario cuelga la gente más aburrida del planeta. Hasta que apareció el whatsApp y llegó la navidad en vivo y en directo. Sí, sí, no disimule que usted también ha visto los comedores de media humanidad, el vulgar menú que devoraron sus vecinos y los primeros tacones de la niña de su prima. Llegó la diversión, no lo niegue, que estuvo usted la mar de entretenido antes, durante y después de las uvas. Mira mi primo, mira mi jefe, mira el vestido chinesco de la abuela, mira la tajá que tiene el maestro del niño, mira la mesa que han preparado los de abajo, mira el belén que han puesto estos. Un horror, para qué vamos a engañarnos y una innecesaria pérdida de tiempo que, paradójicamente, nos hace pensar en las horas que así nos ahorramos felicitando al orbe desde un teclado imaginario.

Y es que los tiempos adelantan que es una barbaridad, como decía don Hilarión. Tanto, tanto nos han adelantado que nos hemos quedado definitivamente atrás perdiendo quizá la última batalla contra el tiempo. Eso, por lo menos, me pareció después de leer atentamente todos los mensajes, sms y whats que llegaban a mi teléfono -¿o hay que decir smartphone?-. Todos, todos sin excepción, los supuestamente cachondos, los sentimentales, los fraternales, los de compromiso, los del trabajo, los de las uvas, los de los renos, los de los niños sonrientes, los de las gitanas que bailaban. todos tenían la misma estructura profunda y decadente. Un deseo que más parecía una plegaria: 'que nos quedemos como estamos'. Un mensaje que, cuanto menos, me da que pensar. Hemos decidido -o alguien ha decidido por nosotros- quedarnos como estamos, quedarnos donde estamos, quedarnos como si hubiera llegado el guerrero del antifaz -sin reír, sin hablar, que se quede como está, cuando yo diga ya- y no dar ni un paso más. Triste, terriblemente triste ¿verdad?

Nuestra sociedad ha llegado al convencimiento senil de que hasta aquí hemos llegado y a partir de ahora que los vientos nos muevan hacia donde quieran. Que nos quedemos como estamos suena más a derrota que a rendición, suena más a fracaso que a decepción, suena más a retirada que a resignación. Suena a cansancio, a lanzamiento de toalla, a miedo, a silencio. a todo eso que no nos gustaría para nuestros hijos, pero que repetimos a modo de mantra por si algún día la de Murphy se convierte en decreto-ley.

El paso trascendental del christmas al whatsApp ha sido nuestro último paseo, la última etapa de este viaje. Y es por eso por lo que la carta a los Reyes Magos también se ha visto sustituida por el antipático silbidito. Nada de perder el tiempo y la paciencia en una cola. Con tres vulgares emoticonos hemos solucionado el encabezamiento, y el resto, ya lo sabe usted. «Queridos Reyes Magos, este año hemos sido buenos -demasiado buenos-, hemos obedecido en todo, no hemos protestado por la comida y nos la hemos comido sin rechistar -incluso la caducada-, hemos hecho toda la tarea, hasta la que no entendíamos porque nadie nos la había explicado, no hemos discutido con nadie, no hemos dicho una palabra más alta que otra -bueno, no hemos dicho una palabra, dejémoslo ahí-, hemos aplaudido al emperador, hemos bajado la cabeza tantas veces como nos han dicho, hemos copiado cien mil veces que no debemos gastar más de lo que tenemos, y nos hemos ido a la cama muy temprano -quizá porque no teníamos nada que hacer despiertos, pero bueno-. Así que ya sabéis, no hace falta que nos traigáis regalos ni que nos perfuméis el ambiente con buenos deseos y paparruchas de esas. Este año sólo queremos una cosa, que logréis que nos quedemos como estamos».

Es lo que lleva usted oyendo desde el pasado miércoles, no venga ahora con remilgos. Porque aún no se ha cruzado con nadie que diga otra cosa. Que nos quedemos como estamos, nada más y nada menos. Luego, dirán que la pesimista soy yo. Para que vea.