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Atascados

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Cientos de gaditanos comenzaban la semana, atascados. Y cabreados. La marcha de Delphi desde Puerto Real a la Delegación de Empleo de Cádiz provocó a su paso que multitud de conductores tuvieran que tirar de paciencia para aguantar el caos de tráfico que causó la manifestación. En el puente Carranza y en la avenida. Caminos imprescindibles para acceder o circular por la capital, igual de imprescindible que un trabajo para poder comer. Porque la marcha de Delphi, la de astilleros, la de Gadir Solar, Visteon, o la de los médicos y profesores tiene un mismo denominador común: una nómina, un derecho de cualquier ciudadano que se ha convertido en un tesoro que ya pocos llevan a casa.

Por eso seguimos atascados. No porque perdamos una media hora u hora dentro de un coche, sino porque desde hace ya muchos años las manifestaciones en esta provincia han cambiado quizá de protagonistas (a algunos los despidieron, otros se jubilaron y a otros los prejubilaron) pero no de significado. Es muy fácil ahora achacar todas las miserias a la crisis pero la falta de compromiso con Cádiz viene de largo. No olvidemos tan pronto. El puente Carranza huele a goma quemada desde los años 80 y por allí ya se luchaba cuerpo a cuerpo con los antidisturbios en ese terrible escenario de humo negro, tensión y desconsuelo.

Nos queda la reindustrialización, pero solo, cuando esa batalla se tome en serio, funcionará. Porque trabajadores preparados con ganas de ponerse a currar, sobran. Eso sí, no a cualquier precio porque la profesionalidad se paga y no se regala. Y en serio significa con responsabilidad, con cuidado de no ensuciarla con corruptos llenos de avaricia sin límites que meten la mano en el saco de las ayudas sin ningún pudor. Sin que les remuerda la conciencia de que con su infecta mezquindad les han quitado el pan a cientos de familias honradas, que, seguramente, han estado años pagando con su sudor ese dinero que ahora ellos han guardado en su bolsillo.

Somos herederos de ese atasco. Pero lo peor es que nuestros hijos también lo son o serán. Y los hijos de nuestros hijos. Como ya lo fueron nuestros padres de nuestros abuelos. En fin, si nada o nadie lo impide, atascados eternos. Presos del cabreo constante, ahogados por las prisas de la agonía y cansados de la desilusión por una lucha que parece no tener nunca su recompensa.