Fuerzas de seguridad de San Salvador inspeccionan el lugar donde fueron asesinados seis jesuitas en noviembre de 1989, entre ellos Ignacio Ellacuria. :: AP
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Por la sangre de Latinoamérica

Miles de manifestantes piden en Fort Benning el cierre de la Escuela de las Américas, que desde hace seis décadas entrena a militares golpistas

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El Padre Melo recuerda como si fuera ayer el momento en que le dieron la noticia. «¡Mataron a los jesuitas de la UCA!», gritó alguien que salió al camino. «Sentí como si hubiera recibido un golpe en la cabeza, no sé cómo tuve capacidad para no caerme», rememora. Horas después rompió a llorar desconsolado en medio de la homilía y tardó 25 minutos en poder recomponerse. El viernes pasado, 23 años después de la masacre que marcó su vida, este cura hondureño se desplazó hasta el corazón de Georgia y se plantó frente a la academia militar en la que se graduaron 18 de los 29 militares que participaron en el asesinato de su mentor, Ignacio Ellacuria, un teólogo vasco que dirigía la Universidad Centroamericana de El Salvador hasta ese 16 de noviembre de 1989.

«No podemos olvidar la memoria cargada de tantos asesinatos ni la causa de los pobres por la que dieron su vida», contó por teléfono. «Sus voces están aquí, en este lugar donde se respira a los ausentes». Oficialmente ya no se llama La Escuela de las Américas, sino Instituto de Seguridad y Cooperación para el Hemisferio Occidental (WHISC, por sus siglas en inglés). «Un nuevo nombre, la misma vergüenza, el mismo objetivo», resume el padre Roy Bourgeois, un veterano de Vietnam que enseñó cinco años en Bolivia y fundó en 1990 la organización School Of Americas Watch. Cada año, coincidiendo con el aniversario del asesinato de esos seis jesuitas, junto con su ama de llaves y la hija de ésta, la organización alumbra una gran vigilia a las puertas de Fort Benning, donde las monjas católicas hacen turnos cada hora frente a la garita. Dentro todavía se entrenan más de 2.000 militares latinoamericanos cada año.

El legado habla por sí solo. De sus filas han salido una docena de dictadores, cientos de golpistas y miles de asesinos y torturadores que han dejado un rastro sangriento por toda Latinoamérica. De entre esos hijos que llegaron a dirigir sus países con mano de hierro destacan -todo generales- Manuel Noriega y Omar Torrijos (Panamá), Hugo Banzer y Guido Vildoso Calderón (Bolivia), Leopoldo Galtieri y Roberto Viola (Argentina), Juan Melgar Castro y Policarpio Paz García (Honduras), Guillermo Rodríguez (Ecuador), Juan Velasco Alvarado (Perú), Efrain Rios Montt (Guatemala) y Raoul Cédras (Haití).

Otros cadetes que no llegaron a jefes de Estado también se ganaron la infamia a pulso. Como Manuel Contreras, jefe de la Policía secreta de Pinochet, o el salvadoreño Roberto D'Aubuisson, a quien se atribuyen los escuadrones de la muerte y el asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Alguien que le acusó en público por la exterminación de «200.000 o 300.000» salvadoreños.

Torturas y extorsiones

Con D'Aubuisson se enfrentó dialécticamente en televisión el erudito padre Ellacuria en dos ocasiones, que sin duda le costaron la vida. Una de ellas fue para defender al arzobispo asesinado a tiros mientras oficiaba misa, Monseñor Romero. Lo que el padre Melo recuerda con más admiración de 'Ellacu', como llamaban cariñosamente al jesuita vasco, era «su extraordinaria capacidad de raciocinio, que desestabilizaba incluso al más severo de los personajes», recuerda.

El otro talento que le queda grabado es su infalible olfato para detectar a los alumnos con más capacidad intelectual y de liderazgo, a los que apoyaba para que siguieran los estudios. El sacerdote no solo trabajaba con los pobres, sino que respaldaba la causa de los más desfavorecidos, lo que le convirtió en un marxista a ojos de la oligarquía. Y de acuerdo al entrenamiento recibido, nadie dudó de que había que acabar con él. Según la revista 'Newsweek', en los entrenamientos de combate de los militares colombianos y hondureños de la Escuela de las Américas el capellán jugaba el papel de sacerdote de la aldea, «y la mitad de las veces muere o se lleva una paliza».

En 1996 la organización del padre Bourgeois consiguió dejar al descubierto las recomendaciones del manual de prácticas para torturar, extorsionar, encarcelar ilegítimamente o «neutralizarla», eufemismo para asesinar a los elementos incómodos. El escándalo motivó un movimiento de congresistas que terminó en el cierre de la escuela y su reapertura al año siguiente con otro nombre, además de una promesa de transparencia incumplida.

El manual de entrenamiento actual es secreto, así como la lista de cadetes, pero gracias a SOA Watch se sabe que el coronel colombiano de las Fuerzas Especiales Alberto Quijano, detenido en 2007 por facilitar tropas a uno de los diez criminales más buscados del FBI, había atendido recientemente un curso en la infame escuela. En 2009, cuatro de los seis generales que lideraron el golpe de Estado contra el entonces presidente hondureño Manuel Zelaya resultaron ser graduados del SOA.

Cada año los miles de personas de todo el continente que acuden a Fort Benning a pedir su cierre se despiden con efusivos abrazos deseando que el próximo solo vengan a celebrar que ya no existe. Desde que dos monjas amigas suyas aparecieran entre las cuatro violadas y asesinadas en El Salvador en 1980 el padre Bourgeois ha dedicado su vida a acabar con este «obstáculo para la democracia en Latinoamérica». Tenía esperanzas de que Barack Obama cumpliera su sueño, pero hasta ahora le ha decepcionado.

A su juicio esta escuela, «símbolo de la política exterior de EE UU», nunca protegerá los derechos humanos porque eso no se hace con armas. «Entrenamos a los militares de esos países para que protejan nuestros intereses económicos explotando a los pobres como mano de obra barata y aprovechándonos de sus recursos naturales». Así confiesa que se lo explicó el adjunto de Seguridad Nacional y asesor de política exterior de la Casa Blanca Denis McDonough cuando al fin le recibió la semana pasada.

«Ahora que Obama ya no necesita ganar ninguna elección esperamos que emita una orden para cerrarla», afirma el padre Bourgeois. Por si el Premio Nobel de la Paz le vuelve a fallar, continúa su lobby país a país para que dejen de mandar militares a esta escuela -seis ya se han retirado-. «Si no hubiera estudiantes tendría que cerrar y eso sí que sería una gran victoria para los derechos humanos».