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El drama de ahí al lado

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Parece que hay vidas que importan más que otras. Que el hecho de que se arrojen por la borda de una barca de juguete no nos importa. Nos da igual. Sigue pasando y nadie hace nada para evitarlo. Ayer, como antes de ayer, y la semana pasada y hace un mes, y dos, tres. llegaban nuevos rostros llenos de desesperación y terror a la costa de Tarifa. Afortunadamente, con vida. Pero, ¿qué más da? Si hubieran muerto, ¿le hubiera importado a alguien? En noviembre se cumplieron 25 años de la llegada de la primera patera a la playa de los Lances. Entonces fueron 23 inmigrantes los que desafiaron aquella mañana de fuerte levante. Los cuerpos de nueve de ellos nunca aparecieron. Sus familias se quedaron sin velarlos pero, claro, la culpa fue suya por querer que sus hijos tuvieran un futuro. Y ese futuro llegó pero sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado. Lo que entonces los medios relataron como un drama insólito, ahora ocupa tan solo unos segundos en los informativos.

Desde septiembre, 600 inmigrantes, la mayoría subsaharianos, han cruzado el Estrecho. Siete eran bebés. Una cifra que esconde una situación insostenible y unas políticas que no ponen fin a esta locura. El gobierno marroquí no lucha contra las mafias que como buitres se aprovechan de esta miseria y engañan, e incluso amenazan, a quienes se ponen en sus sucias manos. Y la Unión Europea le encarga la vigilancia de sus costas a un país que no tiene ni medios, ni tampoco intención de vigilarlas y cuando lo hace, es tan represivo, que todavía es mucho peor.

Y mientras nos lamentamos, sigue ocurriendo porque, aunque ahora más que nunca nos parezca mentira, hay gente que está mucho peor que nosotros. Tan mal como para jugarse la vida y hacer la primera parada en una provincia con una tasa de empleo que cada vez se asimila más a la suya. Pero, les da igual. Su objetivo es pisar tierra española. Y una vez caminada, sobrevivir como se pueda. Aunque vuelvan a caer en manos de explotadores de miserias que los cargan de bolsos, cinturones y carreras delante de la Policía.

Quizá la solución empiece, así como primer paso, por plantearnos que algún día, si la cosa sigue así, los que tendremos que coger los bártulos y montarnos en una patera seremos nosotros. Y da igual si somos europeos, americanos o africanos porque el hambre no entiende de países ni de razas. El hambre es igual para todos.