Tribuna

Tartesios, fenicios y otros héroes y villanos ( III )

CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA Actualizado: Guardar
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La investigación arqueológica y la interpretación de sus resultados no son ajenas a la vida real, que son los acontecimientos históricos vividos, sus vicisitudes y las ideologías predominantes, como vimos en siglos anteriores. En esta ocasión me propongo, con mucha dificultad por su complejidad, escribir sobre héroes y villanos situados entre los años postreros del siglo XIX y los posteriores a la Guerra Civil española. Es decir, en los que se enclavan los sueños convertidos en realidad de Schliemann en las ciudades homéricas de Troya y Micenas, los extraordinarios descubrimientos monumentales y escritos del Próximo Oriente, la civilización mesopotámica y las posteriores extendidas entre los ríos Tigris y Eúfrates y el Mediterráneo, entre las que sobresale Fenicia y Grecia, que contribuyeron además a reflexionar sobre Europa mediante la Arqueología, y las ideas imperantes y emergentes de las concepciones nacionalsocialistas alemanas, y las que en España predominaron con la ascensión al poder del nacionalcatolicismo, a las que hay que añadir, como factor sustancial, el de las colonizaciones europeas en continentes lejanos. Son tantos los factores que el lector indulgente me dispensará de las ausencias que pueda observar en tan escasas líneas.

Estos años elegidos son apasionantes y apasionados por varias razones. Una de ellas fue el de la emergencia de la arqueología y los arqueólogos, con metodologías y fines más precisos, para el conocimiento del pasado. Otras constituyeron el descubrimiento de Oriente Próximo como cuna de la civilización occidental, que abría la visión del mundo antiguo más tempranamente civilizado, complejo y culto que el de los ancestrales europeos, la veracidad de los versos homéricos en la Iliada y la Odisea, Grecia en su plenitud material e intelectual y, desde luego, el encumbramiento de Tartesos como el tema estrella de la protohistoria peninsular. Sobre este último ejemplo hablaron las fuentes escritas y las opiniones románticas más que las piedras tangibles y visibles. Los aspectos negativos y desdeñables fueron las ideas nacionalsocialistas con su teoría obsesiva de la superioridad racial de los arios, que acarreó funestas consecuencias. Sin embargo, para una ideología dinámica, como el marxismo, el pasado ha de ser insatisfactorio, una época imperfecta cuyos defectos son el móvil que constituye la acción, la revolución; por ello, el pasado antiguo no fue objeto principal de su estudio.

Acerquémonos a los temas destacables. Hay que acentuar primero que en estas decenas de años se asistió a un ardiente debate sobre el nacimiento de la civilización en el Mediterráneo Occidental, centrado en la primacía de los fenicios y griegos. En cuanto a los fenicios, los primeros estudios sistémicos coincidieron con el auge del nazismo y, por tanto, del antisemitismo en Europa y las tesis de la supremacía racial de los arios sobre las demás razas y, en concreto, sobre la semita. Según este punto de vista, fueron sólo simples comerciantes sin especial valoración, racialmente inferiores, incapacitados por su lengua para el pensamiento filosófico, además de un pueblo simple, fanático y negado para el arte, mientras que indoeuropeos y arios estaban dotados de una lengua que les permitía el pensamiento abstracto y filosófico. Hasta ahora creo que no existe en el mundo antiguo algún texto que permita ver a los arios como grandes filósofos.

Los arqueólogos extranjeros que trabajaron en España entre los siglos XIX y XX emitieron su opinión. El belga L. Siret, que excavó en Almería a finales del siglo XIX, expresó que la cultura del Argar se debió a la invasión de los celtas centroeuropeos en torno al siglo XII, quienes habrían destruido el imperio fenicio en la Turdetania. Por tanto, el territorio peninsular, objeto de la codicia fenicia, fue liberado por los celtas. Mientras tanto, en el Bajo Guadalquivir, G. Bonsor, pintor y notable arqueólogo aficionado, escudriñaba en las tumbas de Los Alcores sevillanos los vestigios de Tartesos, sosteniendo que fue el resultado de una fundación de los fenicios de Sidón, la identificó con la Tarsis bíblica y la situó en la desembocadura del Guadalquivir. Y Joaquín Costa, en su libro 'Estudios Ibéricos' de 1891, optó por ensalzar las raíces griegas de España, en detrimento de las fenicias, viendo entre los siglos VIII y V a. de C. la hegemonía comercial griega y colonias por doquier, que liberaron a Tartesos del dominio semita. Celtas, fenicios y griegos, cuestión de puntos de vista.

Poco después, a comienzos del siglo XX, la importancia histórica de Tartesos traspasa las fronteras del ámbito científico nacional. Manuel Gómez Moreno en una memorable obra sobre arquitectura tartésica, publicada en 1905, sugirió la vinculación del nombre de Tartesos con algunos de los Pueblos del Mar y con los tyrsenos, estableciendo conexiones con la Atlántida platónica. No llego a tanto Blas Infante en su libro titulado «El ideal andaluz», de 1915, pero aplica con vehemencia la soflama romática del genio atemporal de los pueblos andaluces, en la que Tartesos es su primera representación, perfumada con la cultura griega.

Y al afamado y discutido Schulten, quien marcó una huella indeleble entre los investigadores españoles, le pareció que un tema tan importante, como Tartesos, había recibido escasa atención, imaginándola similar a Mesopotamia, Egipto o Creta. Surge así su exacerbada respuesta eurocéntrica ante la insatisfacción por la imagen de un Mediterráneo occidental dominado por los fenicios, y defiende la supremacía de Occidente frente a Oriente. Y se afanó por demostrar que los fundadores de Tartesos fueron pueblos de estirpe griega, provenientes de Creta, y no semitas, además de su situación en la desembocadura del Guadalquivir. Pese a su empeño, se equivocó en ambas teorías.

Tras la Guerra Civil española, y según el ideario del nacionalcatolicismo, los arqueólogos más destacados incidieron en la unidad de España desde sus fases más antiguas -el caso de Martín Almagro Basch-, o en su homogeneización mediante los celtas -panceltismo-, definidores de su unidad esencial -por ejemplo, Martínez Santa-Olalla-, o bien en la vocación y ansia de Imperio española durante toda su historia, en la que adquiere sentido Tartesos como Imperio atlántico y mediterráneo, frente a la dominación mercantilista fenicia -Antonio Tovar. Mientras, un numeroso grupo de estudiosos se dedicaba afanosamente a la localización de la ciudad de Tartesos, reconstruyendo la antigua geografía mediante las fuentes grecorrromanas y la «Ora Marítima» de Avieno como guía, sin demasiado éxito.

Escribía al principio que las ideologías tienden, con frecuencia, a demostrar lo indemostrable, con fines interesados y perversos, falsificando la Historia para ello. Sabemos las consecuencias que ha tenido y tiene. Ser héroe o villano es cuestión de criterios cambiantes en el tiempo. Fenicios, griegos, celtas, Oriente, Occidente e Imperio han sido héroes y villanos según la lupa con la que se les ha juzgado.