Tribuna

Tartesios y fenicios, héroes o villanos (I)

CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA Actualizado: Guardar
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Cuántas veces hemos leído o escuchado opiniones diferentes sobre un personaje o hecho histórico que ansiábamos conocer y las respuestas nos han satisfecho, decepcionado o nos han dejado perplejos. Y resulta que los que creíamos héroes para algunos son villanos y los que suponíamos villanos son héroes excelsos. Sucede lo mismo con los hechos. Es decir, los personajes y los acontecimientos son a veces manipulados, enaltecidos, vilipendiados u olvidados, según la conveniencia del momento o los criterios del autor. No significa que no haya estudios objetivos e imparciales -la mayoría-, pero es frecuente que nuestro propio ego, o las conveniencias, nos conduzcan a interpretar de modo intencionado y reescribir la historia según nuestro parecer ideológico, como si ella misma fuese una obra literaria o una necesaria propaganda sumisa.

Voy a escribir, en esta ocasión, acerca de los juicios sobre tartesios y fenicios, de tanta relevancia en los albores de la historia de Occidente. Y sobre todo cómo se les ha valorado entre los siglos XVI y XVIII, de donde procede una amplia literatura historiográfica que permite enjuiciar los hechos y personajes de la antigüedad prerromana.

Con el surgimiento del Estado moderno en España, durante los reinados de los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II en el siglo XVI, se asiste a un proceso fundacional en el que se desarrollaron sucesivos intentos de construcción de una historia de España oficial, adecuada a los intereses de la Corona. Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales y Juan de Mariana estructuraron una historia de España que se convirtió en referente historiográfico. Para ellos, España había existido desde tiempos inmemoriales y había sido, desde entonces, una nación ilustre y llena de virtudes, siendo la monarquía el impulsor de su ascenso. Se exalta el logro de los españoles bajo la dirección de sus reyes y se celebra la consecución de la unidad territorial, política y religiosa, como un pegamento indeleble que cohesiona a los españoles. Tomemos como muestra a Ocampo -cronista de Carlos I-, quien en su 'Crónica General de España' percibe al pueblo español pleno de virtudes: noble, algo ingenuo, independiente, ansioso por la libertad y de innatas aptitudes religiosas. Y los Reyes Católicos colmaron todos sus deseos con la unificación de España y de los españoles. Tartesos adquiere un protagonismo considerable por ser la cuna de la monarquía hispánica -recordemos a Gerión o a Argantonio, reyes tartésicos- y por su reacción de liberación frente al yugo extranjero que, obviamente, son los fenicios, que intentaron apropiarse de las riquezas de los cándidos tartesios y someterlos. Ya tenemos aquí a los héroes tartésicos y a los villanos fenicios.

Durante el siglo XVII se produce un proceso de retroceso y degradación en la historiografía española. Decae sustancialmente el cultivo de la historia general y se asiste a un desarrollo notable de la historia eclesiástica, local y nobiliaria, fundada en un entramado abigarrado de antiguas y nuevas fuentes inventadas, donde la población produce sus mártires e historias locales. Se caracteriza, pues, este siglo por el hiperdesarrollo de las historias locales, las fundaciones de villas, pueblos y ciudades. Los tartesios -Tarsis/Tartessos- no se estudian tanto como historia sino como la situación geográfica de un pueblo concreto situado en algún lugar de la Baja Andalucía, en las sedes episcopales de Cádiz, Jerez y Sevilla. Aquí no hay héroes ni villanos, solo una lucha pertinaz por situar la ubicación de la ciudad desaparecida en algún punto del Bajo Guadalquivir.

Pero el siglo XVIII es el de los idearios de los ilustrados. Y la historiografía de su primera mitad se caracteriza por los avances de la metodología, de las recopilaciones documentales como elementos previos para la reconstrucción de la Historia de España, a iniciativas de la Real Academia de la Historia, fundada en 1753, a la vez que la Historia comienza a institucionalizarse con carácter oficial y vinculada a la monarquía borbónica. Un autor destacado como José Luis Velázquez relaciona los orígenes de Tartesos con la llegada de los fenicios y la fundación de Gadir en 1034 a.C. Los tartesios habían sido, pues, los primeros fenicios establecidos en España. En la segunda mitad de este siglo se avanza en el concepto de que la Historia es un instrumento que permite conocer la evolución de las estructuras económicas e institucionales de la nación para identificar el origen y las causas de los males que la aquejan y que es preciso reformar. Se demanda una nueva Historia de España. Pedro y Rafael Rodríguez Mohedano, en su 'Historia literaria de España', defienden que Andalucía fue la región más culta y civilizada de España gracias a los fenicios, un pueblo sabio, hábil, industrioso, de grandes navegantes y comerciantes, agricultores excelentes y, sobre todo, valorados por las artes, las ciencias y la escritura. Su llegada propició el incremento de la riqueza y la civilización, creándose así el reino de Tartessos de Argantonio. Otro historiador de la época, Juan Francisco Masdeu, en su obra titulada 'Historia crítica de España y de la cultura española', se apresta a demostrar que los españoles han sido aptos para el progreso y el conocimiento, frente a la opinión de algunos del carácter perezoso, fanático y supersticioso español. Y lo documenta históricamente. Tiene una alta consideración de los fenicios quienes, para él, representan el elemento que permite demostrar que los españoles fueron la nación más tempranamente civilizada de Europa y más antiguos y cultos que los egipcios. A los tartesios les niega el origen fenicio y Tartesos sería un reino español influido por los fenicios, mientras que los griegos, y en lo que se refiere a su amistad con Argantonio, tuvieron un papel negativo y secundario, asignándoles un origen bárbaro e inculto, que vinieron a rapiñar las riquezas del bonachón Argantonio. Consecuencias: los fenicios, héroes y civilizadores; los tartesios, representantes de un reino netamente español; y los griegos, villanos, incultos y aprovechados.

El siglo XIX, del que trataré en otro capítulo, es el del nacimiento del nacionalismo y del liberalismo. Veremos aquí otros conceptos, otros héroes y otros villanos.