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Cuando Marx escribía 'El Capital' estaba convencido, el hombre, de que la revolución tendría lugar en algún país europeo, industrializado, con obreros conscientes y dirigentes sindicales conscientes. Pues no, la revolución se hizo en una estepa habitada por siervos, almas muertas, zares y popes; después en otro inmenso lugar plagado de siervos, mandarines y emperadores. Cierto, la cosa comenzó desvalijando almacenes de grano y asaltando panaderías, pero terminaron tomando el Palacio de invierno, para pasmo de burgueses, nobles y del propio Marx (de haber estado vivo).

Acusar de robo con intimidación a la entrada de esos sindicalistas en un supermercado mientras ilustres señores trajeados han entrado, con sibilina alevosía, en las arcas públicas y desvalijado al Estado, me recuerda a los tiempos del Lute: al trullo por robar una gallina, mientras los altos cargos esquilmaban el país. Que, para mayor recochineo, se pida cárcel para el alcalde de Marinaleda tiene sus bemoles. Imagino que será porque estamos ante el único municipio del país sin deuda, sin paro, sin desahucios... ¿Qué hacemos con quienes han arruinado los lugares por dónde asentaron sus posaderas y sus cargos? Tanto mirar a Europa, estudiar cifras mareantes, otear el vértigo de la prima de riesgo, que nuestros gerifaltes se han olvidado de mirar al concreto ciudadano que pasa, literalmente, hambre. Con más de un 25% de ciudadanos en el umbral de la pobreza, con más de dos millones de niños malnutridos... ¿Les escandalizan unas legumbres 'robadas' en un centro comercial? No será, digo yo, que atisban el riesgo de ver a esas masas hambrientas tomando otros objetivos menos comestibles. Yo no sé si no ven a la gente en los contenedores de basura, o les parece un aprendizaje necesario para futuros recortes. Menos mal que ya comenzamos a ser 'apadrinados' por burgueses noruegos. Es casi similar a cuando nosotros apadrinábamos a un niño del llamado Tercer Mundo, «ponga un españolito hambriento en su vida». El Tercer Mundo ya se encuentra en el nuestro y lo normal es ver a una buena cantidad de ciudadanos rebuscando comida en los contenedores. A ellos, los elegidos en las urnas, se les ha olvidado mirar al suelo, a nosotros, mirar hacia lo que fuimos capaces de hacer en tiempos no tan remotos. Y sí, una revolución de hambrientos comienza en una panadería, pero se ignora dónde puede terminar.