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Sochi, el sueño de Putin, resiste el desafío

La calma regresa a la sede de los Juegos de Invierno después de los dos atentados en la cercana Volgogrado

MOSCÚ. Actualizado: Guardar
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Nadie esperaba que en la víspera de las celebraciones de fin de año y a poco más de un mes del comienzo de la Olimpiada de Invierno de Sochi, que deberá tener lugar entre los días 7 y 23 de febrero, la insurgencia islámica del Cáucaso Norte pudiera golpear dos veces seguidas en menos de 24 horas y en un mismo sitio del interior de Rusia. Volgogrado, la antigua Stalingrado, sufrió dos atentados suicidas el 29 y el 30 de diciembre con un balance provisional de 34 muertos y casi un centenar de heridos.

Estos dos ataques han hecho aumentar los temores ante la posibilidad de que los atentados continúen, tanto en la víspera como durante los Juegos Olímpicos de Sochi. El pasado verano, el cabecilla de la guerrilla islámica del Cáucaso, Doku Umárov, hizo un llamamiento a través de un vídeo para que sus 'muyahidines' emplearan todos los medios a su alcance para impedir que Sochi sea una fiesta. En aquella alocución anunció el final de la «moratoria unilateral», decretada por él mismo, que había limitado las acciones terroristas exclusivamente a la zona del Cáucaso. «Las autoridades se tomaron la moratoria como un signo de debilidad y no como un acto de buena voluntad», afirmó.

El primer atentado fuera del Cáucaso tras aquella siniestra advertencia de Umárov se produjo el 21 de octubre, precisamente en Volgogrado, con un balance de seis muertos y una treintena de heridos. Lo perpetró Naida Asiláyova, una 'viuda negra', detonando en el interior de un autobús de línea la carga explosiva que llevaba sujeta al cuerpo.

Los otros dos recientes atentados de Volgogrado confirman que las amenazas de Umárov van muy en serio. Suponen un desafío para el presidente Vladímir Putin, que pretende hacer de los Juegos de Invierno de Sochi un escaparate de la nueva Rusia, un país supuestamente modernizado y fuerte que, según la propaganda oficial, ha logrado superar sus complejos tras la pérdida de influencia que supuso la desintegración de la Unión Soviética.

Putin, cuyo país se ha apuntado varios triunfos en la escena internacional durante 2013 (humillar a Estados Unidos dando asilo a Edward Snowden, proteger el régimen de Bashar el-Asad evitando una intervención aliada y ganar el pulso a la Unión Europea en la pugna por Ucrania), acaba de poner en libertad al expatrón de Yukos, Mijaíl Jodorkovski, a las dos integrantes de Pussy Riot que continuaban encarceladas y a los activistas de Greenpeace. Todo ello en un claro intento de lavado de imagen.

Ciudad blindada

El presidente del Comité Olímpico de Rusia, Alexánder Zhúkov, no cree que toda esa exitosa trayectoria se vaya a ir el traste por culpa de los terroristas caucasianos. Según sus palabras, «hemos tomado todas las medidas de seguridad posibles para preservar los juegos de Sochi y los recientes atentados -en Volgogrado- no hacen necesarias medidas adicionales».

Según un plan que fue diseñado en 2009, Sochi será una ciudad blindada. Habrá un despliegue policial y militar sin precedentes. En total 75.000 agentes, soldados y efectivos del Ministerio de Protección Civil velarán por la seguridad en la villa olímpica. Se prevé un minucioso control de cada persona, sea ruso o extranjero, que entre o salga de Sochi y el acceso por carretera quedará cerrado durante los juegos. Los servicios secretos rusos, el FSB, ya ha advertido que las comunicaciones por telefonía móvil e Internet estarán bajo control. Se han instalado además sistemas antimisiles para evitar ataques desde el aire.

Sin embargo, según muchos expertos, para ensombrecer la Olimpiada de Invierno no hace falta cometer atentados en Sochi precisamente. «Una o varias acciones terroristas en distintos lugares de Rusia durante los juegos sembrarían el miedo, pondrían en jaque a las autoridades y, según su envergadura, hasta podrían abortar las competiciones», considera el periodista ruso Alexánder Minkin.

Desde que Putin apareció en escena en 1999 ha reiterado en numerosas ocasiones que su objetivo es «aniquilar» a los terroristas. Lo volvió a repetir el pasado martes en su intervención televisiva de fin de año. También de forma recurrente se anuncia de vez en cuando que la insurgencia islámica agoniza. Pero los hechos demuestran que sigue activa.

Los ataques, atentados, asesinatos y operaciones de limpieza de las fuerzas especiales rusas son algo cotidiano en repúblicas como Daguestán e Ingushetia. Bajo la férrea dirección de Ramzán Kadírov, Chechenia, el foco inicial de la guerrilla, está relativamente pacificada aunque hay incidentes y refriegas con frecuencia. En Kabardino-Balkaria han sido desarticuladas varias células terroristas en los últimos años y también en Karachaevo-Cherkessia, república que se encuentra a tan sólo 80 kilómetros de Sochi monte a través.

Muchos jóvenes norcaucásicos ingresan en organizaciones extremistas islámicas, no sólo por la repulsa que genera la brutalidad de los métodos antiterroristas empleados por Putin, que alcanzan en ocasiones a personas inocentes, sino por las nulas perspectivas de encontrar trabajo en sus repúblicas de origen, dirigidas por lo general por nepóticos y corruptos caciques, y por la discriminación que sufren cuando tratan de encontrar empleo en otros lugares de Rusia.